Fan Fiction: Harry Potter, Porno y Copyright

Los fanfics son relatos inspirados en libros, películas, series de televisión, mangas o videojuegos, escritos por los seguidores de los originales. Continuaciones, historias alternativas, crossovers y cualquier cosa que los fans sean capaces de elucubrar, basándose en las concepciones originales de los creadores, tiene cabida en el universo del fanfiction. El portal de Internet más importante del género, Fanfiction.net, aloja en la actualidad (se inauguró en 1998) más de dos millones de creaciones derivadas escritas en treinta lenguas. Harry Potter encabeza la lista con setecientos mil relatos, seguido de cerca por los cientos de miles de Crepúsculo y El Señor de los Anillos.

En la red también se pueden encontrar parodias de Cien años de soledad o fragmentos del diario de Rob, el protagonista de Alta fidelidad. Por haber, hay casi de todo en este género (lo es en sí mismo) que permite desarrollar la vena literaria de los espectadores que no se conforman con el consumo pasivo y prefieren ajustar cuentas con sus historias favoritas a golpe de teclado. Se desquitan de finales decepcionantes, de las tramas que les aburrieron o de las que nunca se abrieron. Aunque en lo que son expertos muchos de los fandoms que se escriben fanfics es en conseguir que los personajes vayan al grano. En el universo del fanfic abundan los relatos en los que se resuelven tensiones sexuales insatisfechas: besos entre Hermione y Ron que se convierten en un cuerpo a cuerpo salvaje en relatos tipo lemon, que es como se califican los fanfics eróticos, un slash (relato de fanfiction homosexual) entre Harry y Malfoy, y hasta historias tipo twincest protagonizadas por Fred y George Weasley. El universo de Harry Potter ha resultado ser de lo más proclive al erotismo. Su autora original, J. K. Rowling, impone como condición para que un relato de fanfic reciba su bendición que no incluya pornografía ni contenido xenófobo. En sus comienzos persiguió a los escritores de cualquier tipo de ficción alternativa de su obra, tratando de prohibirlos. Pero, al recibir el azote de sus seguidores, decidió enviar un comunicado en el que aseguraba apreciar lo enriquecidor que podían llegar a resultar, permitiendo incluso su publicación, como en el caso de James Potter y la encrucijada de los mayores, de G. Norman Lippert.

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Pero por mucho que ponga en la portada de un fanfic publicado, la verdadera autora de cualquier ficción basada en Harry Potter es J. K. Rowling. Las actuales leyes decopyright convierten al verdadero autor en dueño y señor también de las obras derivadas, lo que se traduce en el control o restricción de su publicación y distribución. Acogiéndose a este derecho, no son pocos los autores que se han encargado de cortarles las alas a los creadores de relatos inspirados en sus obras, a pesar de que la mayor parte del fanfiction se publica en Internet sin obtener por ello ningún lucro de tipo económico. Una de las mayores enemigas es la escritora Anne Rice, que dirigió una polémica carta a sus fans para dejar clara su postura. Pero la reacción general por parte de los creadores hacia los derivados de sus obras tiende a ser positiva, sea porque realmente los consideran enriquecedores o porque no quieren tener mala imagen frente a sus fans. Además, que lo novedoso no es el concepto defanfiction, sino el de la propiedad intelectual sobre un contenido de ficción.

Antes de que las leyes del copyright acotaran las fronteras, las historias no pertenecían a nadie, eran un bien común de la cultura popular. Los libros eranfanfiction en sí mismos, desde el primero de ellos: La Biblia. Mateo, Marcos, Lucas y Juan escribieron los mismos hechos ocurridos a los mismos personajes pero con diferencias en su estilo y en partes de la narración que convierten los evangelios en obras diferentes. También los griegos recopilaron en papel mitos de héroes populares y criaturas mitológicas que se transmitían de boca en boca, con el consecuente efecto del teléfono escacharrado que aportó las diferencias entre unas obras y otras. Ejemplos de ello son los libros basadas en La Ilíada y La Odisea o las desiguales versiones de mitos como el de Edipo por parte de los autores de la época.

El segundo paso que convirtió el hecho de retomar el universo creativo de una obra para reconstruirla o ampliarla en fanfiction fue la aparición de los fans a finales del siglo pasado. Jane Austen fue pionera en acumular seguidoras que la idolatraban, y también en ver cómo éstas se apropiaban de sus mundos imaginados y personajes. El grueso fuerte de las autodenominadas Janeites publicó en 1913 una novela inspirada en las de su autora favorita. Las historias de Sir Arthur Conan Doyle fueron otras de las que acumularon fans, que se agruparon en sociedades con base en ciudades como Londres o Nueva York. Los seguidores de los originales formaron grupos de debate, crearon un periódico y un club de escritura de versiones de las aventuras de Sherlock Holmes. Aunque el verdadero boom del fanfiction tuvo lugar entre los años 30 y 50, en paralelo al de la ciencia ficción. Entre las ordas de fans que se lanzaron a escribir ficciones alternativas para los fanzines de género se encontraba el que terminaría convirtiéndose en maestro de la ciencia ficción, Isaac Asimov, demostrando que las fronteras entre el fan y el autor pueden ser permeables.

El abaratamiento de los costes de impresión y, sobre todo, la aparición de Internet, supusieron el gran avance para el fanfiction puro, el de los continuadores de historias que carecen de pretensiones económicas al escribirlos. Su realización tiene que ver con deseos y satisfacciones de índole personal para sus autores. Muchos de ellos aseguran simplemente estar aprendiendo a escribir. Lo que hacen al escribir fanfiction se puede asemejar a lo que hace un grupo de adolescentes aspirantes a banda de rock al juntarse para tocar las canciones de Nirvana. En ambos casos, se trata de gente aprendiendo a través de lo que han hecho otros antes y a lo que quieren parecerse.

Se dice que el buen alumno siempre acaba superando al maestro, y algo así ocurrió cuando un fanfic se comió al libro original. El fenómeno lo protagonizaron dos recientes novelas superventas: Crepúsculo (la obra germen) y Cincuenta sombras de Grey (su derivado). La autora del best seller mundial que narra las tórridas aventuras sexuales de Anastasia y Christian Grey, E. L. James, empezó su andadura en una página de ficción de fans de la saga Crepúsculo. Tomó prestada a su pareja adolescente protagonista, les puso unos cuantos años y les cambió de entorno. Recogió los mimbres de su relación, basada en un deseo peligroso y culpógeno, y subió las dosis de erotismo. Lo que salió de la coctelera se convirtió en el mayor éxito editorial del lustro. Una trilogía literaria que ya va camino de la gran pantalla y que, independientemente de su calidad, ha salvado de la quiebra al sector editorial, gravemente enfermo por la crisis.

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Aunque se rumorea que Cincuenta sombras de Grey pasó por un proceso de chapa y pintura editorial para saltar al gran mercado desde la red, en su germen como fanfictenía ya algo que arrastró a hordas de lectoras: el sexo pornográfico. Resulta llamativo que la gran mayoría de los fanfics los firmen mujeres jóvenes, y también son ellas sus mayores lectoras. Da la sensación de que la pornografía en la palabra escrita funciona como una expresión del deseo mayoritariamente femenino. Son las mujeres las que lo promulgan a través de la escritura y lectura de relatos en los que la realización del deseo nunca tiene lugar entre dos personajes extraños. Son historias de cama entre dos personas que a la que lo está leyendo y, sobre todo, a la que lo escribe, le importan. Y es así porque son personajes a los que conoce de sus aventuras anteriores, las originales, con atracciones y deseos gestados en el tiempo. Ese conocimiento marca la diferencia con la sensación que provoca encontrarse con los dos extraños de una película pornográfica, que sólo tienen capacidad de excitar por la atracción que despiertan sus cuerpos. El sexo del fanfic recupera todo lo que se ha perdido en el porno mainstream, reducido a clips de escasos minutos sin preámbulos desde la irrupción de Internet. La pornografía del fanfic la protagonizan personajes por los que se siente un fuerte vínculo emocional, tal vez una de las claves para despertar y expresar el deseo de las mujeres, sobre todo el de las más jóvenes.

Internet también es el culpable de la popularización del tramposo concepto de la cultura libre. Los sistemas tecnológicos actuales, con libros en formato epub que ofrecen infinitas posibilidades de duplicación, han reabierto el debate sobre la originalidad que suscitó la irrupción de los vaciados de Rodin. En palabras del adalid de la comunicación transmedia Henry Jenkins, el fanfiction es «un modo de conectar la tradición oral clásica con los ‘mitos’ actuales procedentes de otros soportes». Exactamente lo mismo que ocurrió con las posibilidades de reproducción del arte escultórico. Y, de la misma manera que entonces, la originalidad de las obras está en entredicho.

Nos encontramos en un punto de la historia en el que hemos acumulado el suficiente material cultural del pasado para que los fans lo remixeen indefinidamente. Con destreza, pueden llegar a convertirlo en un material nuevo que entre en el circuito de la cultura y haga olvidar al anterior, como ocurrió con Cincuenta sombras de Grey (la editorial se ha encargado de que el pasado fanfic de la historia quede ensombrecido). Entonces los fans se convierten en los creadores y el material derivado, en el nuevo original. Esto puede acarrear el peligro de que la industria cultural deje de necesitar crear nada nuevo. También el de que la industria deje de requerir una firma para sus contenidos. Durante siglos, las historias no pertenecieron a nadie. La evolución hizo que a los autores se les considerara sus dueños, y el capitalismo otorgó la autoría a las corporaciones que los distribuyen. El fanfiction puede ser la herramienta que facilite esa vuelta atrás hacia el concepto de cultura popular. Las historias, los mitos, volverían al lugar del que salieron: el pueblo anónimo.

Columna original de Carlos García Miranda

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