Por Londony Sama
Leyó la última palabra, de la última lÃnea, de la última página, del último capÃtulo, del último libro y suspiró.
SÃ, suspiró, sólo eso. Bueno, sólo eso y una pequeña lágrima de felicidad que se escapaba de sus ojos como si fuese la primera vez que terminaba aquella lectura.
Pero no lo era.
Para ser francos, ya habÃa perdido la cuenta de cuantas veces habÃa leÃdo esos siete libros, sólo estaba segura que habÃan sido muchas; pero es que «muchas» nunca son suficientes cuando se trata de Harry Potter.
Se levantó de su cama dejando el libro sobre la mesilla de noche, dio un par de pasos y se asomó por la ventana para observar el cielo estrellado, pero bastó eso para escuchar el grito de su madre desde el primer piso llamándola a cenar.
Bajó las escaleras con desgana, aun imaginando en su cabeza el sonido del silbato de aquel tren rojo escarlata que todos los años partÃa sin ella del andén 9 ¾ de la estación King Cross, en Londres, Inglaterra. O lo que es lo mismo: el otro lado del mundo.
Suspiró una vez más mientras terminaba su cena, su padre hablaba de trabajo, su madre arreglaba la cocina y su hermano veÃa la televisión: No podÃan ser más muggles de lo que eran.
Era un dÃa común y corriente, igual a todos los demás: Ella terminaba su cena junto a su familia, escuchaba el ruido de los autos pasar afuera y la voz de la presentadora del noticiario en la televisión. Sin embargo, muy en el fondo de su corazón y aunque le dijeran lo contrario, tenÃa claro que ese primero de septiembre una nueva generación de alumnos de Hogwarts descansaban en sus camas endoseladas (por aquello de la diferencia de horarios), luego de haber descubierto un nuevo mundo. Un nuevo y mágico mundo.
Arrastró los pies hasta las escaleras y subió a su habitación. Se dirigió hasta la mesilla de noche, tomó con cuidado el ejemplar de Las Reliquias de la Muerte y lo colocó en su lugar en el estante, justo al lado de El PrÃncipe Mestizo (le daba mucho pesar por los traductores, pero para ella nunca serÃa El Misterio del PrÃncipe). Se sentó en la cama con cuidado y bostezó mientras observaba el titilar de su computadora desde el escritorio, pensó en apagarla pero luego se recordó a sà misma que revisarÃa una vez más su correo electrónico por si acaso habÃan llegado mensajes de alerta porque habÃan respondido a alguno de los foros a los que estaba inscrita, o si casualmente algún autor o autora despistada habÃa actualizado alguno de los fanfics que leÃa, o si por mera coincidencia el blog de noticias habÃa publicado alguna novedad acerca de aquel mágico mundo.
Se puso de pie, lista para hacer cada una de las cosas que habÃa enumerado pero por un momento no se movió, sólo se quedó ahÃ, de pie. Y sin saber por qué, decidió moverse hasta la ventana de su habitación que daba para la calle. Se imagino a sà misma de once años otra vez, observando como una lechuza se acercaba hasta ella, que estarÃa esperando una carta que sabÃa que no llegarÃa porque se sabÃa muggle hasta el tuétano.
Suspiró por tercera vez aquella noche, perdiendo su última esperanza de conocer el equivalente del callejón Diagon en su ciudad, volar en su escoba en sus ratos libres, hacer parte del equipo de Quidditch de su colegio y cargar galeones en su bolsillo. Una vez más se resignaba a perder cualquier rastro de ilusión.
Y fue entonces cuando pasó.
La luz más lejana de la calle se apagó. Volteó rápidamente hacia el lugar pensando que la lámpara se habÃa averiado cuando volvió a suceder. Y luego otra y otra vez y otra vez…
Su corazón comenzaba a palpitar rápidamente, pero aun asà no era más veloz que sus ojos que buscaban con ansias aquello que causaba el apagón y que no podÃa localizar por ninguna parte. No sabÃa que esperaba encontrar, pero estaba segura que era eso que una voz muy dentro de su corazón le gritaba y que se resumÃa en una sola palabra: Magia.
La calle quedó en la más completa oscuridad y aun asà ella se esforzaba en ver, en observar algo que tal vez no era más que un producto de su imaginación enfermiza. Estuvo segura de escuchar susurros en la acera y un par de brillos a lo lejos, pero nada que pudiera confirmar.
Dio un paso hacia atrás alejándose del barandal y escuchó una risa suave que se convirtió en carcajada alegre: una risa que logró contagiarle aun más de felicidad y convencerle de que tal vez todo no estuvo siempre en su mente.
Y fue entonces cuando lo vio.
La sombra de dos personas que, en medio de la negrura y contra la incipiente luz de luna, se elevaron contra el cielo mientras algo cerca de ellos brillaba a la vez que se alejaban montados sobre lo que ella felizmente aceptó como una escoba. Dio otro paso hacia atrás aun sin creérselo y fue cuando de sopetón entraron a su habitación.
—Dice mamá que llames a la compañÃa de electricidad…—era su hermano que la encontró absorta en la ventana que daba al exterior oscuro—. Algo extraño le sucede a la luz de la calle…—de pronto, todas las lámparas se encendieron y él se alzó de hombros—. Bueno, creo que ya no importa.
Pero si importaba y mucho. Porque a ella ya no le afectaba lo que dijeran o pensaran los demás, ni siquiera le interesaba si lo que habÃa visto habÃa sido verdad o sólo una alucinación.
A ella ya no le importaba si habÃa Hogwarts, varitas o Harry; ni tampoco si existÃan dragones, duendes o thestrals; era poco relevante si alguien le creÃa o no porque ella ya lo sabÃa. Ya estaba segura: habÃa Magia ahà afuera en algún lugar y ella, sólo por saberlo, ya hacÃa parte de ella.
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