Hola a todos!
No los demoro más, y sean fieles que dentro de poco la historia llega a su fin…
Anteriormente en Harry Potter y el Sextante de Plata:
Lumos…
              Bienvenidos al:
CapÃtulo 10
El Prisionero de Azkaban
 Por Tomas MarvoloÂ
Atónitos, Ron y Hermione vieron cómo Harry desaparecÃa con una expresión de furia. Ginny aún no despertaba, pero en San Mungo les habÃan dicho que tal vez en la semana en curso pudiera al fin volver en sÃ.
El hechizo que el falso Oliver Wood le lanzara era muy fuerte, y habÃa causado daños en el sistema de Ginny que tardarÃan en repararse. Al menos tres órganos debÃan regenerarse espontáneamente, sin hablar de que aún quedaba un pequeñito vestigio de la marca que tanto habÃa aterrorizado a Harry.
Circe conversaba animadamente con los chicos y Ron decidió encargar a Hermione del cuidado de la casa, para ir a la suya, donde estaban Hugo, Rose, Fred y Roxanne bajo la tutela de Angelina.
El Jefe del Departamento de Aurores se hallaba caminando por Hogsmeade en dirección al Cabeza de Puerco. BlandÃa su varita, listo para atacar. Un par de personas se le acercaron a pedirle autógrafos, turistas sin dudas; pero Harry ni siquiera los miró. Siguió caminando.
Llegó hasta donde estaba Aberforth, quien lo saludó alegremente, como de costumbre.
—Hola, chico. Espero que esta vez si me vengas a hacer una visita formal.
—Hoy no, Aberforth. ¿Alguien ha salido por aqu�
Aberforth negó.
—No me parece. Ariana no deja que entren y salgan extraños.
—Iré a Hogwarts — dijo Harry y agitó su varita. Salió un ciervo plateado y le susurró:
—Directora, me dirijo hacia Hogwarts. Localice al alumno Edgar Dolohov, es urgente.
El ciervo asintió y salió hecho una bola luminosa que atravesó las paredes.
— ¿Puedo ayudarte?— inquirió Aberforth.
—No es necesario. Nos vemos.
El cuadro de Ariana se apartó, y Harry observó sus ojos inocentes que lo miraban. ¿Si Ariana hubiera vivido, la historia serÃa diferente? ¿Si Dumbledore estuviera aquÃ, le habrÃa aconsejado hacer algo distinto?
Caminó por el túnel oscuro, iluminado únicamente por el destello en su varita. Harry iba apresurado, camino a ajusticiar al causante de las desgracias en los últimos dÃas.
Por fin salió ala Salade los Menesteres. Estaba completamente vacÃa. No todos los chicos eran como sus hijos y se escapaban de las Clases de Defensa Contra las Artes Oscuras de Ernie McMillan para ir a jugar allÃ. Por suerte Ernie solo tomaba en cuenta las evaluaciones de sus alumnos en la práctica, no le importaba cómo aprendÃan.
 Salió por fin al pasillo y se dirigió al segundo piso, a la oficina del Director. Por el camino varios cuadros lo saludaron y hasta sintió la risa nerviosa de Peeves, molestando a algún chiquillo.
— Señor Potter, pero que gusto…
Harry se volteó. Era Nick Casi-Decapitado.
— Hola Sir Nicholas, ¿como está?
La presencia del Fantasma de Gryffindor lo tranquilizaba un poco.
— Muy bien. Hogwarts no es tan divertida desde que usted nos abandonó. Ya sabe, todo está un poco…muerto. Le diré a Myrtle que lo he visto. Esa niña y yo nos hemos convertido en grandes amigos.
—Sir Nicholas — pidió Harry —le ruego que no comente con nadie acerca de mi presencia. Al menos no por ahora.
Nick guardó silencio como si hubiera cometido una falta muy grave y, tras saludar con su cabeza desprendida, atravesó una pared y se retiró.
Un chico pasó cerca de Harry y lo saludó. Él no lo conocÃa pero igualmente contestó su seña. Llegó por fin hasta la oficina de Minerva Mc Gonagall y se halló frente ala Gárgolaprotectora.
«No puede ser» pensó Harry.
—Empanadas de limón —la Gárgolani se movió. Probó con un montón de dulces incluidos unos nuevos que Sortilegios Weasley aún no sacaba a la venta, y nada. Finalmente la estatua se apartó sola. Mc Gonagall apareció detrás de ella.
— Harry, qué bueno que has llegado.
— Hola, profesora.
Mc Gonagall sonrió:
—Después de todo este tiempo aún me llama «profesora»
— Es la costumbre, p…Minerva.
— Recibà su mensaje, pero me temo que no podré hacer nada por usted. Dolohov se marchó en la madrugada.
— ¿Cómo que se marchó? — dijo Harry intentando controlar la ira que se iba apoderando de él. Cada vez era más difÃcil dar con el muchacho.
—Lo siento mucho. No querÃa que nadie supiera lo del Sextante, con lo del Quidditch fue suficiente.
»Por esa razón, Flitwick le dio permiso de marcharse, ya que la señora Dolohov vino a buscarlo urgentemente. Algo le ha sucedido a su padre en Azkaban.
— ¡No puede ser! Ese chico es culpable de todo lo sucedido.
— Longbottom solo me alertó de sus movimientos, que no lo dejara salir. Nadie me habÃa informado de que él era el culpable…
— Lo hemos confirmado recientemente.
— Harry, Neville también me dijo lo de la tienda de George y debo decirle algo: estoy casi segura de que Dolohov no estaba allÃ.
— Casi, profesora, casi. ¿Dónde estaba entonces?
— Me dijo un compañero suyo que habÃa estado por los terrenos de Hogwarts, paseando.
— ¡Esa no es una ubicación concreta! ¿Conoce a Circe?
Mc Gonagall asintió.
— Ella fue novia suya.
— Lo sé — Harry la miró extrañado yla Directoraprosiguió — SÃ, Harry. Los profesores siempre sabemos en qué andan los alumnos. O al menos nos hacemos una idea.
» Como te decÃa: Circe y Edgar se hicieron novios, y quedé sorprendida. Ellos son tan distintos que ni en un millón de años imaginé que algo asà podrÃa suceder. Ella es inteligente, limpia, correcta… Edgar, por su parte, no es mal muchacho; pero su comportamiento deja mucho que desear. Un tanto parecido a Draco Malfoy, no sé si lo recuerda.
— Todo apunta hacia él.
— No lo sé. No tiene el nivel suficiente para hacer hechizos tan complicados.
— Iré a Azkaban.
— Buena suerte con eso, señor Potter.
Harry salió corriendo; pero esta vez no fue ala Salade los Menesteres. Se dirigió hacia los terrenos de la escuela para tomar un thestral que lo alejara de allÃ.
Después de las reparaciones, el castillo habÃa perdido aquel toque antiguo que lo hacÃa lucir oscuro e impenetrable. Ahora parecÃa una fortaleza, pero el musgo y los tonos grises de sus paredes no eran lo mismo. Harry sentÃa una corriente de afecto hacia la escuela, pero sabÃa que no pertenecÃa a allÃ, que su lugar no era enla SalaComúno en las Mazmorras; ni siquiera en el campo de Quidditch. HabÃa crecido.
La geografÃa estaba un poco cambiada. La cabaña de Hagrid no estaba en el mismo sitio, sino un poco más a la derecha, y lo peor: Hagrid ya no vivÃa en ella, sino con Madame Maxime cerca de una colonia de gigantes. El nuevo guardabosques, no era otro que el esposo de Luna Lovegood, aunque Hagrid si mantenÃa su puesto de Profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.
Harry se adentró en el Bosque. El mismo Bosque que años atrás fuera testigo de la maldición asesina que Voldemort le lanzara; el mismo Bosque que albergara a la majestuosa Aragog, Grawp y los centauros. El mismo Bosque que, ahora mismo, le regalaba un thestral.
Lo miró, con el corazón acelerado, recordando cuántas veces aquellos thestral los habÃan ayudado, y cómo le habÃan conducido hasta el Ministerio la fatÃdica noche en que murió Sirius.
El thestral se acercó. Era tal y como Harry los recordaba: una especie de caballo huesudo, con alas de murciélago. Lo acarició y montó en su lomo rÃgido, pero seguro. El animal agitó sus enormes alas parecidas a las de un murciélago y salió en dirección al cielo claro. Se metió entre las nubes y Harry sintió una especie de conexión entre ambos.
— A Azkaban, amigo mÃo— dijo Harry. Los hechizos protectores alrededor de la prisión mágica eran tan poderosos que nadie podÃa aparecerse en varios kilómetros a la redonda. El lugar más cercano era una islita en medio del mar desde la que solo se podÃa llegar por agua o aire.
Harry atravesó la primera barrera, que tenÃa el mismo efecto de la caÃda del ladrón, en Gringotts. Cualquier hechizo protector de identidad se disipaba, cualquier objeto oscuro se quedaba del otro lado de la barrera, no pasaba.
Harry sintió la calidez del hechizo atravesando su cuerpo. En la lejanÃa vio la torre gigantesca de Azkaban, con su forma triangular, elevándose hasta las nubes. Los Dementores seguÃan de guardias, pero Kingsley habÃa hallado la manera de controlarlos más que en épocas pasadas.
Los que estaban a cargo de la seguridad en Azkaban eran un par de Aurores especialmente entrenados por Harry y Kingsley. Eran más jóvenes que ambos, pero de un poder extraordinario. Cuando vieron desde su oficina en lo más alto de la prisión acercarse un thestral, desenfundaron cada uno sus varitas.
Cuando Harry aterrizó, le apuntaron, y un par de luces salieron como balas hacia el recién llegado. Nada sucedió.
— Potter— dijo el más joven e hizo una reverencia. Era rubio y muy parecido a Draco, aunque no tenÃa nada que ver con la familia Malfoy.
— Dan— dijo Harry — Rupert — se dirigió al otro, que era pelirrojo— vengo a encontrar a unos visitantes.
— Solo hemos recibido una visita hoy — dijo Rupert — Era la familia de Dolohov, el ex mortÃfago.
— ¿Ya se han ido?
— No— respondió Dan — Se encuentran en el Salón de Visitas, vigilados por Emma, la nueva aprendiz.
— ¿Ellos tienen sus varitas?
Rupert negó, e indicó a Harry que como parte del protocolo se las habÃan retirado. Luego lo condujeron hasta el baúl donde se almacenaban los objetos de la visitas y allà habÃa un par de varitas. Los visitantes no eran muy seguidos en Azkaban: primero, por lo difÃcil de su acceso, y segundo, por las restricciones de seguridad que permitÃan visitas únicamente en casos de urgencia y una vez al mes.
El baúl se hallaba en la oficina de Dan, que era el jefe, un recinto cuadrado con olor a humedad que tenÃa una hermosa vista al mar. Los presos no poseÃan vistas como esa. Encima de su mesa habÃa una especie de bola mágica de cristal en la que podÃa observar a cada uno de los retenidos en sus celdas y ver qué hacÃan en ese momento.
Harry tomó ambas y preguntó cuál era de Edgar, el muchacho. Señalaron una que parecÃa de endrino y dejó la otra en su lugar.
La varita flotó y Harry agitó la suya. El pedazo de endrino comenzó a destellar y salieron chispas de distintos colores. Luego varios haces de luz salieron en dirección al techo y permanecieron allà titilantes.
Harry enumeró: Wingardium Leviosa, Accio, Protego, Protego, Protego, Protego, Accio…Este muchacho habÃa intentado protegerse muchÃsimo últimamente, justo como si hubiera estado en una batalla… ¡O en la tienda! El hechizo de rastreo lo habÃa revelado, Edgar Dolohov habÃa peleado en los últimos dÃas.
— ¿Cómo llego al salón de visitas?
— Baja las escaleras y ve tres veces a la izquierda — indicó Rupert.
— Harry — habló Dan cuando se retiraba — Te llevas la varita de Edgar Dolohov.
— La necesitaré — dijo Harry y salió de la habitación.
Harry corrió escaleras abajo y siguió las indicaciones de los Jefes de Seguridad dela Prisión. Llegóal fin al Salón de Visitas, donde vio a Edgar sosteniendo a su padre, Antonin Dolohov, demacrado, destruido, tanto o más que Sirius al salir de aquel lugar. Su madre estaba ahogada en llanto, y el muchacho estaba pálido.
Ante la presencia de Harry el ex mortÃfago levantó la cabeza y lo miró con sus ojos rojos, hinchados, secundados por unas ojeras hundidas en su carne mortecina.
— De todas las visitas, tú eras la menos esperada — atinó a decir. Harry reprimió el odio y el desprecio que le causaba aquel hombre. Solo de recordar cuántas cosas habÃa hecho bajo la protección de Lord Voldemort, de que él habÃa sido el asesino de Remus, sentÃa ganas de matarlo. Sin embargo, verlo cómo estaba ahora, le dio una satisfacción que pensó jamás sentirÃa con la desgracia de otros.
— No vengo a verte a ti, sino a tu hijo.
Edgar lo miró con furia. Dejó libre a su padre y se le acercó. Harry le susurró:
— En diez minutos vendrás y me contarás toda la verdad. Me dirás por qué quieres acabar con mi familia y la gente que quiero. ¿Entendiste? Si no estás dispuesto te daré la oportunidad de luchar. Te espero.
Harry tendió la varita de Edgar Dolohov a su dueño. El muchacho lucÃa atónito con las palabras de aquel hombre ante él que lo amenazaba. Regresó junto a su padre, tras lanzar una mirada de odio.
Harry sentÃa que habÃa cometido un error fatal. Se habÃa nublado su juicio impulsado por la venganza, asà que, cuando regresó al Salón de Visitas, no era Edgar Dolohov quien sostenÃa la varita, sino su padre.
— Alto, señor Dolohov — dijo Emma, que habÃa permanecido en silencio en la esquina de la sala. La esposa del antiguo mortÃfago estaba en pie, mirando aterrorizada la escena. Harry levantó su varita y le apuntó. Él mismo lo habÃa capturado años atrás, cuando por fin Dolohov reveló su paradero. Tras perder en duelo contra Flitwick en la batalla de Hogwarts habÃa escapado, sin dejar rastro. Luego de mucho tiempo, se habÃa entregado voluntariamente, por la presión de su esposa. No le gustaba vivir escondiéndose de todos, y cuando llegara la edad escolar de su hijo Edgar ¿cómo iban a enviarlo a Hogwarts sin levantar sospechas, sin que el resto de la gente se hiciera preguntas?
— Ya estoy pagando — dijo Antonin — ¿qué haces aqu� ¿No me dejarás siquiera descansar en mi sufrimiento?
»Pensé que eras más que esto, Harry Potter, San Potter, el generoso, el sacrificado… Pero al final, no eres distinto de los demás, ¿y sabes por qué? Porque le sigues el juego a la venganza. Mientras más tiempo pasa más te me pareces a él, al que mataste. Los dos buscan el poder, por caminos diferentes; pero con un mismo objetivo. Tú pretendes hacer el bien, pero no es más que un juego maldito… — en esta parte una vena comenzó a latir en la cabeza de Harry, dándole como una fusta — Voldemort y tú, son iguales.
Harry movió bruscamente la varita y la de Dolohov cayó al suelo. Luego corrió hacia él y lo tomó por el cuello.
— Señor Potter —gritó Emma aterrorizada — Contrólese. Eso es lo que está buscando, ¿no lo ve?
— Descuida, Emma— dijo Harry entre dientes — Lo dejaré que se pudra aquÃ.
» Edgar, debes acompañarme, por delitos contra otros magos y muggles.
— ¿De qué estás hablando?— dijo Antonin con los ojos desorbitados. Harry lo dejó libre y cayó desplomado.
— Este muchacho ha hechizado a muggles, otros magos y ha atacado a mi propia familia. ¡Casi muere mi esposa!
— Eso es imposible, señor Potter — habló por fin la madre de Edgar. Era de pelo castaño entrecano y pequeños ojos grises. Estaba muy arrugada, y su mirada era triste.
— La condición de mi hijo Edgar le impide hacer ese tipo de magia.
Harry se quedó boquiabierto.
— ¿A qué se refiere? — dijo Emma, aún con la varita apuntando a Antonin.
— Se refiere —dijo Dolohov padre — a que Edgar carga con una enfermedad por mi culpa.
Antonin se puso en pie y regresó junto a su esposa.
— Lo que Voldemort hacÃa era un tipo de magia demasiado avanzada, ni siquiera la ciencia muggle puede hacer cosas de este tipo.
» Voldemort querÃa crear una nueva clase de mago, un sangre pura perfecto, sin debilidades, que no necesitara de las varitas. Sus fallos contra usted lo volvieron asà de obsesivo con el desprendimiento de las varitas. No se cansaba de contradecir a Ollivander cuando decÃa que las varitas son maravillosas. ‘Yo soy el maravilloso’ decÃa una y otra vez ‘La varita es una debilidad’. Y asà comenzó en su carrera por llegar al ser autónomo.
» Utilizó elfos domésticos, gnomos…QuerÃa saber cómo era que unos seres tan inferiores podÃan hacer magia tan maravillosa con tan solo chasquear sus dedos. Algunos hechizos podÃa realizarlos con un gesto solamente, pero el querÃa el dominio total. Él utilizó un tipo de magia muy oscura conmigo, fui uno de sus experimentos. No dio resultado a corto plazo, sin embargo cuando Edgar nació…
— ¡No continúes! —dijo su esposa y estalló en sollozos.
— Edgar nació maldito; pero no fue hasta su entrada en Hogwarts que nos percatamos de cuan grave era. Cada hechizo que Edgar realiza se alimenta de su propia vida. Por eso es imposible que él haga ese tipo de magia tan complicada.
La señora Dolohov extrajo del interior de su túnica unos papeles que tenÃan el sello de San Mungo y se los tendió a Harry.
Harry los leyó con atención y todo confirmaba la historia de Antonin. Y finalmente, habÃa una anotación en tinta roja que aseguraba: seis meses de vida.
— Decidà que nadie lo supiera— dijo el muchacho — Porque quiero vivir normalmente.
Extremadamente apenado, y recordando la maldición de Dumbledore y la marca de Ginny, Harry bajó la cabeza y sintió lástima por Antonin. No le tendió la mano, pero si lanzó una mirada de vergüenza al hijo y la madre.
Dio la media vuelta tras despedirse de Emma y fue hasta la oficina de Dan y Rupert.
— Muy bien por todo, chicos.
— ¿Encontró lo que buscaba? — dijo Rupert
— SÃ…Y no —aseveró Harry y bajó las escaleras.
El thestral lo esperaba afuera. Los Dementores se veÃan flotando por el cielo, fantasmagóricamente. Trepó al lomo del gentil animal y salió disparado al cielo.
Recorrió las barreras protectoras que rodeaban la prisión mágica, sintiendo la calidez de cada una al atravesarla. Iba triste y a la vez preocupado. No era Edgar el culpable de semejantes horrores, el loco que andaba ahà afuera aún permanecÃa libre, tal vez decepcionado por no haber capturado a Luna Lovegood.
DebÃa regresar a casa, junto a la calidez de su familia y sus amigos. Esperaba que Ginny hubiera despertado al fin. Navidad iniciarÃa la semana próxima y sin ella no serÃa ni remotamente parecido.
Cambió de opinión y volteó para ir a San Mungo a ver a su esposa.
Cuando por fin descendió del lomo del thestral y entró a la sala donde se hallaba, la encontró incorporándose, con la ayuda de Molly.
— Harry, que bueno que viniste — dijola Señora Weasley— ¡Mira quien se despertó!
Harry corrió hacia Ginny y la abrazó emocionado. Se besaron, torpemente aún, pues su esposa estaba algo mareada.
— Mi amor — dijo Ginny — ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me dorm�
— ¿Te dormiste? — dijo Harry sonriente— Te hechizaron y caÃste como cinco metros. Pasamos un buen susto.
— ¿Y los niños?
— Están en la casa del Valle Godric — dijo Harry— Ron los está cuidando.
— ¿Por qué están all� — dijo la señora Weasley.
—Pues — dijo Harry, intentando ocultar su preocupación — Nos parece una mejor idea pasar Navidad allá.
— Oh, muy bien — dijo Ginny captando la idea — El medimago me ha dicho que podré ir a casa en un rato.
— Te ayudaré a recoger tus cosas — dijo Harry y agitó su varita.
***
Ron estaba sentado a la mesa, esperando a tener alguna noticia mientras los niños jugaban. Hermione habÃa traÃdo a Hugo y Rose a casa, para iniciar los preparativos navideños. Angelina sonreÃa alegremente mientras conversaba con Fleur acerca de cuan peligroso era dejarla sola delante del fogón.
Ginny estaba de reposo y leÃa atentamente los mensajes que le habÃan enviado sus fanáticos tanto como periodista de El Profeta como de ex jugadora de las Holyhead Harpies. Harry se habÃa asegurado de utilizar varios hechizos reveladores antes de que ella abriera los paquetes.
Uno de ellos era de la propia Circe, y le enviaba una hermosa bufanda roja y dorada como la insignia de Gryffindor.
Estimada Señora Potter:
Soy una profunda admiradora suya desde la época en que jugaba con las Holyhead Harpies. He conocido recientemente a Harry y a sus hijos. Lily Luna y yo nos hemos hecho muy amigas. Le envÃo esta bufanda que yo misma tejà como agradecimiento a su familia por los cuidados cuando mi vida peligró.
Un abrazo fuerte, nos vemos en Navidad.
Ginny leyó el mensaje complacida. Últimamente el tema más recurrente a toda hora, y siempre lejos de la escucha de Molly habÃan sido el sextante de plata, y la maravillosa forma en que una chica de la que sus hijos estaban medio enamorados habÃa salvado a Harry: Circe.
Ginny le habÃa dicho a Harry que serÃa mejor invitarla a pasar las Navidades junto a ellos, en caso de que sus padres no se opusieran. Fue ese dÃa que Lily les dijo que ella no tenÃa padres, que habÃan muerto de una extraña enfermedad cuando era muy pequeña y vivÃa con su abuela, una señora muy severa que le recordó a Harry a la abuela de Neville.
Cuando solo faltaban tres dÃas parala Cenade Navidad, al Valle de Godric llegó un extraño con la capa raÃda. TenÃa rostro hermoso y cansado, adornado por brillantes ojos gentiles. Se divertÃa haciendo que su color de pelo cambiara de un rosa chicle a un azul eléctrico, mientras jugueteaba con la nieve. Era joven, delgado y alto.
Se acercó hasta un lugar solitario y vacÃo:
— Expecto Patronum — dijo, y de la punta de su varita salió un lobo plateado que corrió hacia la negrura y desapareció.
Segundos más tarde comenzó a aparecer delante de él y en medio del vacÃo una hermosa casa de madera, alta, iluminada en varias tonalidades.
Se acercó al portón y lo empujó. Llegó hasta la puerta y la tocó despacio. Sintió los pestillos correrse y ante él quedó una mujer pelirroja.
— Madre — dijo el muchacho y se lanzó a abrazarla.
— Chicos — gritó Ginny tras besarlo en la frente — Llegó Teddy.
Esperamos que el capÃtulo de hoy les haya gustado. Recuerden escribirnos a hpsextante@gmail.com con sus propuestas de próximo capÃtulo. Además, sÃgannos en Facebook, donde habrá concursos y se publicarán los mejores escritores de Fanfic de los que lleguen a nuestro email y también en Twitter y Tuenti…
Por cierto, antes de que se lancen a comentar les aclaro que como Ginny y Harry criarn prácticamente a Teddy, él los llama mamá y papá.
Nos vemos el VIERNES…
NOX
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