Frikiterapia Virtual: Potteradicto, Confiésate!

Crónica de mi visita a Campus Potter 2010

¿Te sientes incomprendido? ¿Tu familia y amigos no entienden tu pasión por Harry Potter? Entonces, este post es tu post… No, no dejarás de ser potteradicto, pero ayudará a que te importe un bledo lo que digan de ti. Será terapéutico, al igual que lo fue para los acampados de Campus Potter 2010, cuando el pasado 4 de agosto impartí la charla Harry Potter, el héroe del cambio de siglo y la actividad Frikiterapia.

Y tengo que deciros que Campus Potter es una experiencia increíble, mucho más de lo que yo me imaginaba. Es como una especie de curso de verano de Hogwarts que se desarrolla como un juego de rol en el que todo el mundo se toma muy en serio su papel las veinticuatro horas del día y en el que no faltan ataques de dementores y de mortífagos, y muchas sorpresas más que los campuseros no descubren hasta el último momento.

El jefe Durmstrang, de nombre muggle Andrés (en esta edición también participaba Durmstrang, además de las cuatro casas de Hogwarts), fue el emisario del Ministerio de Magia que me trasladó en automóvil muggle desde la estación de Atocha a la localidad madrileña de Mangirón, donde se celebraba el campus. Tuvimos que recurrir al transporte muggle porque yo no puedo utilizar escoba voladora en agosto, ya que, durante el verano español, el índice de radiación solar es muy elevado y yo no puedo tomar el sol (¿me estaré convirtiendo en vampiro?, ¿será consecuencia de un hechizo malintencionado por ser crítica con la saga Crepúsculo?).

Cuando llegamos, los campuseros estaban en clase de duelo. Al terminar, fueron a mi charla, que duró hasta la hora de almorzar. A los postres hubo una reñida competición que consistía en succionar gelatinas de un solo sorbetón y tragárselas inmediatamente. Ganó Slytherin. Concedí puntos extra por la participación en mi charla (esto me resultó muy difícil) y firmé ejemplares de mi libro antes de que el profesor  Severus Snape tuviera la gentileza de mostrarme las instalaciones y los lugares donde se impartían las clases.

El profesor Snape, inquietantemente similar al Snape literario e igual de sarcástico y de cínico, me dio una clase improvisada de Pociones y me obsequió con un frasco de baba de Kraken, de gran valor por su poder cicatrizante.

Caminar tras él por la sierra madrileña, con su capa, su túnica y su melena ondeando al viento, era como seguir al verdadero Snape por los terrenos de Hogwarts (las caras de los acampados ajenos a Campus Potter y de los vecinos del pueblo eran un poema).

Snape imparte disciplina como un sargento de hierro y hace temblar al que olvida dirigirse a él llamándolo “señor”. La única sonrisa que arrancó a los campuseros fue en una ocasión en la que estaba reprendiendo a sus alumnos y, mientras caminaba hacia ellos con paso marcial, se le enganchó la peluca en la rama de un árbol (los campuseros pagaron cara la osadía de reírse de Snape). Sólo lo escuché elogiar a alguien cuando me dijo que le gustaba mi “look a lo Bellatrix”. Al parecer, el profesor Snape utiliza un traje de baño bastante peculiar cuando vigila a los alumnos en la piscina, pero no tenía turno de piscina el día de mi visita (¡por favoooor, que algún campusero me mande una fotooooo!). En Campus Potter también hay quienes suplantan a otros con poción multijugos o que están transformados, enigmas que no se descubren hasta el último día.

Uno de los regalos más preciosos que Rowling nos ha hecho, además de los inolvidables momentos de felicidad que nos ha proporcionado la lectura de sus libros, es la posibilidad de hacer amigos que nunca hubiéramos conocido si no hubiéramos caído  bajo el hechizo de la saga pottérica. Algunos amigos los tenemos en puntos distantes del planeta y sólo nos comunicamos con ellos por Internet. Con otros tenemos la oportunidad de reunirnos en actividades, charlas y eventos del tipo Campus Potter. Esta fue una de las ideas que planteó una campusera en la charla que impartí, Harry Potter, el héroe del cambio de siglo. Analizamos las semejanzas y diferencias entre Harry y otros héroes de ficción legendarios. Harry, como los héroes de los mitos y leyendas, como los protagonistas de los libros de caballerías o como los caballeros del ciclo artúrico, es valiente, generoso, fiel, leal, íntegro… Pero, a diferencia de estos héroes de la tradición literaria, en muchos aspectos, Harry es una persona normal. No es físicamente nada del otro mundo, es bajito, enclenque, miope y patoso con las chicas. “Harry es como cualquiera de nosotros” fue la idea que más se repitió.

En la Frikiterapia, muchos confesaron su potteradicción (no confesaron todos porque se nos echó encima la hora de comer) y explicaron cómo había llegado Harry a sus vidas y qué había significado para ellos. Algunos eran voraces lectores y ya amaban los libros de Rowling antes del boom mediático de las películas, otros fueron al cine a regañadientes, arrastrados por algún amigo o hermano menor, y cayeron en las redes de la historia de Harry sin remedio. A otras personas les ayudó a evadirse de una dura realidad y a superar momentos muy difíciles de sus vidas.

Ahora es vuestro turno, amigos de BlogHogwarts. Esto funciona como un grupo de autoayuda. Primero confieso yo, que soy la terapeuta.

Me llamo Lourdes y soy potteradicta.

Ahora todos respondéis, ahí, sentados frente a la pantalla de vuestros ordenadores, “¡TE QUEREEEEEMOS, LOURDES!”. Podéis gritar más fuerte, si queréis, así vuestra familia llegará a la conclusión de que no tenéis remedio y os dejará por imposibles. “TE QUEREEEEEMOS, LOURDES!”.

Y ahora es cuando os cuento cómo llegó Harry Potter a mi vida.

Mi hija aprendió muy pronto a leer, a los tres años, y yo, para animarla a hacer progresos con la lectura, solía regalarle libros gruesos y de letra pequeña como El señor de los anillos o La historia interminable. Siempre le decía: “Si sigues esforzándote, pronto podrás leer libros de mayores como éstos”.

Una tarde de otoño, en 2001, estaba con mi hija en una librería, y ella se fijó en los libros de Harry Potter.

-¿Estos libros de qué son, mami? -me preguntó con su vocecilla infantil (entonces tenía cinco años).

-Son de un niño mago que va a una escuela de magia -le dije.

-Los quiero todos.

-Leeré primero La piedra filosofal y, si me gusta, te los compraré –le dije yo, con muy poco convencimiento porque había leído críticas que aseguraban que nunca tendría tanto éxito entre los niños españoles como en otros países porque era demasiado “británico”.

-Pero, mami, yo los quiero, yo los quiero, yo los quiero.

Así que compré el primer libro y lo dejé en el montón de libros pendientes de lectura (que siempre es muy grande, por más que leo y leo). Pero entonces ocurrió algo que hizo que Harry Potter entrara triunfalmente y para siempre en mi vida. En aquella época, yo era directora de Cruz Roja Juventud de Málaga y había una enorme polémica en torno a la práctica del botellón. El botellón es la costumbre de los jóvenes españoles de comprar bebidas alcohólicas en supermercados y reunirse en grandes grupos para consumirlo en la calle. Hoy está prohibido, excepto en lugares especialmente habilitados para ello, aunque hay quien lo sigue practicando furtivamente.

Yo organizaba campañas para prevenir el consumo excesivo de alcohol en jóvenes y actividades de ocio alternativas al botellón. Estaba preparando una sesión de cine para jóvenes a un precio muy reducido (1 €) en una sala que estaba justo al lado de la plaza en la que se celebraba el botellón. Tenía que buscar una película con tirón para jóvenes, y el dueño del cine me sugirió que lo organizáramos coincidiendo con el estreno de Harry Potter y la piedra filosofal. Yo le dije “¿Pero eso no es para niños?”, pero el dueño del cine me explicó que funcionaba muy bien con público juvenil.

Al día siguiente de que se presentara la campaña “Ven al peliculón y deja el botellón”, la prensa la recibió con titulares como “Harry Potter contra el botellón de los viernes” o “Potter contra el botellón”. Y resultó que aquella noche llovió. Así que la zona del botellón se quedó vacía y la sala de cine se llenó. Tenía una capacidad para 400 personas. Al día siguiente los titulares fueron como el marcador de una competición deportiva: “HARRY POTTER 400    BOTELLÓN 0”.

Pero, para mí, aquella noche sucedió algo mucho más importante que el éxito en una actividad. Cuando tío Vernon encerró a Harry en la alacena bajo la escalera y dijo: “Jamás-ha-existido-la-magia”, algo se despertó dentro de mí. Supe que aquella historia y la persona que la había escrito tenían algo que ver conmigo, algo importante que decirme.

Así que, a la mañana siguiente, estaba con mi hija esperando a que abriera la librería para comprar el resto de los libros publicados hasta ese momento. Y así, la pottermanía se convirtió en una patología familiar.

Ahora es vuestro turno, podéis confesar en los comentarios.

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Lourdes Fernandez Montoya

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