Fanfic: Los Merodeadores

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[Este pequeño texto es un fanfic sobre los Merodeadores. Se basa en una mañana común y corriente en el dormitorio de la torre de Gryffindor. Es un oneshot, es decir, un fanfic de un solo capítulo, y no creo que haya secuelas. Ojalá lo disfruten, y acepto comentarios y críticas de todo tipo.]

James Potter despertó cuando un molesto haz de luz solar penetró por la ventana de la torre de Gryffindor. Despegó sus ojos con cierta dificultad y escudriñó la escena. Estar volcado hacia su derecha le permitió ver el cuerpo tendido de su mejor amigo, Sirius, o al menos eso parecía, ya que no llevaba puesto los anteojos. Unos potentes ronquidos, similares al gruñir de un lobo, indicaban que Remus también estaba sumergido en el mundo de los sueños. Y el hecho de que nadie se hubiese abalanzado sobre él indicaba que Peter estaba durmiendo.
Se colocó las gafas instintivamente y así pudo eliminar la molesta borrosidad que producían sus ojos. Comprobó sus suposiciones, se sentó en la cama y se vistió.
Ni bien se colocó la túnica, los ronquidos cesaron. Remus Lupin se incorporó y Sirius Black, como si sus cuerpos estuviesen conectados, hizo lo mismo cinco segundos después. Se restregó los ojos y protestó.
― ¿Por qué dejaste de roncar?
― Pensé que te molestaban los ronquidos de Lunático -dijo James.
― Eso era antes, ciervito. Ahora no puedo dormir sin los condenados ronquidos.
― Eres muy raro, Canuto -dijo Lupin y también se vistió.
― ¿Raro, yo? Al menos no tengo que correr como niña cuando se cola la luna llena.
― No parece molestarte mucho cuando eso supone la posibilidad de escaparse del castillo y corretear por ahí como un perrito -discutió Lunático.
― No soy un perrito. Soy bastante más grande y fuerte que un perro normal.
― Vamos a ver cómo te las arreglas con un hombre lobo el miércoles que viene, entonces.
― No te alteres, lobito querido.
― Los dos tienen un aspecto terrible -interrumpió James-. ¿A que hora se durmieron?
― No lo sé… -contestó Sirius-. ¿A qué hora te dormiste, Lunático?
― Creo que a la una y media de la madrugada, porque estaba leyendo un libro.
― Bueno, yo tres minutos después que él -afirmo Sirius.
― ¿Cómo lo sabes?
― Porque tarda dos minutos en empezar a roncar. El otro día le tomé el tiempo.
― ¿Y por qué tres? -preguntó James.
― Porque antes de dormirme me pareció divertido agrandarte las orejas -rió. Remus, que no se había fijado en ese detalle, comenzó a desternillarse de la risa.
James tomó un pequeño espejo de mano, que utilizaba normalmente para comprobar que su pelo estuviera lo suficientemente desordenado, y suspiró.
― Muy gracioso, Canuto. ¿Cómo lo deshago?
― Eh… supuse que Remus sabría.
― Voy a matarte -dijo James, pero en ese momento Remus lo apuntó con su varita y sus orejas volvieron a su tamaño normal.
― ¿Despertamos a Peter? -preguntó cuando volvió a dejar la varita sobre la mesa de dormitorio.
― ¡No! -saltaron James y Sirius.
― ¿Por qué?
― Odio que esté todo el tiempo encima mío -dijo James.
― Odio que alguien le preste más atención a James que a mí -añadió Sirius.
― ¡Ja! -contestó Cornamenta-. ¿Alguien? No sólo Peter me presta más atención a mí, perrito. Las chicas hacen lo mismo.
― Ni en tu sueños. Soy mucho más guapo que tú.
― Claro que no.
― Claro que sí.
En ese momento, Peter despertó. Al ver que sus amigos se enfrascaban en una discusión, caminó atropelladamente hacia ellos.
― Buenos días, Pet -dijeron los tres.
― ¡Buenos días! -contestó-. Hace una mañana estupenda, ¿no? Aunque no tan estupenda cómo la…
― Última jugada de James -completaron los otros tres al unísono.
― ¿Cómo lo sabían? -preguntó Peter, notablemente emocionado-. ¿Ustedes también la vieron igual que yo?
― Más o menos -respondió Sirius con solemnidad, mientras se ponía la túnica-. Pero sabíamos que lo ibas a decir porque hace tres semanas que lo haces.
― ¿De verdad? -preguntó Peter, sonrojado-. ¿Qué sucedió con tus orejas, James?
James, consternado, repitió el movimiento con el espejo de mano.
― Eres un maldito Sirius, ¿cómo lo hiciste?
― Hechizo no verbal, compañero. Remus, si serías tan amable de achicarle las orejas a este lindo ciervito…
― ¡No me digas lindo ciervito!
― Lo digo cariñosamente. Así está mejor. Pareces un elfo doméstico, Remus.
Lupin, lejos de enojarse, parecía divertido con el comentario. James tomó un trozo de pergamino que descansaba junto a su preciado espejo, lo tocó con su varita y dijo:
― Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas
En ese momento, un perfecto mapa de Hogwarts se dibujó sobre el viejo pergamino. James se sentó en la cama con el entrecejo fruncido.
― ¿Otra vez buscándola, James? -preguntó Sirius.
― No sé a qué te refieres, perrito -se apresuró a decir James, aunque su voz no sonaba muy convincente.
― ¿Sigue sin querer salir contigo?
― ¿Cómo dices? ¡Por supuesto que sí!Está loca por mí. Además, desde que Quejicus la llamó “sangre impura” tengo el camino totalmente libre.
― Eso fue cuando estábamos en quinto. Estamos en sexto y no obtienes mejores resultados -apuntó Lupin.
― Es que… no quiere tirar por la borda los desprecios que me hizo durante tantos años, pero está totalmente loca por mí.
― Yo creo que James tiene razón -se apresuró a decir Peter.
― Gracias Pet… a ver, dónde estás… En el segundo piso.
― ¿Vagando por el castillo a estas horas? ¿Hay alguien cerca?
― No… creo que… ¡Diablos, Quejicus se le acerca! ¡A veces pienso que puede olerla!
― Para algo debe servirle semejante nariz, ¿no creen? -comentó Sirius entre risas.
― Seguro que intentará disculparse nuevamente -apuntó Remus.
James se incorporó de un salto, se alborotó el pelo y recorrió la habitación como una flecha.
― ¡Buena suerte! -le gritó Sirius.
― ¡Ánimo, Cornamenta! -rugió Remus.
― ¡Tu puedes! -chilló Peter.
En cuanto los atropellados pasos de James dejaron de oírse, los tres se miraron
― No lo logrará -dijo Sirius.
― Por supuesto que no lo hará -afirmó Remus.
― Volverá a rechazarlo -se convenció Sirius.
― No tiene chances -dijo Remus.
― Ni una sola -completó Peter Pettigrew.
Remus y Sirius lo miraron.
― Eres un maldito traidor, Peter -dijeron con una sonrisa.
Colagusano se encogió de hombros y los siguió hacia el Gran Salón sin sospechar que, después de todo, sus amigos tenían razón.

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