Libros Anexos de Harry Potter 22/24: ‘Babbitty Rabbitty y su Cepa Carcajeante’

El cuento número cuatro de Los Cuentos de Beedle el Bardo, Babbitty Rabbitty y su Cepa Carcajeante, continua en nuestra cronología de libros anexos de Harry Potter.

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Hace tiempo vivió un Rey idiota que pensaba que sólo él debía poder usar magia, por lo que mando a cazar a todas las brujas, mientras que hacía un anuncio de que buscaba alguien que le enseñara magia. Por supuesto, ningún mago fue a enseñarle, ya que se habían escondido para no ser capturados, pero un charlatán, sin magia, vio ahí su oportunidad de oro. Utilizando fáciles trucos, convenció al rey, que de inmediato lo convirtió en Hechicero Mayor y Profesor Particular de Magia del Rey.

El charlatán le pidió al rey varias cosas de valor para que pudiera comprar artículos mágicos. Obviamente, guardó todas esas cosas en su casa y volvió al palacio, sin saber que una anciana lo observaba. Babbitty, que era la encargada de lavar la ropa de cama del palacio, vio por detrás de unas sabanas tendidas, como el charlatán rompía dos ramitas de un árbol antes de regresar al castillo.

Al darle las ramas al rey, el charlatán le dijo que sólo funcionarían cuando fuera digno de ellas. Así, todos los días salían al jardín a agitar las varitas. El charlatán mantenía convencido al monarca con más trucos tontos. Una de mañana mientras practicaban, escucharon a Babbitty reír de tal manera que sus piernas no la sostenían. El rey sintió herido su orgullo, por lo que le dijo al charlatán que al día siguiente invitarían a la corte para que lo vieran realizar magia. El charlatán supo que era hora de huir, pero el rey le dijo que si abandonaba el palacio, sus cazadores de brujas lo perseguirían y si al día siguiente alguien se reía de él, le cortaría la cabeza.

El charlatán quedo solo y asustado, ya que no podía huir y menos hacer magia para ayudar al acto del rey. Su única solución fue desahogarse con la lavandera. Al asomarse por la ventana, vio a Babbitty limpiar una varita y detrás de ella, las sabanas se lavaban solas. El charlatán le dijo que si no lo ayudaba, la acusaría y sería despedazada por los sabuesos del rey. Babbitty sonrió y le dijo que lo ayudaría.

Durante la exhibición del rey, Babbitty se escondió tras un arbusto. El plan era que ella hiciera los hechizos que el rey quisiera, con la esperanza de que no intentara hacer alguno que Babbitty no pudiera realizar. Así, Babbitty hizo que el rey desapareciera un sombrero e hiciera volar a un caballo.

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El capitán de su brigada de cazadores le dijo que reviviera a su sabueso. Babbitty no se molesto en levantar la varita. No había hechizo que pudiera resucitar a los muertos.

Al ver que el perro no se movía, el público empezó a susurrar y luego a reír. El rey le reclamo al charlatán, y éste usó su última artimaña: Señaló el escondite de Babbitty y dijo que era ella quien bloqueaba los hechizos del rey. Babbitty salió corriendo del arbusto y la Bragada de Cazadores de Brujas fue tras ellas. La bruja se esfumó tras un seto, y cuando todos atravesaron el seto, vieron que los sabuesos ladraban y escarbaban alrededor de un árbol viejo y retorcido.

El charlatán dijo que Babbitty se había convertido en árbol, por lo que debían cortarlo. Cortaron el árbol, pero cuando se disponían a volver, escucharon fuertes risas y la voz de Babbitty diciendo que no podían matar a un mago cortándolo por la mitad, que podían comprobarlo cortando al Hechicero Mayor. El capitán de la Brigada se dispuso a hacer el experimento, pero el charlatán confesó todo, por lo que se lo llevaron a la mazmorra.

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Babbitty les dijo que por partir a una bruja a la mitad, le había caído una maldición al reino y cada que mataran una bruja o maga, sentirían un hachazo en el costado, de dolor tan agudo que sólo desearían morir. El Rey le dijo que emitiría un comunicado para proteger a los magos y brujas, para que pudieran practicar su magia en paz. Por último, Babbitty les dijo que debían hacer una estatua y ponerla sobre el ella, es decir el árbol cortado, para que siempre recordaran su estupidez. El rey accedió, y prometió contratar al escultor más importante del reino para que hiciera la escultura en oro macizo.

Cuando los jardines quedaron vacios, de un agujero que había en le árbol salió un robusto y bigotudo conejo con una varita mágica en los dientes. Babbitty abandono los jardines dando brincos; y ahí, sobre la cepa se colocó una estatua de oro de una lavandera y en ese reino jamás se volvió a perseguir a ningún mago ni a ninguna bruja.

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Autor Whitzard

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