Categorías: Fan Fiction

Fanfic: Un Extraño Accidente

Todo a su alrededor era difuso y confuso, sin embargo estaba más feliz que nunca. Las risas eran lo que más abundaba en aquella iluminada habitación. De vez en cuando veía la situación con mayor claridad y aparecían personas que recordaba vagamente: un hombre joven que usaba gafas, de cabello alborotado, lacio y disparado hacia todas direcciones; además una hermosa mujer pelirroja de ojos verdes, que le dedicaba una sonrisa excepcional. Era increíble el aire de acogida y felicidad que se percibía en aquel lugar, pero de pronto, todo se volvía frío y agitado, se oían carcajadas frías y gritos espeluznantes, y todo terminaba con una luz verde que lo invadía todo por completo…

Pegó un salto; no era la primera vez que tenía ese sueño, pero despertaba su curiosidad y sobre todo lo asustaba. Una vez más se decía repetidas veces: Tan solo fue un sueño, un horrible sueño…

No fue difícil convencerse, pues de pronto la puerta de su diminuto armario se abrió y pasó lo de todos los días, su tía Petunia bramó:

– ¡Vamos, arriba! ¡Levántate! ¡¿Qué esperas?!

– Ya voy.

Harry miró el reloj hecho pedazos que tenía sobre un antiguo mueble junto a su cama, el reloj que una vecina de Privet Drive, llamada Arabella Figg le había regalado para Navidades. Había pertenecido a su hermano, que ya había muerto, según la anciana le había contado, hace muchos años, pero sin explicarle la razón. Era un reloj curioso, con manijas doradas y números escritos a la antigua, a diferencia de los nuevos relojes digitales que usaba la mayoría de la gente. A pesar de la peculiaridad del reloj, a Harry le gustaba, pero claro, su primo Dudley se había encargado de hacerlo pedazos en tan solo unos días. Según el reloj eran las seis de la mañana, las clases comenzaban a las ocho en punto en la escuela primaria a la que asistía, sin embargo, su tía Petunia lo hacía levantarse más temprano que Dudley para ayudarla con alguna tarea del hogar o el desayuno. El pequeño armario estaba lleno de cosas, todas en desorden: libros del colegio, ropa tirada en el suelo, una manta con la que solía cubrirse, entre otras cosas. Se desperezó y luego se puso en pie… ¡Crack!… De nuevo se había golpeado con el techo del armario y unas cuantas arañas y aserrín cayeron sobre la cama. A sus diez años, Harry Potter no era un chico demasiado alto para su edad, en parte, pensaba él, porque había crecido en un armario. Pero cada día estaba más alto y más delgado por esta misma razón, a simple vista se veía enfermizo y enclenque. Oyó que su tío Vernon pasaba por ahí y le reprochaba con frialdad:

-¡Fíjate en lo que haces!

Harry puso los ojos en blanco y rechinó los dientes, la cabeza le dolía bastante por el golpe y estaba aturdido. En cinco minutos se lavó, se peinó y se vistió con una vieja sudadera y vaqueros. Luego bajó a ayudar a su tía Petunia, que en ese momento freía el tocino que Dudley le exigía cada mañana. Harry se encargó de las tostadas y de los huevos. Hasta ese momento todo iba bastante bien, su tía no le había hecho ningún comentario de esos que lo sacaban de quicio y que siempre tenía que reprimir con su máximo esfuerzo para no empeorar las cosas. A las siete oyó que tío Vernon le gritaba a Dudley, pues este había decidido afeitarse con sus navajas, en vano. Más tarde, bajó el chico con unos cinco cortes pequeños en el rostro, y tía Petunia que no se había percatado de la pequeña discusión, pues se encontraba en el jardín recogiendo la correspondencia, le comenzó a curar con algodones y alcohol, trabajo que resultó bastante difícil pues Dudley aullaba de dolor antes incluso de que su madre le rozara la piel.

– ¡Ricura, no lo vuelvas a hacer jamás!

– ¡Ay! ¡Fíjate en lo que haces, mujer!

– No te muevas, cielo…

– ¡Ay!

Desayunaron tostadas con huevos, mientras tío Vernon leía en voz alta la columna de la economía del periódico y hablaba sobre Grunnings, la empresa de taladros que tenía. Harry, aliviado por no tener que prestarle atención, ya que nunca le permitían dar su opinión, desayunó tranquilo mientras miraba por la ventana como las aves volaban y otras iban despertando.

– Petunia, te darás cuenta de lo importante que es esta oferta- comentó tío Vernon, con una sonrisa pícara de ambición. Tía Petunia, que todavía estaba pendiente de Dudley, casi no le prestó atención, lo que para tío Vernon no pasó desapercibido- ¡Imagínate! ¿Qué tal unas vacaciones en las Vegas?

Tía Petunia al fin estaba acabando de hacer las curaciones a su hijo, pues este estaba concentrado en la televisión y se quedó quieto, con la boca ligeramente abierta y la vista perdida en el informe deportivo. Estaban dando las noticias matinales, pero no se escuchaba lo que decían, pues tío Vernon seguía con su aburrido discurso. La cocina estaba impecable, reluciente como siempre y todo estaba en orden. Todo en la casa siempre estaba meticulosamente dispuesto de una forma perfecta, y resultaba difícil creer que el armario de Harry fuera parte de la casa. Finalmente tío Vernon se relamió y anunció:

-¡Nos vamos, Dudders!

Harry siguió a Dudley por el estrecho pasillo que daba al hall, que su primo ocupaba casi por completo con su enorme trasero. Partieron en el Mercedes de último modelo que había comprado tío Vernon hace unos meses, producto de una venta de ladrillos exclusiva a un importante empresario. El día estaba lluvioso y tristón, pero Harry se sentía excepcionalmente animado, por una extraña razón, sabía que nada le podría salir mal ese día.

Al llegar a la escuela, Dudley se bajó corriendo del coche de tío Vernon y se fue a reunir con los demás chicos de su pandilla de bravucones. Harry se bajó tranquilamente y se fue caminando despacio por el sendero de piedra, pero al pasar cerca de la pandilla de Dudley se desvió por el césped recién cortado, para evitarlos. Pero no tuvo éxito, lo vieron y comenzaron a gritar:

– ¡Miren, si es Potter!

– Potter, ¿por qué llevas la ropa tan ajustada?

Este último comentario provocó un mar de risas, pues Harry siempre llevaba la antigua ropa de Dudley, que le quedaba enorme, ya que su primo, a pesar de tener casi su misma edad, tenía el doble del tamaño de Harry o de cualquier chico normal. Harry bajó la mirada y sintió calor en las mejillas, luego subió las escaleras, lo más rápido que pudo, para salir de allí y del alcance de la pandilla de su primo, pero a la mitad de camino al aula de historia lo alcanzaron nuevamente y le quitaron las gafas. De pronto todo lo que veía era borroso, varias cabezas y brazos aleteaban por encima de él, que movía las manos en el vano intento de conseguir sus gafas de vuelta.

-¡Devuélvanmelas!

– ¡No queremos!

– ¡Les estoy avisando!

– ¿A si? ¿Qué nos vas a hacer?

– Pues mejor para mí y peor para ustedes.

De pronto Piers Polkiss, olvidándose del asunto, bramó sobre todas las voces:

-¡Krauss a la vista!

Las risas y gritos cesaron de inmediato. Todos los estudiantes comenzaron a correr por los pasillos apresuradamente y a alejarse de la escena, según notó Harry, pues venía el inspector y él se quedó paralizado, sin saber que hacer ni tampoco poder pues no tenía la menor idea de donde estaban sus gafas y sin ellas no veía absolutamente nada; era increíble lo miope que era. Cada vez veía más cerca el contorno de un sujeto enorme, que tenía cierto parecido a tío Vernon, con un bigote imponente. Cuando lo tenía bien cerca, lo vio con mayor claridad, trató de moverse y sintió algo con el pie: sus gafas al fin. Se arrodilló y recogió las gafas, que se las puso con las manos temblorosas. De inmediato, al ver la expresión del Inspector Krauss supo que estaba en problemas, graves problemas, otra vez…

En cinco minutos estaba sentado en el aula de historia, en la última fila. Se había librado de su castigo de merodear por los pasillos en horas de clase con el pretexto de que le habían quitado las gafas y todo lo sucedido, pues además estaba la evidencia: las gafas en el suelo. A pesar de darle sus explicaciones al inspector, Dudley no sufrió ningún castigo, como de costumbre. Compartía el banco con una chica que se cubría el rostro con el lacio cabello negro espeso. Parecía ignorarlo del todo, o al menos simulaba hacerlo, ya que como todos sabían, el que hablase o se acercase a Harry sería perseguido hasta el fin de sus días por Dudley Dursley y su pandilla de idiotas entre los que estaban Piers Polkiss y Gordon. El aula estaba reluciente, recién pintada de color blanco y en sus paredes había grandes afiches, horarios y anuncios. Había seis filas predispuestas para los alumnos.

Había comenzado el día tan feliz…pero esa felicidad se había extinguido con la rapidez de un rayo. Historia era la clase que menos le gustaba, lo que lo deprimía aún más. Habían entregado las calificaciones del último examen, en la que obtuvo un modesto seis, y se fijó que Dudley había obtenido un desastroso cuatro, que ni siquiera le importó. La clase prosiguió silenciosa, mientras el profesor explicaba la forma de vida que llevaban las personas durante la prehistoria. Harry sin embargo, no tenía ganas de prestar atención…Miraba el reloj que se apoyaba en la pared, el sueño lo vencía…Apoyó el mentón sobre la montaña de libros de texto que tenía sobre el banco y cerró los ojos, seguía escuchando vagas palabras:

“…La población aumentó con la incorporación de técnicas ganaderas y agrícolas…”

El profesor seguía inmerso en su monólogo, que recitaba con voz monocorde, de vez en cuando se detenía, para mirar por sobre la ventana y se le escapaba el hilo de las ideas, volviendo a comenzar por una parte que ya había explicado una media hora antes. De pronto, Harry dejó de oír esa voz…y comenzó a oír el rugido de una motocicleta, ocupada por un sujeto enorme, que la ponía en marcha y esta de pronto se elevaba por los aires, podía sentir el viento sobre su rostro…Libertad, sí eso era, pero le parecía realmente estar allí, inexplicablemente como un recuerdo del pasado, en el que todo era más fácil…El cielo estaba oscuro y miles de millones de estrellas brillaban sobre su cabeza…

-Aunque siempre, habrá algunos audaces, que se den el lujo de no…prestar…atención…- mencionó estas últimas palabras pausadamente con dureza. Harry se dio cuenta de que se había quedado dormido, y con los ojos cerrados, rogó por que esas palabras no estuviesen dirigidas hacia su persona. Sus temores se vieron hechos realidad: abrió los ojos y todas las cabezas de estudiantes estaban volteadas observándolo con sorna y el profesor a su lado lo miraba con el ceño fruncido y la cara color escarlata por el disgusto.

-¡Levántate Potter!

Sin objetar, se puso en pie y dio la cara al profesor.

-¿Con qué duermes en mi clase, eh?- Harry no contestó, sino bajó la mirada hacia sus zapatos. Vio a Dudley sonreír ampliamente, lo que lo enfureció, ya que a pesar de todo lo que Dudley hacía, siempre salía bien parado.

– ¿No te basta con haber obtenido la calificación más baja en el último examen?- preguntó el maestro, Harry nuevamente no dijo nada- ¡Responde cuando te pregunto algo!

– Señor…, no fui la calificación más baja…

– ¡Y más encima miente!- dijo a su público espectador.

– Digo la verdad, yo…

– ¡Me tratas de mentiroso!

– No, señor, yo no…

– Es suficiente, joven, está castigado.

– Pero…

– ¡Silencio he dicho!

– ¡No es justo!- por fin replicó Harry con fiereza.

-¡NO ME LEVANTE LA VOZ!

– No he…

– ¡A LA OFICINA DEL DIRECTOR!

Sin tratar de defenderse más, Harry tomó sus cosas y se dispuso a marcharse del aula. Era injusto a su parecer, bueno…era verdad que se había quedado dormido, pero… ¡él no había tratado de mentiroso al profesor! Era como si solo buscara un pretexto para castigarlo. Vaya…y ahora sus tíos lo castigarían también, Dudley estaría feliz…tío Vernon le gritaría y tía Petunia lo dejaría sin cenar…Fantástico… ¿es que no había forma de probar sanamente su verdad?

Estaba furioso, muy disgustado y de pronto, todo sucedió muy rápido: el cinturón que sujetaba los pantalones del profesor se cortaron, se le abrió la cremallera y saltaron los botones al aire, llegando uno de ellos a Dudley en el ojo. El profesor tenía los pantalones abajo y estaba furioso…Luego, por si fuera poco, se le comenzaron a caer mechones de cabello y a ponérsele color verde…no, no podía ser…¿acaso era un ataque de locura? ¿Qué estaba pasando? ¡No era normal!

Bueno, no podía ser normal. Era medianoche y Harry se encontraba tendido sobre su cama, dentro de su armario, con las tripas crujiéndole y sin poder conciliar el sueño. Todavía no podía olvidar el suceso de aquella mañana y estaba seguro de que sus tíos se encargarían de eso, pues estaba castigado, más severamente que nunca, más que la vez que misteriosamente, escapando de la pandilla de Dudley, apareció en el tejado de las cocinas de la escuela, o cuando le cortaron el cabello como podando el césped y al día siguiente tenía el cabello intacto, como si nunca hubiese pasado nada…

Ahora que lo pensaba, muchas cosas extrañas pasaban a su alrededor, y siempre le causaban problemas. Exclusivamente cuando estaba asustado, o enojado…y él no tenía la culpa de nada… ¿Qué estaba pasando con él?

Lo que Harry Potter no sabía, es que él no era un chico cualquiera en varios kilómetros a la redonda, porque Harry Potter, aunque para muchos suene absurdo… era un mago.

[NOTA: Este fanfic fue escrito por Susana Niemeyer, quien anteriormente también escribió La Profecía a sus Oídos y El último recuerdo. El dibujo es un original de Prongsie. Si desean que alguno de sus fanfics, viñetas, humor pottérico, estanterías pottéricas sean publicadas en BlogHogwarts, envíen un e-mail a contacto@bloghogwarts.com]

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DrHallows

Licenciado en Letras. Actualmente se dedica a la investigación en el área de la literatura latinoamericana. A la espera de empezar los estudios de posgrado.

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