Minirrelato: Entre gnomos y calabazas

Concursos, Relatos

Me complace presentarles uno de nuestros cinco relatos ganadores del Concurso de Minirrelatos Mágicos, evento organizado por BlogHogwarts, bajo el auspicio de Editorial Aladena y la escritora Lourdes Fernández, con su novela El Club de los Detectives Incomprendidos.

Disfruten con su lectura y coméntenlo a continuación.

Calabazas

Entre gnomos y calabazas

Por Daniel Centeno

La pequeña Rose y su padre volvían a casa luego de una larga jornada en el jardín. Estaban sucios y algo desaliñados, pero aun así se les veía contentos. Entraron en casa dejando una estela de mugre sobre el pulido piso de madera, a la pequeña pelirroja le encantaba ensuciarse y su padre -un aficionado a la horticultura- le proporcionaba toda la tierra y suciedad que podía desear. Ambos eran muy unidos y, ahora que Rose estaba de vacaciones, se pasaban todo el tiempo juntos. Era difícil imaginar al uno sin el otro. Luego de entrar, el padre bajó al sótano y dejó ahí los implementos de jardinería; cuando volvió encontró a su hija en la cocina, encaramada  en el fregadero, mirando hacia afuera.

— Baja de ahí, Rose — ordenó el padre, a la vez que se limpiaba las manos con un trapo —, debes darte un baño.

— No, no quiero. Yo quiero ver como crecen los «vegetables» — la pequeña tenía los ojos brillosos, una lágrima se escurrió por su carita pecosa, describiendo un camino por la suciedad de su rostro.

— ¡Oh, cariño! ¡Todavía falta un tiempo para que crezcan! — tomó una servilleta de la cocina y limpió la faz de su hija — No te preocupes, si te das un baño te dejaré jugar con el ordenador de mamá. ¿De acuerdo?

— Está bien — accedió compungida — pero luego me leerás ¿cierto?

— Desde luego, cielito. — le dedicó una sonrisa y con un gesto de olvidadizo añadió —  ¿Recuerdas dónde quedamos la última vez?

— ¡Vamos a empezar El Cáliz de Fuego! — respondió emocionada.

— ¡Cierto! ¡qué tonto soy! — dijo llevándose una mano a la cabeza, sobreactuando, provocando las risas de la chiquilla.

Después del baño y luego de merendar, la pequeña Rose exigió a su padre que cumpliese lo prometido. Sin más remedio, el padre encendió el ordenador y colocó un juego de muñecos animados. La madre de Rose no estaba en casa, había salido desde temprano al Juzgado, para tratar un caso (era abogada), por lo que llegaría entrada la noche. Rose estuvo jugando cerca de una hora. Sintiéndose aburrida, decidió que iría en busca de su papá para hacerle compañía mientras trabajaba. Subió corriendo las escaleras, cuando llegó al primer rellano vio la puerta entreabierta, se acercó en silencio y observó por la rendija. El respetable Doctor Rye estaba frente a su portátil con expresión concentrada y con las gafas a media nariz. Sin embargo, el Dr. no estaba trabajando. Hace un par de años, un jovencito que tenía cáncer, y a quién él salvó, le obsequió -a forma de pago- un ejemplar de Harry Potter y la Piedra Filosofal; el académico en aquel momento lo leyó por mera gentileza, aunque quedó encantando con la trama. Desde entonces había leído (dos veces) la saga completa y ahora leía los libros con su pequeña hija de 7 años.

El Dr. Rye había terminado de trabajar y ahora estaba entretenido en su pasatiempo favorito: navegar en los foros y las webs de Harry Potter. En Venezuela, su país, habían pocos colegas suyos interesados en leer textos extra-cátedra — ¡y menos de ese tipo! —; tampoco había muchas webs sobre las aventuras del joven mago, salvo una que le gustaba mucho -Blog Hogwarts-, que era un blog hecho por fans hispanos. Ahora mismo se encontraba en una de las secciones más populares de la web: Recetas Pottéricas.

— ¿Qué haces, papi? — Rose entró corriendo a la habitación y con agilidad se acomodó en las piernas de su padre.

— Estaba trabajando, cariño… — dijo, algo entusiasmado — pero ahora estoy descansando, mira — señaló con el índice una imagen en la pantalla. — son las comidas del Gran Comedor, las que comen Harry y sus amigos.

La pequeña observó los manjares que su padre le mostraba, en cuyas imágenes pudo ver tartas de melaza, empanadas de calabaza, varitas de regaliz, cerveza de mantequilla y jugo de calabaza; logró que su padre prometiera prepararle alguno de los bocadillos que había visto. El Doctor pensó que sería buena idea intentarlo y ahora que habían sembrado Auyamas (calabazas) en el jardín, no tendría problemas.

 

Los días pasaron y los vegetales crecieron satisfactoriamente. Rose se había encargado de regarlos a diario, ya que su padre estaba en el hospital (o como decía él, San Mungo). Un buen día, en que Rose estaba regando las zanahorias, vio un brote de color diferente, era violeta y estaba lejos de ser una planta, pero cuando intentó cogerlo desapareció dejando un agujero en la tierra, la muchacha estaba desconcertada…, otro día habría jurado que las remolachas dijeron una palabrota. La niña informó a su padre lo sucedido, quien pensó que su hija había imaginado todo lo ocurrido.

Ese fin de semana, el Dr. estaba en casa, los vegetales habían crecido bastante y las calabazas, en particular, se antojaban sanas y apetecibles; el Doctor tomó una y para su sorpresa estaba agujereada y emitía un leve ronquido.

— ¿Qué es papá? ¿Qué tiene? — inquirió Rose

— Parece que hay algo dentro, tal vez sea un animal. Hazte para atrás — ordenó y contra toda lógica metió un dedo.  — ¡Aaaaah, algo me mordió! — en su dedo se veían pequeños agujeros que sangraban, por instinto se llevó el dedo a la boca.

— ¿Qué sucedió? — las voz llegó por encima de la valla. La cabeza de un viejo estrafalario, con un sombrero de copa, los miraba.

— ¡Ah, vecino, es usted!  — dijo sorprendido — algo está dañando mis verduras y acaba de morderme.

Rose tomó la calabaza y la arrojó contra una roca. La calabaza se partió por la mitad y de adentro salió un hombrecillo de unos 30 centímetros, con una enorme cabeza, maldiciendo y profiriendo vulgaridades, era extremadamente feo. Rose y su padre se quedaron atónitos. El vecino, por su parte, apenas se inmutó. Sacó una varita y apuntó al gnomo. Éste quedó suspendido cabeza abajo, maldijo por unos segundos y se quedó inmóvil.

— Es la mejor manera de desgnomizar un jardín. Ha sido mi culpa, mandé a buscar unas mandrágoras y creo la plaga vino con ellas. Si siguen dándoles problemas, temo que necesitarán un jarvey…

[NOTA: La imagen fue recortada de su original del blog Los profes del maíz.]

 

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Autor Aura Zephyr

Blogger, enamorada de los libros y de las peliculas de aventuras y de fantasía épica.

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