-Albus!-Rose, su prima, lo sacó de su ensimismamiento.
-Eh?…
-¿No me escuchaste? ¿Te pregunté a que casa crees que iras?- dijo con cierto dejo de impaciencia.
-Eh…bueno, no me habÃa puesto a pensar en ello.- mintió Albus.-Y tu?
-Ojala que me toque Gryffindor, pero quizás me toque Ravenclaw.-dijo de manera modesta.-Y tu Scor?
-Eh…ni idea.-desde que habÃa hecho nuevos amigos no querÃa estropear esa nueva amistad, e inmediatamente se concentró con todas sus fuerzas en los cordones blancos de sus zapatillas, sin que diese resultado.
-¿Qué hechizos creen que nos van a enseñar? ¿Ya saben alguno?-preguntó con emoción.
-No, no realmente,-contestó Albus contento de que Rose haya cambiado de tema- y vos…, seguro te sabes la mitad de los que nos van a enseñar en el año.
-Bueno, no creo que tantos, pero se algunos…
Justo en ese momento llegó el carrito de los dulces y la mujer que vendÃa. Traqueteando por el pasillo se oÃan las ruedas del carrito viejo cargado hasta el tope con brujas fritas, calderos de calabaza, grageas Berttie Bot de todos los sabores, varitas de regaliz, y todo y mucho más de lo que los niños se podÃan imaginar. Después de comprar una buena ración de ranas de chocolate y grageas, volvieron a lo de los hechizos. Rose hizo un movimiento gracioso con la muñeca y susurró unas palabras, mientras el sombrero de Scorpious levitaba en la habitación. Ante las caras de asombro de Scor y Albus, el sombrero volvió a la falda de Rose, que sonreÃa satisfecha consigo misma.
Y asà transcurrió todo el viaje. Entre risas, cuentos, verdades y leyendas, más hechizos, etc., la noche llegó para cubrirlo todo con su manto negro azulado manchado de estrellas, y la luna para cantar hasta que los niños duerman. Se cambiaron las prendas muggle por las túnicas de mago, y bajaron del tren. Caminando por un sendero embarrado por la lluvia, seguÃan a una voz grave. Solo seguÃan a la voz y a una sombra gigante de donde sospechaban que provenÃa la voz. DecÃa:
-Los de primero por aquÃ.
Hagrid gritaba por entre las gotas de lluvia que caÃan como piedras en el suelo que los estudiantes pisaban. Albus lo habÃa visto en fotos que su padre y su madre conservaban de los tiempos de la Orden, asà que más o menos se lo imaginaba, porque no lo veÃa.
Se dividieron en grupos de seis, uno de cada grupo tomó un farol y se subieron a una barca de madera, para atravesar el caracterÃstico paseo por el lago, de los chicos de primer año. James ya lo habÃa hecho partÃcipe de todo lo que debÃa saber para empezar el año sin las preocupaciones que llevaba a cuestas, porque no aguantaba más que todo el tiempo le estuviese pidiendo consejos, pero esto evidentemente lograba los efectos contarios a los deseados. Lo ponÃa más nervioso el que hubiese que cruzar el lago y que estuviera el calamar gigante, a pesar de que su hermano le hubiera dicho que era inofensivo.
Las gotas de lluvia, parecÃan balas, atravesaban la superficie ya de por sà agitada del agua y provocaban un oleaje, que mareaba a muchos de los alumnos. Albus se sostenÃa firmemente al borde de la barca, con la esperanza de poder cerrar los ojos y que todo pasara rápido. Tampoco querÃa caerse, eran muchos en la barca, que normalmente llevaba solo cinco estudiantes o seis que pesaran menos. El farol que sostenÃa uno de los chicos llamado Samuel, titilaba de vez en cuando por una suave brisa que también movÃa al bote, ya de por sà tambaleante.
-Falta poco Albus, no te pongas nervioso.- lo tranquilizaba su prima, o al menos intentaba hacerlo.
De pronto algo medio verdoso, que en la semioscuridad se veÃa negro, irrumpió la superficie del agua, justo al lado del hijo del Elegido. Albus casi se cae de la barca. Una cabeza de mujer horrible lo miró, y le hablaba en un idioma (Si se podÃa llamar idioma, porque realmente eran gritos que lo aturdÃan.) que el no entendÃa, como gritando desesperadamente.
-Son solo sirenas, quédate tranquilo- lo calmaba Scor, que también se habÃa asustado al principio.
-¿Sirenas?
-Ajá.
Entonces si eso era una sirena, el estereotipo que el tenÃa en mente estaba en todos los sentidos erróneo. No eran ni lindas, ni cantaban tan maravillosamente como para que un marino se perdiera a causa de ellas. Seguramente el marinero se hubiese querido encerrar en algún lugar donde no las escuchara cantar como sierras, como él querÃa en ese preciso momento.
-Nos están dando la bienvenida- dijo otro de los chicos, uno morocho con ojos que podrÃan haber iluminado como el farol que sostenÃa Samuel. El chico explicó que sabÃa lo básico de sirenio porque su madre trabajaba en el ministerio con ellos.
Asà llegaron hasta la orilla del lago, justo en el momento en que el calamar gigante parecÃa saludar al levantar uno de sus tentáculos por sobre el agua.
Albus agradecÃa el poder pisar tierra firme, lejos de las sirenas y del calamar. Subieron por una loma, siguiendo a Hagrid, que, ahora que habÃa parado la lluvia se veÃa más claramente su barba, y su abrigo. De esta manera era más atemorizante.
Siguieron subiendo hasta llegar a la gran puerta de roble. Después de haberla atravesado, un fantasma, según le habÃa dicho su hermano, llamado Peeves, los esperaba, para tirarles con todo en sus mojadas cabezas. De algún lado, salió una gata amarronada que se fue transformando de a poco en una señora, ya anciana, con túnica verde esmeralda, rodete ajustado, y un sombrero negro sobre su cabeza, que casi no dejaba ver que tenÃa lentes.
-¡Peeves!- gritó la profesora McGonnagall, desde el piso.
-Pero no les estoy haciendo nada- dijo escondiendo un florero y tirando toda el agua y las flores- , además ya estaba re mojados.- Y se marchó.
-Bien, alumnos de primero, su atención por favor. Excelente.- dijo cuando vio que todos la miraban mientras se secaban las túnicas.- Formen dos filas, varones y mujeres, quédense aquà y no hagan nada hasta que yo vuelva.
Las mujeres se separaron de la masa de chicos en el hall y formaron una fila. Los chicos las imitaron. Al cabo de un minuto vino la profesora, con un rollo en la mano y un trozo de tela negra en la otra. A Albus le pareció que tenÃa forma de sombrero viejo.
Acompañaron a McGonnagall a través de otras puertas gigantes de roble. Del otro lado, el murmullo que se venÃa escuchando desde afuera se hizo cada vez más intenso. Aparecieron muchos estandartes y cinco mesas largas. Una de las mesas estaba justo enfrente a ellos, y detrás habÃa un estandarte con el escudo de Hogwarts. Los profesores en la mesa hablaban entusiasmados uno con el otro. Neville Longbottom de botánica hablaba con la profesora Sybill Trelawney de adivinación y con Sinistra de astrologÃa. Del otro lado de la mesa era igual. Las otras cuatro mesas estaban repletas de alumnos. Sobre las mesas estaban los estandartes de cada una de las casas: rojo y dorado con un león, de Gryffindor; azul y plateado para Ravenclaw; amarillo y negro para Hufflepuff, y verde y plateado para Slytherin. Al ver esto, a Albus se le retorcieron las tripas.
También sobre las mesas habÃa un millón de fantasmas que se saludaban entre ellos, con los profesores y con los alumnos más viejos. Eran, como el poltergeist de la entrada, translúcidos, y vestÃan ropas antiguas. El techo era el más raro que él hubiera visto en su vida. Representaba exactamente al cielo tal cual estaba afuera con la única diferencia de que no te mojaba.
-Parece magia.-susurró Albus atónito, y luego recordó que era mago.
Vio a su hermano de pronto, sentado junto con sus amigos en la mesa de Gryffindor, riéndose tan despreocupado, claro, el ya estaba seguro sentado en su silla. En cambio Albus estaba en la cuerda floja, a punto de caerse al precipicio de la humillación, o de que algo mágico lo salve y lo haga aterrizar en tierra firme. SentÃa la humillación venir como si fuese un ejército de indios a caballo. PodÃa oÃr los cascos de los caballos sobre el piso, y podÃa ver el polvo que dejaban como recuerdo de que el mundo de Albus se venÃa abajo. Hizo un esfuerzo por calmarse, respiró hondo. En ese preciso momento las dudas se escondieron dando paso a la seguridad. Cuando la fila avanzaba el lo hacÃa con firmeza, hasta que decidió girar la cabeza hasta donde se encontraba su hermano. Allà las dudas decidieron que ocultarse era inútil y la confianza en uno mismo es la que se escondió bajo la cama temblando. Pensaba que el murmullo que se oÃa eran comentarios sobre él y que todos los alumnos fijaban sus miradas sobre el muchacho tembloroso que casualmente estaba parado en el mismo lugar que el suyo.
-No te preocupes, es solo un momento, nada más, no te vas a morir.- intentaba consolarlo Rose.
Pero cada palabra de aliento era como decirle que cada vez estaba más cerca el fin del mundo. Y con respecto a que solo era un momento, bueno, un momento si esta bien, pero el tema es que el momento es el más largo en la vida de las personas. ¿Por qué cuando uno desea que el tiempo transcurra más rápido, este lo hace más lento? El camino a la banca que se encontraba al frente de todas las mesas parecÃa eterno, como el camino a la horca, sentenciado a la humillación de pertenecer a otra casa. De alguna manera, a pesar de estar pensando siempre en que quizás le puede tocar Slytherin, creÃa, al igual que toda su familia, y tenÃa fe en ello, en que se encontrarÃa sentado junto a su hermano, y que luego se reirÃa de si mismo por haberse sentido tan nervioso por nada. Pero el momento de la selección no habÃa pasado todavÃa.
Las filas avanzaban lento hasta que de pronto se detuvieron. El silencio se hizo en el Gran Salón, lo murmullos se fueron apagando como quien baja el volumen de la música y habló el Director. Todos prestaban atención, como lo hicieron después cuando el Sombrero Seleccionador (El viejo recorte de tela que llevaba la profesora McGonnagall bien sujeto en la mano.) cantó su canción. Una diferente todos los años.
Cuando finalizó, la profesora esperó a que terminaran los aplausos, y se aclaró la garganta, desenrolló el rollo que tenÃa en la mano y comenzó a hablar.
-Cuando yo nombre a uno de ustedes, vendrán, se sentaran en el banco, se colocarán el sombrero, que les anunciará a que casa pertenecen. Luego, van, y toman asiento con sus nuevos compañeros.
Abbey Melissa.
Una chica rubia con dos trenzas y pecas subió emocionada al banco, y se colocó el sombrero en la cabeza. Este le dijo:
-Ravenclaw!
-Bellybarrel Simon.
-Gryffindor!
Albus lo miró con envidia, como se dirigÃa hacia su casa, y veÃa como su hermano lo recibÃa con una sonrisa.
-Fullstick Thomas.
-Hufflepuff!
-MacMillian Francis.
-Hufflepuff!
-Maddorque Samuel.
-Slytherin!
-Malfoy Scorpious.- Scor también avanzaba como en un funeral, con al cabeza gacha.
-Slytherin!
De la mesa de Slytherin provino un fuerte aplauso, y Scor se dirigió hacia allÃ.
La selección continuó con ocho chicos más, y luego la profesora dijo las palabras malditas:
-Potter Albus Severus.
Subió con tristeza, como si lo hubiesen sentenciado antes de tiempo. Se sentó en la butaca, lo único que se oÃa era su respiración y el latido apresurado de su corazón. El resto parecÃa inexistente, no habÃa nadie que se moviera, ni respirara. Pudo apreciar los ojos de su hermano inspirándole confianza y apoyo. Cuando advirtió que Albus lo estaba mirando, James levantó el dedo en señal de aprobación. Con un poco más de ánimo se puso el gorro. Todo parecÃa tan lento, tan estancado en el tiempo, tan lejano a la realidad, tan distinto. De pronto el sombrero habló dispuesto a anunciar su casa:
-Slytherin!
[NOTA: Este fanfic fue escrito por Victoire Weasley. El dibujo de Albus Severus pertenece a lunajane. Si desean que alguno de sus fanfics, viñetas, humor pottérico, estanterÃas pottéricas sean publicadas en BlogHogwarts, envÃen un e-mail a fans@bloghogwarts.com.]
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