Fanfic: ‘La Visita del Padrino’

[NOTA: Para festejar mi cumpleaños (de paso, muchas gracias por todas las felicitaciones que dejaron en el post que hizo DrHallows al respecto), decidí escribir este relato -que contiene spoilers del séptimo libro– acerca del primer encuentro de Harry Potter con su ahijado Teddy. Esta historia es una viñeta o one-shot, lo que significa que no tendrá secuelas ni nada por el estilo. Se relaciona con mi fanfic, pero no hace falta haberlo leído para comprenderla.

También quiero contarles que a partir de ahora publicaremos todas las semanas un relato de fan fiction de alguno de nuestros lectores. Pueden ser sobre cualquier tema o personaje de la saga, y pueden trascurrir en cualquier época. Si desean participar, manden sus historias a a bloghogwarts@gmail.com]

Para su segunda visita a la casa de Andrómeda Tonks, Harry eligió Aparecerse. Se trataba de un compromiso que el joven deseaba postergar el mayor tiempo posible, pero que estaba conciente de que no podía evitar para siempre. Habían pasado casi dos semanas desde la batalla final y la muerte de Lord Voldemort, así como las de más de un centenar de personas -sumando las bajas de un bando y del otro- entre las que se hallaban Remus y Nymphadora Lupin, yerno e hija de Andrómeda.

Se trataba de la tercera vez que Harry veía a la hermana de Bellatrix Lestrange y Narcisa Malfoy. La primera había sido tras la tremenda batalla aérea en la que Ojoloco Moody fue asesinado y en la que George Weasley perdió su oreja. La segunda había sido durante el funeral de Remus y Nymphadora, en Hogsmeade. Andrómeda había ido sola al evento, dejando a su nieto Teddy al cuidado de una amiga, y Harry le había prometido pasar por su casa en cuanto tuviera oportunidad. La madre de Nymphadora, en apariencia imperturbable, había asentido con calma.

Ahora Harry golpeó la puerta de la casa que había sido de Ted y Andrómeda Tonks antes de que Ted tuviese que pasar a la clandestinidad para escapar del régimen de Lord Voldemort, para luego ser asesinado. Ahora solamente Andrómeda era la única dueña de la casa, y la habitaba sola con su nieto.

Andrómeda parecía un poco más animada, menos tensa que en el entierro. El dolor seguía presente en sus ojos, pero estaba claro que la mujer había resuelto dominarlo para poder cuidar mejor de Teddy. La casa tenía muchas fotos de Nymphadora y Ted, así como varias más recientes de Remus.

-¿Has visto fotos de mi nieto, cierto? -preguntó Andrómeda mientras lo llevaba al cuarto de Teddy.

-Sí, Remus me mostró una la noche de… -Harry no quiso completar la frase.

-Él llevaba esa foto de Teddy consigo a todas partes durante las semanas posteriores a su nacimiento -dijo Andrómeda tranquilamente, como si rememorase algo ocurrido décadas antes-. Siempre que podía encontraba una excusa para mostrársela a cualquiera. No obstante, te diré que el efecto de ver a mi nieto es más sorprendente en persona que por medio de una fotografía.

Y apenas Harry pudo ver a su ahijado, entendió a qué se refería. El cabello del pequeño Teddy, de un color castaño similar al de su abuela -que parecía ser el color natural- cambió a un tono violeta y luego al verde durante el largo rato que lo estuvo observando. Andrómeda más tarde le explicó que estos cambios de color se debían a las emociones que el niño experimentaba. Cuando estaba despierto y lloraba, su pelo se volvía azul oscuro, y por eso cuando su pelo se ponía de ese color o bien de algún color similar -como el violeta o el celeste- durante su sueño, Andrómeda sospechaba que estaba teniendo una pesadilla. Pero si bien ese detalle atrajo mucho su atención, Harry quedó luego embelesado ante lo parecido que era Teddy a su padre. Era casi doloroso ver los rasgos de su querido ex profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras reproducidos tan fielmente en los de su hijo dormido.

«Ojalá pudiese ahorrarte todo el dolor que sentirás siendo un huérfano, Teddy», pensó Harry. «Tu abuela y yo podremos evitarte parte de él por un tiempo, pero no todo. No todo, mi querido ahijado. Te prometo que haremos lo posible».

Parpadeando para apartar las lágrimas, Harry se inclinó para depositar un suave beso en la frente de su ahijado y luego se dispuso a irse. Ya tendría tiempo de sobra para ver a Teddy, y tenía asuntos importantes que discutir con la señora Tonks. Andrómeda y él salieron silenciosamente del cuarto del bebé y retornaron al comedor, donde tomaron asiento.

-Señora Tonks…

-Puedes llamarme Andrómeda, Harry. Sé que nos conocemos muy poco, pero considerando que tú y yo somos los últimos parientes que le quedan a Teddy, creo que eso acabará por cambiar con el tiempo.

-Está bien, Andrómeda. Como debes suponer, no solo vine para conocer a mi ahijado, sino también por el testamento de Remus y Nymphadora. No pude estar presente cuando lo leyeron, pero me dijeron que ellos me nombraron tutor legal de Teddy, en caso de que algo te ocurriese a ti y fueses incapaz de cuidarlo.

-Sí, así es.

-Bueno, estoy aquí para asegurarte que estoy dispuesto a respetar ese arreglo. El lugar de Teddy es contigo, su última familiar biológica. Pero eso no significa que no quiera tener un papel en la crianza del niño. No pienso desentenderme de él.

-Gracias, Harry -dijo Andrómeda sonriendo cálidamente.

-Lo único que te pido es que me dejes malcriarlo un poco. Ya sabes, comprarle regalos costosos, darle golosinas, enseñarle a volar en escoba…

-¡Ah, qué suerte que lo mencionaste, Harry! ¡Hace meses que no he podido darte…! ¡Espera aquí! -exclamó Andrómeda de repente, saliendo del comedor. Harry la esperó, intrigado, hasta que la señora Tonks regresó llevando en sus manos…

-Creo que esto te pertenece, Harry -dijo Andrómeda mientras le tendía su vieja Saeta de Fuego, que el joven creía perdida durante la batalla aérea del año anterior.

Andrómeda se deleitó viendo cómo la expresión de Harry pasaba de la curiosidad a la alegría de forma tan repentina. Por un instante, Andrómeda pudo ver al chico de diecisiete años que Harry Potter era, y no al líder en el que se había convertido tras la batalla final, y se sintió conmovida. «Â¡Qué pocas ocasiones habrá tenido de sentirse como un chico normal en estas dos semanas!», pensó mientras observaba a Harry tomar la escoba casi con reverencia.

-¿Cómo la encontraste? -preguntó Harry al cabo de unos momentos de silencio.

-Una vecina mía la encontró en su jardín el día de la batalla. Y una semana después fui a visitarla y me la mostró, diciendo que era «la escoba más rara que había visto en su vida». Por suerte la reconocí de inmediato, le eché un Confundus a la vecina y traje la Saeta de Fuego a mi casa.

-Gracias, Andrómeda, muchas gracias -dijo Harry-. Creo que es el único regalo de mi padrino Sirius que me queda. El espejo que me dio para comunicarme con él y la navaja para abrir puertas se rompieron. Durante estas dos semanas, por algún motivo, nunca quise conseguirme una escoba nueva, sino que viajaba a todas partes Apareciéndome, o por Traslador o por la Red Flu. Supongo que había una parte mía que siempre supo que la Saeta se había salvado.

-Pues entonces cuídala bien -dijo Andrómeda cariñosamente.

Y pese a que el viaje era mucho más largo así, Harry Potter regresó en su Saeta de Fuego al número doce de Grimmauld Place, disfrutando del dulce olvido de sí mismo que le proporcionaba volar en escoba.

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Autor Cepion

Argentino, nacido en 1986.

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