Llega el viernes, ya casi se acaba agosto y el fanfic comienza a plantear nuevos giros. Uno de los personajes hará algo inesperado, y Harry comenzará a darle vueltas a una idea que podrá salvar el mundo mágico del peligro o destruirlo por completo.

Una carta misteriosa de Dudley ha llegado, y el contenido será sorpresivo para él…

¿Qué nos espera en el cuarto capítulo de Harry Potter y la Deuda de Sangre?

Gracias a Fred Runcorn por hacernos llegar mediante correo electrónico su aporte. Recuerden que ustedes pueden verse publicados escribiendo la continuación de este capítulo a sextantedeplata@ciudad.com.ar

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No los demoro más…

LUMOS.:*

 

 

Harry Potter y la deuda de Sangre

Capítulo 4

“La Carta, El alguacil, La huida”

Por Fred Runcorn y Tomas Marvolo

 

Recibir una carta de Dudley era algo que definitivamente Harry no esperaba. Preocupado por lo que pudiera decir, o por si era una trampa, decidió abrirla con el mayor cuidado posible.

Querido Harry:

Muchas felicidades por tu cumpleaños, espero que a pesar de nuestro pasado no hayas pensado en quemar esta carta usando tus trucos. Intenté que mi madre te saludara, pero sigue dolida por lo de mi padre, que en paz descanse. Hay una razón, además de tu cumpleaños para que escriba esta carta, Samantha ha sido aceptada en esa escuela que ustedes llaman Hogwarts y ya sabes lo que eso quiere decir. Aún no se lo hemos dicho a mi madre, Eleonor cree que sería capaz de quemarla viva y para serte sincero, soy de la misma opinión. La chica se lo ha tomado con bastante calma, aunque creemos que sigue triste por lo de su abuelo. En fin, me gustaría que nos juntáramos, solo dime donde y cuando y ahí estaré.

D.

—¿Qué ocurre amor? —preguntó Ginny al ver la cara de perplejidad de su esposo.

—Al parecer Samantha, la hija de Dudley, es una hechicera—respondió Harry, tomando un trozo de papel y una pluma.

—Increíble —exclamó Ginny— ¿No se supone que era imposible?.

—Realmente por la parte de mi familia sÍ era difícil, pero esta chica, Eleanor, no sabemos que antecedentes hay en su familia.

«Estaremos en contacto» escribió Harry. Por mucho que quisiera hablar con su primo no tenía tiempo para planear una reunión.

A la mañana siguiente, mientras desayunaba, apareció Lily Luna en la cocina sosteniendo una bludger:

—Hola papi. ¡Mira el huevo de xonda que ha aparecido en el patio esta mañana!

—Mi amor —dijo Ginny mientras movía la varita para terminar unos huevos revueltos— eso es una bludger.

—Eso me dijo Albus —respondió Lily, derrotada—, ¿podrían decirle que tengo la razón? Es que siempre lo sabe todo… Salió a la tía Hermione.

«Salió a Dumbledore» pensó Harry y sonrió, llevándose una taza de té con leche a los labios.

Luego llegó James y tomó una tostada del plato que Ginny ponía con esmero. La madre le propinó un manotazo suave:

—Todavía no se han hecho.

—Hola papá —dijo James. De no ser por lo ordenado que siempre llevaba el cabello, podría pensarse que era el mismísimo Harry Potter que no había envejecido— ¿qué se siente tener 42 años?

En ese instante apareció un Jack Russell plateado en medio de la habitación, el patronus de Ron.

—Necesitamos que vuelvas —fue lo único que dijo el animal con la voz de su amigo.

—Tengo que irme —dijo Harry poniéndose en pie.

—Pero Harry…—comenzó a regañarlo Ginny.

—Hablaremos luego —un beso de despedida a ella y sus hijos y desapareció en los polvos flu de la chimenea. A medida que aparecía entre llamas en el ministerio, recordaba las palabras de Hermione y se sintió arrepentido de haber dejado a Ginny en casa.

Una vez dentro, se enfiló a la oficina de Kingsley, no sin antes saludar a cuanto mago se tropezaba en el camino.

—Harry, gracias por venir tan rápido —dijo Kingsley al verlo entrar a la oficina.

Allí estaba además Ron. Se las arreglaba para siempre llegar antes que él en los casos de emergencia. Seguro Hermione le hacía unos ráidos hechizos de aparición.

—No hay de qué señor Ministro —respondió Harry.

—Tenemos un problema —le dijo Ron—. Usamos un hechizo recientemente implementado en Azkaban, que pude identificar rastros de prisioneros. Había una huella en la carta que los TotenEssen

—¿De quién es? —preguntó Harry.

—De Circe —respondió Kingsley.

—Vamos entonces a buscarla —exclamó Harry ante la poca iniciativa del grupo.

—No es tan simple —dijo Ron—. Es demasiado obvio, debieron incriminarla.

—Es por eso que iremos a interrogarla —dijo Kingsley acercando una bota vieja.

Al momento en que los tres ponían un dedo, Harry sintió que otra mano rozaba la suya y se posaba sobre el traslador, miró hacia el lado y vio una larga cabellera rojiza.

—Esta vez no te vas a ir sin mí señor Potter —exclamó Ginny al comenzar a girar.

***

Al entrar a la celda de Circe los hermanos Weasley hicieron guardia en la puerta, hablando con Calius y Ernie, mientras Harry y el Ministro hablaban con la prisionera.

—¿A qué debo su visita? —preguntó Circe desde las sombras. Estaba igual de demacrada que el día anterior. Su voz continuaba denotando oscuridad de quien no quiere seguir viviendo.

—Ahorrémonos las molestias y dinos que sabes de los TotenEssen —exclamó al instante Harry, aún enojado por la presencia de su esposa en el lugar.

—¡Ahh!  Entonces lo saben —dijo Circe— Supongo que vinieron a llevárselo.

—No sé de qué estás hablando— exclamó Kingsley.

—Pues tal  vez deberías conocer a la gente que pones  a custodiar a los criminales —dijo Circe como si nada– Puedo ayudarlos, sin embargo sin magia no hay mucho que pueda hacer.

—¿De quién hablas?—  preguntó Harry.

—De aquel que sembrará el terror en sus vidas, alguien que solo podrán vencer con mi ayuda —exclamó Circe—. Una vez que él sea derrotado, será más fácil derrotar a La Destructora.

—¿Sabes quién es? —preguntó Kingsley.

—Rufar —dijo simplemente Circe.

Corrieron a la oficina del alguacil de Azkaban, Silka Rufar. Estaba en su escritorio con por lo menos veinte varitas en las manos las cuales hizo desaparecer inmediatamente.

—¿Qué tal caballeros? —saludó Rufar nervioso.

En las pocas visitas que había hecho Harry a Azkaban, Rufar siempre se había mostrado amable, pero desde hacía unos meses nunca recibía a los representantes del Ministerio. Se decía que había muerto un familiar suyo muy querido, y por eso estaba encerrado todo el día en la oficina.

Harry, Kingsley, Ginny y Ron sacaron sus varitas por precaución. Igual lo que Circe había dicho podría ser mentira. Sin embargo, al ver que todos sacaban su varita, el jefe de Azkaban hizo lo mismo.

—Vas a caer Potter —gritó Rufar en un ataque de locura— ¡TotenEssen!

Entonces todo fue caos: escucharon las rocas y murallas romperse y rápidamente cayeron al suelo con heridas de diferente gravedad.

Ante la visión de Silka Rufar desapareciendo, Harry y sus amigos quisieron desaparecer, sin embargo al parecer no se les estaba permitido. La isla completa caía en pedazos a las aguas y ese parecía ser su destino también, entonces se dieron cuenta de que los prisioneros desaparecían, lo cual les dio a suponer que las varitas habían parado en sus manos y que conocían algún poderoso hechizo de desaparición.

—Al parecer no iremos a Hogwarts, Harry —exclamó Ron intentando hacer parecer cómica la situación.

En ese momento al menos diez prisioneros aparecieron frente a ellos y los atacaron. Estaban en clara desventaja, sin embargo todos murieron aplastados por una roca que una chica rubia tiró del segundo piso.

—¿Circe? —exclamó Calius.

—Vengan y escóndanse —gritó Circe enojada. Estaba herida, pero lucía una expre3sión triunfal. Hicieron caso rápidamente a sus instrucciones y treparon junto a ella.

—¿Alguna idea Potter antes de morir ahogados? —exclamó Circe. Señaló entonces al cielo, por un hoyo gigantesco que había en la pared. Flotaban algunos magos demacrados, y apuntaban con sus varitas al océano.

—¿Qué hacen? —preguntó Ginny.

—Un hechizo conjunto. Son trece magos. Hacen un aquelarre —respondió Harry.

Circe ahogó una carcajada.

—Parece que vamos a morir —exclamó, risueña.

Rufar apareció de pronto en el hueco de la pared, los miró e hizo una seña a los magos que flotaban tras él.

Todos levantaron las varitas al unísono y e en forma del mar se elevó, adquiriendo la forma de un águila bicéfala.

Harry pensó rápidamente en la única persona o ser viviente qué parecía ser capaz de salvarlos en esa situación.

—¡Kreacher! —gritó Harry al aire. La criatura apareció, lucía aun más viejo que la última vez que Harry lo viera.

—El amo está en problemas —exclamó Kreacher—. Kreacher lo salvará, muy a su pesar.

Entonces un haz de luz morada atravesó el aire hacia Kreacher, pero Circe, ante el asombro de todos los presentes, se interpuso en su camino. En el instante en que Circe tocó el suelo herida, Ginny y Kingsley lanzaron un potente hechizo reductor que hizo caer al atacante: Rufar.

Todos se agarraron a Kreacher y Kingsley agarró a Circe antes de desaparecer. La desaparición oprimió a Harry como nunca antes, se mezclaron los cuerpos en espiral y la oscuridad los rodeó por una sofocante fracción de segundo.

Cuando el aire llenó los pulmones de Harry, supo que había funcionado.

Harry agradeció a Kreacher, e intentó aprovechar la oportunidad para liberarlo.

—Ya lo ha intentado otras veces, pero Kreacher es feliz sirviendo. Aunque sea a malas sangres como usted y sus amiguitos.

Con un «plop», el elfo desapareció.

Se cercioró de que todos estaban bien. Ginny ayudaba a Circe a ponerse en pie, aunque todavía parecía guardarle cierto rencor. Kingsley le curaba la herida a la rubia y Ron la miraba con cara de pocos amigos.

Por el momento, Harry decidió quedarse en silencio analizando la situación. Los TotenEssen habían resultado ser un aquelarre, una formación peligrosa de magos, con un poder casi infinito.

Rufar había reunido a trece magos oscuros y poderosos, por supuesto. Antes de ser jefe de Azkaban, estuvo dirigiendo Numengard, así que sabía cuáles eran las fallas de la seguridad en ambas prisiones mágicas. Habló con los magos oscuros sobre el aquelarre y, a pesar de los peligros que entrañaba, aceptaron porque el precio de la libertad nunca será lo suficientemente alto como para negarse a tomarla.

Circe miró a Harry complacida. El aquelarre necesitaba oponentes fuertes y, salvo Kingsley, Harry no conocía ningún mago tan poderoso como la rubia que les había salvado la vida hacía unos minutos.

Sin magia, Circe no era nadie; pero dentro de Harry comenzó a forjarse una idea: devolverle los poderes.

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Tomas Marvolo

Estudio periodismo en la Universidad de La Habana, escribo novelas y trabajo como periodista en CMBF Radio Musical Nacional. Potterhead!

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