Opinión: «El mundo de los clubes de fans»

Sobre gustos no hay nada escrito… aunque a veces uno piensa que sería momento de empezar a escribir algo. Todo bien con la Beatlemanía y hasta inclusive con la “iglesia maradoniana”, pero ¿cómo se explica que exista, por ejemplo, un fan declarado de Wanda Nara? Si es un apasionado, tiene alguna tendencia a agruparse, y está pensando en armar algún “club de fans”, le damos un consejo: evite el ridículo. No es necesario hacer largas vigilias afuera de un hotel, realizar promesas absurdas, ni escracharse con un tatuaje del que se arrepienta: existen otras formas de ser fanático. Mire la historia que sigue.

En el Club de los amigos del Dodge hacen un culto a la amistad, intercambian información sobre su objeto más preciado a través de un foro y hasta se prestan partes del auto de manera desinteresada. También realizan viajes por la Argentina, matean al costado de la ruta y organizan convenciones anuales en donde se juntan los “Dodge fans” de todo el país. A veces, sólo a veces, hablan de otras cosas que no sea de sus autos. Andrés José Guilino, 30 años, tipo fornido y empleado público es parte del club y un fanático de la marca. Sin embargo, reniega del mote: “club de fans suena muy gay” dice; “es un club de amigos”.

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Andrés es una de las 300 personas que conforman el club: un grupo de apasionados por la marca Dodge, de los viajes, de los asados y de dar la vuelta del perro los domingos para exhibir su joya recién lavada. Cosa de machos. Aunque no todos lo sean: también está Mirtha, una mujer cuarentona que deja al marido en la casa para viajar a Mendoza, La Pampa, Córdoba o donde sea en alguno de los cuatro Dodge que tiene. “Les pone nombres a sus coches y arma y desarma sus autos como si fuera mecánica” cuenta Andrés mientras lustra con Blem el tablero de su auto.

Para Pierre Bourdieu, las necesidades culturales de las personas son producto de la educación que consiguieron. Según el sociólogo francés, las prácticas culturales y las preferencias correspondientes, están ligadas al nivel de instrucción y en segundo lugar al origen social. Los integrantes del club del Dodge rompen con esta idea de asociar ciertos gustos con determinadas clases sociales. Lo único que tienen en común es que comparten la pasión por la marca. Después de eso, el grupo es de lo más heterogéneo. Hay desde abogados hasta mecánicos. De metaleros a cumbieros. Hombres a los que les gusta el fútbol y otros a los que no. Imaginen lo diverso que es el grupo que, la primera vez que Andrés se sumó a “Dodge Tech” -el foro que reúne a los adeptos para compartir información y repuestos-, fue en un Ford Falcon del padre.

“A veces iba en Dodge” dice Andrés; en “Dodge patas” -agrega entre risas-.

El día que pudo comprarse su coupé GTX, en el grupo se festejó como un gol en tiempo de descuento, o como un campeonato de Dodge en Turismo Carretera para ser más específicos: “estaban más contentos que yo”, recuerda Andrés. Con dedicación y dinero la fue restaurando y hoy su nave brilla por donde se la mire. Para que siempre se vea reluciente le pone silicona a las ruedas y por supuesto que nunca falta el perfumito de pino colgado en el retrovisor. Sin embargo, Andrés considera que el auto está para disfrutarlo: “No tengo drama con que la gente se suba fumando y también se puede comer arriba del auto”, dice Andrés; “a lo sumo después se lava y se le pasa la aspiradora” agrega.

En el club de amigos, Andrés no sólo encontró un grupo de gente con quien compartir este gusto particular. También descubrió grandes amistades y no deja de sorprenderse con gestos de personas que no conocía hasta que el “Dodge” los unió: a la altura de Olavarría, y otra vez en la Patagonia, Andrés rompió diferentes piezas de su auto. Conectados a través del foro, dos personas sacaron las piezas de su coche y se quedaron a gamba para que él pudiera continuar con su aventura.“Esas cosas son impagables” dice Andrés; “después de esos gestos, indefectiblemente ganás un amigo al que estás obligado a verlo de nuevo para devolverle el repuesto” agrega.

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La socióloga Paula Cuestas, en su tesis de grado, estudió los comportamientos de los fanáticos de Harry Potter. En su trabajo etnográfico pudo comprobar que existen dos tipos diferentes de apasionados. Algunos tienen un fanatismo previo, y otros lo desarrollan una vez que se unen a un grupo que los representa: “los líderes suelen ser aquellos que traían el fanatismo previamente” dice la socióloga; “el resto retroalimenta su pasión a partir de los lazos que generan en el grupo”.

Para escribir “El Hobbit” y “El señor de los anillos”, Tolkien imaginó un mundo: Creó personajes, paisajes y hasta un idioma. Lo que nunca pudo imaginar el escritor fue que en La Plata iba a existir un grupo en donde sus fanáticos se disfrazan de “elfos” y cocinan los platos de sus libros, y que hasta exista una traductora del idioma que se habla en las novelas. Todo eso pasa en el grupo de Tolkien fanáticos de La Plata.

El psicólogo Alfonso Carmona explica las necesidades de las personas de juntarse entre pares: “todo ser humano es en principio un ser social” dice el psicólogo; “necesita de los grupos de pertenencia para, precisamente, pertenecer a algo del mundo, ser parte del mundo” agrega. En los grupos de pertenencia existen pensamientos compartidos, sentimientos, emociones y experiencias similares, “se lo denomina “sentimiento común” o “sentimiento colectivo” dice Carmona.

Nicolás Fleming, 33 años, analista en sistemas y estudiante de historia, es uno de los fundadores de “Smial I-Telpë”, la filial de fanáticos de Tolkien en La Plata. Para él, no es un club de fans, sino más bien una asociación literaria. Desde 2001 se reúnen mensualmente para debatir sobre las obras, compartir opiniones y diferentes puntos de vista: “Escuchar diferentes interpretaciones es una manera de enriquecer la lectura” dice Nicolás.

LA NOCHE DE LOS BARDOS

Pero la cosa no queda ahí. También realizan eventos donde tratan de reproducir todo lo que pasa en el fantástico mundo de Tolkien. En lo que denominan “la noche de los Bardos” realizan un fogón, preparan lemba -el pan de los elfos- leen cuentos y tocan canciones de las obras de Tolkien: “Led Zeppelin tiene muchas canciones inspiradas en él” dice Nicolás. Las veces que se disfrazan, Nicolás Fleming suele hacerlo con el traje de “Mago Azul”: uno de los buenos que, en el universo ficticio de Tolkien, es enviado a la Tierra Media para ayudar a todos los pueblos libres en su lucha contra las huestes de Sauron. Para ello, apenas necesita una capa azul: grandote, barbudo y con pelo largo, Fleming parece sacado de alguno de los libros de Tolkien.

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Carmona explica esta excentricidad: “a medida que uno va perteneciendo a ciertos grupos, se va identificando con ciertas insignias: la casaca del club de fútbol, el domingo de shopping, la cara del Che. Esta “identificación” va a ser para Freud algo fundamental para pensar el fenómeno del fanatismo. ¿Qué es identificarse? Tomar, copiar o imitar algo perteneciente al otro, hacerlo propio, hacerlo carne en uno mismo” dice Carmona.

En el afán de compartir sus preferencias literarias, y de sumar adeptos al club, los fanáticos de Tolkien de La Plata una vez al año realizan un evento público donde le muestran a la sociedad todo lo que sucede detrás de la obra del autor: “armamos stands de comidas, artesanías propias de los Hobbits y compartimos cuentos” dice Nicolás. Durante el auge de las películas de “El señor de los Anillos” llegaron a ser setenta miembros; hoy son quince, aunque bien organizados: realizan elecciones anuales para renovar las autoridades. En los papeles, Nicolás es vicepresidente.

Sandoval, el personaje que encarna Guillermo Francella en la película “El secreto de sus ojos”, tiene una frase memorable en alusión al fanatismo: “El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Lo único que no puede cambiar es la pasión”. Menos mal que en el film estaban a la búsqueda de un hincha de Racing y no de Julia Pezzani, 16 años de edad y 5 como fanática de Justin Bieber. De haber tenido que guiarse por el fanatismo de Julia, nunca la hubiesen encontrado. De a poco, la locura de Julia por Justin se empieza a diluir: “dejé de pertenecer al club de fans porque ya no me interesaba tanto Justin Bieber y ya no tenía ganas de estar tan metida en el grupo”, dice Julia.

Organizados a través de Facebook, el fans club oficial de Justin Bieber en Argentina reúne a más de 32.000 seguidores: “en 2010 fui a un encuentro en el Obelisco y me dieron una credencial en el que ponías tus datos y te anotaban como miembro del club” dice Julia; “gasté mucha plata en cosas que me arrepiento porque nunca las usé y tampoco las voy a usar: pulseras, remeras, posters, revistas, de todo” agrega.

La figura del ídolo, según el licenciado en Psicología Alfonso Carmona, viene a representar en nuestro psiquismo a la persona que deseamos ser: “Freud dice que el ídolo es un representante de nuestro ideal y de aquél que está en el orden de la perfección” dice el licenciado Carmona (MP 53964). “Se lo admira como a un padre o como un ejemplo a seguir porque goza de lo que nosotros no podemos gozar o porque es lo que no podemos ser” agrega.

FANATISMOS PASAJEROS

Para suerte de los padres, los de Julia y los del resto, hay fanatismos pasajeros que tienen que ver con un momento particular de la vida y que paulatinamente empiezan a desaparecer. A pesar de que en la actualidad Julia ya no se considera una fanática, aún recuerda las épocas en las que tenía su habitación decorada con merchandising de Justin Bieber y todavía siente cariño por el cantante canadiense: “me siguen gustando sus canciones y obviamente que presto atención cuando veo que sale alguna noticia relacionada con él” dice Julia; “mis padres no estaban muy de acuerdo con que apoyara tanto a un famoso que no conocía, ni que lo defendiera como si fuese parte de mi familia” agrega.

Si hablamos de fanatismos juveniles, el caso de Harry Potter quizá sea el más emblemático. Para el 2007 se habían vendido más de 420 millones de copias y se había traducido a más de 60 idiomas. En su tesis sobre los apasionados del joven mago, la socióloga Paula Cuestas pudo advertir que -a pesar de que la saga tenga lectores de todas las edades- aquellos que crecieron a la par de los protagonistas sintieron otro tipo de identificación: “es interesante notar cómo, en la mayoría de los casos, estos jóvenes hacen referencia a Harry Potter como si se tratara de un compañero de curso, alguien que creció con ellos” concluye Cuestas. De este lado del mundo real, el fanatismo sigue siendo un hechizo poderosamente irresistible.


Artículo original cortesía de ElDía

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