Por: Susana Niemeyer Ramirez
Pequeño Hangleton era un pequeño pueblecito situado a pocos kilómetros de una gran ciudad donde se concentraba la gran mayorÃa de la población de la zona que se sustentaba de las actividades agrÃcolas y otros pequeños negocios. Los señores más adinerados de la ciudad, Gran Hangleton, tenÃan sus terrenos cerca de Pequeño Hangleton, y éste pueblecito habrÃa nacido producto de los plantadores y agricultores que se instalaron en su lugar de trabajo, abastecidos de hogar y comida por sus amos y señores. En medio de todas las humildes familias de los plantadores, generalmente constituidas por una esposa y media docena de hijos, existÃa una familia lejos más poderosa que todas las demás, que vivÃa en una enorme mansión, apartada, donde de vez en cuando se celebraban fiestas de la alta sociedad, con los más deliciosos manjares existentes sobre la Tierra, la música más aplaudida de toda Europa y las doncellas más distinguidas de la región, todas ellas en busca del mismo objetivo: una proposición matrimonial del apuesto hijo del señor de la casa. Eran los Riddle, una familia pequeña no muy apreciada por los pobladores de Pequeño Hangleton, por su arrogancia y avaricia. Estaba el Señor Thomas Riddle, un anciano vestido con los trajes más elegantes que se veÃan por la zona, y su hijo, el Señor Tom Riddle, que era la perfecta copia de su padre en apariencia años atrás y modales refinados, más el egoÃsmo y frialdad heredado de su distinguida madre, siempre vistiendo espléndidos vestidos a la moda y pequeños zapatitos acompañados de piedras preciosas y joyerÃa digna de la mismÃsima realeza.
Era una noche de aquellas, en donde el Señor Riddle se habÃa lucido ante todos sus amigos más Ãntimos de Gran Hangleton, dando una fiesta excepcional. Eran ya las once de la noche, y todos los invitados se estaban despidiendo y agradeciendo la invitación, extenuados por las largas piezas de baile que alegremente habÃan danzado al compás de la música durante horas. Las señoritas iban luciendo sus vestidos, sujetas del brazo de algún joven amable que se ofreciese a escoltarla hasta la entrada de la enorme mansión. Sin embargo, todas tenÃan el rostro pintado con la misma desagradable expresión, disgustadas y parecÃan molestas, algunas se agrupaban en pequeños grupos discretos y lanzaban miradas acusadoras a una joven que hasta entonces era su amiga, una más. Estaban furiosas pues el Señor Riddle Junior la habÃa escogido por esposa, y dentro de un mes el casamiento estarÃa arreglado, después de todos aquellos inútiles meses tratando de llamar la atención del apuesto Tom Riddle.
Tom Riddle ya no era un chiquillo, tenÃa sus treinta y seis años recién cumplidos, y sin embargo, todas las doncellas de la región tenÃan el sueño de casarse con él algún dÃa, dejando de lado que fuera ya mayor en comparación a los demás jóvenes. El señor, sin embargo, nunca se habÃa decidido por ninguna a pesar de tener la libre elección. Hace dieciséis años, habÃa estado a punto de casarse con la hija de los Hamilton, Cecilia. La muchacha era entonces cuatro años menor que él y lucÃa su figura de dieciséis años, esbelta y rubia, comparable con la de una princesa…pero misteriosamente un dÃa el joven no despertó en su casa y para horror y vergüenza de su padre, luego se habrÃa enterado de la supuesta fuga de su distinguido primogénito con la muchacha que era hija de los Gaunt, una familia que tenÃa una pésima reputación en varios kilómetros a la redonda. Cuatro meses más tarde, habrÃa vuelto justificándose con sus padres, que habÃa sido engañado, y éstos trataron de desmentir el “rumor†que se habÃa esparcido por toda la región, diciendo que habÃa emprendido un viaje largo hacia los Estados Unidos, por asuntos de negocios. Después de volver a su hogar, para sorpresa de todos, el joven no accedió a casarse con su antigua prometida y desde entonces habÃa cerrado su interés hacia las mujeres. Pero su anciano padre, no lo toleró más y le obligó a escoger esposa aquella misma noche. Se casarÃa con la hija de los Dickinson, Maybelle.
Después que todos los invitados se marcharon a casa en los cómodos coches, abrigados y protegidos del frÃo de la noche, se quedaron en casa el anfitrión de la fiesta, su esposa y su hijo, sentados cómodamente en el salón sobre mullidas butacas. El anciano señor Riddle, fumaba su pipa en silencio, con los ojos cerrados en un gesto muy parecido al dolor, pero que en el fondo era cansancio. La señora Riddle seguÃa con su labor de punto, que la entretenÃa por tantas horas. Mientras su hijo, Tom, miraba el pasar de los segundos en el reloj que su padre tenÃa a sus espaldas, un enorme reloj situado sobre la chimenea, que ardÃa en cálidas llamas crepitantes. De pronto, el anciano murmuró:
-Con mi amigo Dickinson, acordamos celebrar la boda dentro de dos semanas.
-¡Pero se supone que serÃa un mes!- protestó Tom Riddle, algo alterado a juzgar de la expresión de su rostro.
-Unas semanas más, unas menos, es lo mismo…
El anciano siguió fumando su pipa, demasiado concentrado en saborear cada bocanada de humo que inspiraba, con la frente surcada por múltiples arrugas que delataban su edad.
-Claro, no se te vaya a ocurrir escaparte como la última vez, y dejar plantada a la pobre Maybelle, como una vez hiciste con Cecilia…ella si me gustaba en todos los sentidos para ti, Tom, ¿en qué rayos estabas pensando?
Tom fastidiado por esa pregunta que se la habÃan hecho mil veces, desvió la mirada hacia otro lado, cruzándose con la amenazadora mirada de su madre.
-Elizabeth… ¿qué te parece la muchacha?- preguntó el anciano a su esposa. Ésta dubitativa, tardó en contestar.
-Adoro a la señora Dickinson, es muy amable, pero…no me gusta la timidez de esa chica. Qué hará esa criatura tan temerosa de la vida al lado de Tom, siempre tan osado y brusco…no me lo imagino, pero…bueno…ya se darán las cosas supongo.
El anciano asintió en silencio. Ya se lo temÃa, pues en presencia de la futura esposa de su hijo, Elizabeth siempre adoptaba una postura ecuánime, carente de emociones, cosa muy extraña en su persona, ya que solÃa ser extremadamente comunicativa y demostrativa con las demás señoras y doncellas de la zona. Pero bueno, Maybelle no estaba tan mal para Tom, eso creÃa.
Mientras todo esto ocurrÃa en la sala de los Riddle, un muchacho apareció de la nada a unos doscientos metros de la mansión, sin venir desde ninguna parte, ningún sendero aparente, simplemente…apareció. La luz de la luna iluminaba vagamente su delicado perfil. El muchacho pudo sentir una ráfaga de frÃo atravesar su piel, como agujas punzantes, hiriéndole despiadadamente. El viento frÃo acariciaba sus mejillas y a la vez susurraba en su oÃdo la brisa. Calado hasta los huesos, se abotonó la sencilla chaqueta hasta el cuello y se cubrió el cuello con una bufanda de lana, que poseÃa una combinación de dos colores: el verde y el plateado. DE e pronto, sacó de su bolsillo izquierdo una larga vara de madera. Luego, murmuró unas palabras, que el viento se llevó:
–Lumos!
De sopetón, el lugar, envuelto antaño en la penumbra absoluta, quedó iluminado por una luz incandescente emitida desde la punta de la varita mágica. SÃ, este chico era un mago.
Avanzó lo más rápido que sus piernas le permitieron, por la empinada colina, hasta llegar a la base de la enorme mansión. TenÃa que entrar, pero no podrÃa por la puerta principal. PodrÃa aparecerse, pero…no sabÃa cuánta gente podrÃa haber dentro. Decidió entonces, por precaución, entrar como cualquier humano normal lo harÃa. Se dirigió hacia la puerta de atrás, donde supuso que se habrÃa de encontrar la cocinera, o un grupo de criados, que le pusiesen abrir. Tocó la puerta con los nudillos, preparado para lanzar un hechizo en cuanto el numeroso grupo de criados le abriese la puerta. Para sorpresa suya, por la ventana, solo pudo ver la silueta de una mujer, que lentamente se acercó a la puerta al sentir a alguien golpear.
-¿Eres tú, Pork?- inquirió la dulce y cantarina voz detrás de la puerta, sin embargo son un toque de temor, pues ésta tembló.
-No, señorita, soy Tom Riddle- respondió el muchacho de dieciséis años. Dijo la verdad, pues esta posiblemente serÃa la única razón por la cual estaba casi seguro que le abrirÃan sin chistar.
-¿Cómo dice? El señor Riddle se encuentra en el salón, no sea usted canalla tratando de inventar pretextos para entrar a robar aquÃ, ¡largo!- respondió la criada detrás de la puerta, ahora sÃ, estaba muerta de miedo.
-No él, dulce señorita, soy precisamente hijo de él- aclaró el chico, con toda naturalidad, sin poder evitar sentir una furia desbordante en su interior, odiaba su identidad, además se comenzaba a molestar ante la negativa de la criada, sin embargo la frÃa mano del sentido común lo contuvo y decidió usar su tono más gentil.
De pronto oyó pasos, vio la silueta de un hombre, otro criado al parecer y al minuto siguiente ambos desconocidos murmuraban cosas, nerviosos por el extraño que acechaba el tranquilo terreno de los Riddle. La criada sugirió dar aviso al señor de la casa, pero el hombre le contestó que era mejor no hacer alboroto. Y se decidió a abrir, con una escopeta en las manos.
La impresión que causó el joven en los criados fue asombrosa, al ver el pálido rostro del chiquillo, con sus ojos negros y el cabello negro azabache ondulado, las mismas delicadas facciones del señor Riddle Junior de la casa y como única diferencia una tÃmida sonrisa forzada que curvaba las comisuras de la boca del apuesto muchachito. La criada también era joven, e ingenuamente se sonrojó y bajó la mirada, intimidada por tan bellos ojos que tenÃa al frente.
-Usted…no puede ser… ¿es usted…realmente…hijo del Señor Riddle?- inquirió boquiabierto Pork, un sujeto macizo con enormes pectorales, el cabello rubio grasiento y las mejillas coloradas.
-Asà es señor… ¿es que mi padre no os ha dicho nada de m�
Los criados negaron con la cabeza.
-Bueno señorita, ya ve: no soy un impostor ni tampoco un canalla como usted se figuraba, ¿o s�- preguntó Tom Riddle a la joven, en un tono meloso tan convincente, que ésta enrojeció por completo. Pork no pasó esto por desapercibido y le dio un codazo a la chica. El muchacho besó la mano de la joven, que estaba rugosa y llena de callos, supuso éste por los trabajos del campo. Pork arqueó una ceja, confuso por la actitud del joven y repentinamente, comenzándose a asustar se aclaró la voz, temeroso y dijo:
-Pero…usted…si quiere ver a su padre…emm…me temo que tendrá que esperar…tengo que pedir su autorización, lo siento yo…
-Entiendo.
Riddle entró a la abarrotada cocina llena de losa sin lavar, ollas y el resto de la vajilla. Entonces Pork le ordenó a la muchacha:
-Ellen, ve tú a avisar al señor Riddle.
Apenas ésta se disponÃa a cruzar la puerta, Riddle, aprovechando la oportunidad, extrajo su varita nuevamente, que minutos antes escondió y exclamó:
–Desmaius!
Ambos criados, se desplomaron sobre el húmedo piso recién trapeado estruendosamente y quedaron allà tendidos, inertes. Riddle sonrió, con una sonrisa autómata escalofriante, y entonces…subió por las escaleras. De inmediato notó que la mansión era enorme, tenÃa múltiples habitaciones por todos lados, repletas de objetos costosos. Se habrÃa perdido, si no hubiese escuchado el murmullo de voces proveniente de una habitación desconocida, que cada vez se iba haciendo más cercana. Llegó entonces a un pasillo, por el que se vislumbraba una armadura, detrás se veÃa el fuego crepitante de una chimenea. Cuidadosamente, apenas haciendo sonar el piso con cada una de sus pisadas, llegó a donde se encontraba la armadura y se ocultó allà detrás prestando atención a lo que decÃan:
-Escúchame bien, hijo: no quiero escándalos esta vez, ¿me entiendes?
-Padre, ya soy un hombre adulto, sé bien…
-¡Lo mismo decÃas la última vez! ¡Y yo confié en ti, que serÃas un joven responsable y jamás se me pasó por la mente que tendrÃas la estúpida idea de fugarte y dejar allà a la pobre de tu prometida, deshonrada! ¡En vez te fugaste con esa sucia hija de los Gaunt y…!
-¡Ya me arrepentÃ! ¡Dije que fue el peor error de mi vida! ¡No fue mi voluntad! ¡Nunca quise a esa mujer y…!
Esta vez habló una voz distinta, desconocida para los Riddle, no era ni el anciano padre, ni su esposa ni Riddle Junior, era él…al fin…dando la cara frente al padre que nunca lo quiso, a sus abuelos que tampoco lo hicieron, que ni siquiera sabÃan de su existencia, el apellido que tanto odiaba.
-¡Y la abandonaste, la dejaste sola, sin importarte nada! ¡Sin importarte yo, antes incluso de que naciera!
-¡¿Pero quién demonios eres tú?!- gritó el anciano, su abuelo.
-¡Yo, anciano estúpido, soy tu nieto!
-¡Mi nieto!- sus pupilas se dilataron sorprendidas y voltearon a ver a su hijo, en busca de alguna explicación. PodÃa ver al muchacho, idéntico a su padre, sólo que más joven. Realmente podÃa ser su nieto, no entendÃa nada…
Elizabeth Riddle tenÃa una mano en el corazón, aterrada y parecÃa entenderlo todo a la perfección.
-¡Su hijo, anciano, abandonó a mi madre, antes de que yo naciera! ¡SÃ, mi madre, la que usted llamaba sucia y…!
-¡Tu madre era una bruja!
Una sonrisa terrible curvó la boca del muchacho, mientras sus ojos despedÃan tan solo odio, un odio que habÃa cultivado durante tantos años…El anciano seguÃa allà desconcertado. Entonces el mago, sacó su varita mágica y apuntó a su padre, éste gemÃa y gritaba “¡No!â€, sabÃa lo que era a la perfección. Entonces el anciano señor Riddle atinó a sacar una espada que tenÃa tan solo como adorno en la pared de la habitación y con ella amenazó a su supuesto nieto. Éste sólo se rió despectivamente. Y sin pensarlo dos veces exclamó:
-¡Avada Kedavra!
El cuerpo del anciano quedó tirado en el piso, inerte, como a una marioneta a la que se le han cortado los hilos y encima su esposa lloraba y lo remecÃa con furia:
-¡Thomas! ¡Thomas! ¡Abre los ojos…!
-¡Avada Kedavra! – exclamó nuevamente apuntando esta vez a su abuela y otro destello de luz verde inundó la habitación, quedando su abuela tendida sobre el cuerpo de su esposo.
Ahora solo quedaba su padre. Riddle hijo reÃa descaradamente, con maldad, una risa terrible…
-¡Ahora, tú me las pagarás! ¡DespÃdete! ¡Avada Kedavra!
Ésa fue su venganza al fin cumplida, la que por tantos años soñó, la que por tanto tiempo tenÃa planeada…Por fin, el padre ya no existÃa más.