En memoria a Remus Lupin

Por: Sabina Lago

La noche oscura cae, la cena terminó hace rato. No necesitan decir nada para saber qué es lo que ambos quieren. Los peligros pasados hace rato dejan marcas en la piel de ambos, de él cubierta por un abundante pelo oscuro. Se deslizan a su cuarto, con el ruido del mar rompiente entre las rocas. Los frágiles brazos de ella hacen que los cuerpos se estremezcan. Caen sobre la cama, y ninguno piensa nada más.

-Harry, yo sé lo que digo, tengo certeza de que la criatura que está en la panza de mi mujer será marginada, no la dejarán entrar. Pobre Fleur, no se merece una cosa así. ¿En qué estaba pensando? Me mataría de no ser porque ahora debo asumir la responsabilidad.

-Mira Bill ,no tienes porqué sentirte mal… no será marginada, Fleur te ama y pondrá sus mejores esfuerzos. Además, estoy seguro de que no saldrá tan peluda.

-Esto no es broma Harry. Tengo mucho miedo. Quiero matar, por primera vez quiero un mortífago delante para matar sin culpa. Creo que haré una visita a Azkaban.

-Estás loco si pensás que te voy a dejar. Además, el amor es mucho más fuerte, y tengo certeza de que tanto Fleur como vos, una semana antes serán insoportables…

Este par de bromas aplacó el ambiente, de manera que se pusieron a tirar con almohadones como cuando hacían de pequeños en la madriguera. Dentro de todo, Harry era aún pequeño, tenía 19 años y no había vivido demasiadas tardes felices antes de ingresar a Hogwarts. Todavía le quedaban pendientes juegos muggles, horas y horas de dibujos animados que aún causaban risa a los grandes, computadoras, zoológicos y demás. Todo lo que no pudo hacer de bebé, porque… porque no tuvo padres que lo llevaran.

De pronto recordó que tenía que ir a buscar a Teddy. Pobre niño, dos años y aún no caía en la cuenta de que Harry no era su padre y Ginny, no era su madre. Que Buckbeack, el perro, no era su mascota y que esa gran casa no era su casa. Era muy joven para decirle la verdad – pensó Harry – , más adelante le diría. Aunque el pequeño algo sabía, tal vez le habían contado y no les había dicho ya que desde hace un mes sólo los llamaba Harry y Ginny y no Madre y Padre. Pobre, pobrecita criatura. Sus padres murieron en la Batalla de Hogwarts, por culpa de Voldemort… e instintivamente pasó su dedo por la cicatriz en forma de rayo. Los padres de Teddy… Remus y Tonks… cayeron, como tantos otros valientes que murieron intentando protegerlo. Muchas vidas, protegiendo la suya. La lista le pasó por la mente: Remus, Tonks, Fleur, Lavender, Colin, sus padres… la lista era inminente. Ahora que sabía la verdad, no necesitaba sumar “Albus”, pero igual era importante que esa vida muriera tratando de descubrir a quien, sin duda, había interferido en la vida suya, de Teddy y de Neville, los tres sin padres que los ciuden, bajo el cuidado de familiares.

Se percató de que, hace rato, Bill había dejado de llorar y ahora lo miraba, preocupado.

-No es nada, Bill. Sólo… recordaba.

-¿Seguro que te encuentras bien?

-Mira, ¿te contó Ron qué pasó una de nuestros días en Grimmauld Place?

-No, claro que no. Todos los detalles, no los sé.

-Una tarde llegó Remus, agitado, peleamos porque no iba a quedarse con Teddy y Tonks.

> Intenté explicarle que debía quedarse, darle lo mejor a su hijo, a mi ahijado, porque él era el padre. Debía hacerlo. Habría dado todo por tener un padre y una madre, como él. Pero no, él no quería. Decía lo mismo que dices tú: que iba a ser un marginado, que le había arruinado la vida a Tonks, etc.

> Discutimos, le hice entender por las malas. Le pegué donde más fuerte le dolía. No iba a abandonar a su hijo porque no lo permitiría, aunque me lleve pelearme con él. Mi Ted no debía sufrir. En cambio, en lugar de quedarse, calmarse y agradecer, se fue. Como había entrado, como estaba siempre, alterado. Resultaba siniestro y deprimente ver su cara, reflejaba horror y dolor por lo que decía y sentía. Eran cosas iguales y opuestas. Por fin logré que me quedara. Murió, Bill, murió pero siempre estará en alma para Ted. En algún momento se enterará de la verdad, será grande y estará orgulloso por saber que no tiene padre pero no porque este lo abandonó, sino porque murió tratando de hacer justicia para que él viva en un mundo mejor.

Para esta altura, a los dos hombres les corrían lágrimas por las mejillas. Bill había entendido: no importaba lo que dijeran de él, de su hijo o hija o de su mujer, siempre estaría ahí a pesar de las apariencias. Porque lo más importante, ya fuera de la vida, era el amor.

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