A Albus nunca, nunca, ¡NUNCA! le gustó volar en un auto encantado. Si ya de por sà las escobas le incomodaban, el imaginarse que el vehÃculo cayera en picada desde esa altura, con todas las piezas volando en miles de pedazos por el impacto contra el suelo, y sus extremidades probablemente regadas en varias direcciones… El punto es que no le gustaba, y sus padres lo sabÃan.
– Ya estamos cerca de llegar. – decÃa Ginny para calmar a su hijo. – Solo recuerda no mirar por las ventanas.
Albus, Scorpius, James y Rose viajaban en la parte de atrás de la camioneta. Para su mala suerte, Albus terminó sentado al lado de la puerta y la ventana.
– Intenta imaginar que estamos sobre una calle normal. – dijo Harry. Él sabÃa que Albus sufrÃa de vértigo, pero se le hacÃa muy difÃcil conducir como muggle, asà que no le quedaba de otra que hacerle pasar a su hijo ese mal rato de regreso a su casa. Por eso Harry siempre hacÃa lo posible por no llevar a Albus en auto a ninguna parte. Generalmente, cuando su hijo tenÃa que ir a algún sitio, iban caminando o en autobús.
Albus no decÃa palabra alguna, solo querÃa estar en el suelo lo más pronto posible. Scorpius pensaba igual debido al trauma de lo ocurrido en su primera clase de vuelo. En cuanto la camioneta voladora se estacionó en Godric’s Hollow, ambos bajaron a toda prisa y con un gran alivio.
– ¿Te puedo pedir un favor papá? – preguntó Albus.
– Desde luego. – dijo Harry
– En Enero, cuando tengamos que ir de nuevo al tren, por favor déjame ir en el auto muggle de tÃa Hermione. Creo que los dos estamos de acuerdo en que es lo mejor.
– También me gusta la idea. – dijo Scorpius.
– No hay problema, solo déjenme preguntarle. De hecho, los está esperando en casa con Ron.
A pesar de todo lo que se hubiera pensado, a Harry no le afectaba el vivir en la misma casa donde ocurrieron los sucesos desastrosos que le dejaron la cicatriz de rayo. Él mismo fue quien la reparó y arregló luego de comprar el terreno, con sus propias manos y sin nada de magia de por medio. Quedó idéntica a como se veÃa hace treinta y trés años.
En cuando seis atravesaron la cerca, la pequeña Lily apareció de repente gritando: – ¡YA LLEGARON! – El primero que fue abrazado por Lily fue Albus, seguido de James y Rose. Siempre habÃa sido tÃmida con el resto de las personas, pero con sus hermanos y primos era una pequeña fuente de energÃa inagotable.
La casa por dentro no tenÃa mucho de especial, salvo por unas pocas fotos mágicas en las paredes. Scorpius le prestó especial atención a dos de ellas: Una mostraba a Ginny en su escoba persiguiendo la snitch durante uno de sus mejores juegos con las Holyhead Harpies, y la otra tenÃa a Harry y a Ron vistiendo sus uniformes y sosteniendo sus certificados de Aurores oficiales del Reino Unido.
En la cocina, Ron, Hermione y Hugo esperaban la llegada del resto de la familia. Hermione usó ese tiempo para intentar preparar un pastel de bienvenida, pero aunque sea talentosa en casi todo lo que exista, la cocina nunca fue su fuerte. A pesar de ello, Ron se comió cada uno de sus experimentos.
– Con cada intento fue mejorando. – dijo Ron.
– Me tomó muchas horas, pero creo que este si es el ganador. – dijo Hermione, sosteniendo un pastel aparentemente listo. Albus y Hugo fueron los valientes en probar primero.
– ¡ESTà INCREÃBLE! – dijo Albus al probar su rebanada.
– Mamá, ahora eres la mejor en todo. – dijo Hugo.
Fue el pastel de Hermione lo que los Potter/Weasley cenaron esa tarde. Tanto Hermione como Ron se habÃan sorprendido al ver a Scorpius por su parecido con Draco, hasta que recordaron que Harry ya les habÃa avisado que vendrÃa, y trataron de aparentar que no pasaba nada, aun cuando seguÃan incómodos.
Albus pasó el resto del dÃa contándole a Hugo y a Lily como era la vida en Hogwarts. Scorpius, por otro lado, estuvo acompañando a Rose en el jardÃn, hablando de todos y de todo. Aquella mirada de Rose que antes era de desprecio, se habÃa convertido en una de afecto, y su tono amenazador pasó a ser de alegrÃa.
– Perdón por lo del tren. – dijo Rose, verdaderamente arrepentida.
– No te preocupes por ello, el pasado ya quedó atrás. – le respondió Scorpius.
– Si, pero…No debà molestarme asÃ, tan solo por…
– Por favor, no hablemos más de ello.
– Está bien. – Rose posó su cabeza sobre el hombro de Scorpius, mostrándole con ese gesto que cualquier resentimiento que alguna vez haya sentido, habÃa quedado en el pasado.
Esa noche, James se quedó despierto esperando a que todos estuvieran dormidos. Su padre lo esperaba en el patio, para hablar a solas con él. Se sentaron en las escaleras de la terraza.
– ¿Qué tan grave está Hogwarts? – preguntó Harry, preocupado por el bienestar de sus hijos.
– Nadie está seguro del todo. – le respondió James. – Ya te habrás enterado de las tragedias de hace poco.
– Es de lo único que se está hablando. No se ha hecho público porque me enteré que McGonagall logró callar a los medios, pero muchos padres están al tanto, y se preocupan de los próximos meses, como yo.
– Tienes razones para estarlo, después de todo tu pasaste por muchas situaciones parecidas cuando estudiabas.
– Asà es. DesearÃa que mis hijos las hubieran evitado, y sin embargo aquà estás, buscando a los infiltrados y haciendo lo posible por salvar Hogwarts.
– Creo que es de familia.
– Tu fuiste quien me pidió venir a hablar contigo esta noche. ¿Qué me querÃas contar?
– Hay algo que debes saber, sobre lo que pasó el dÃa que me reunà con McGonagall… Trelawney tuvo una nueva profecÃa…
Harry se paró de repente de la sorpresa. TenÃa miedo que la profecÃa hablara de alguno de sus hijos.
– Descuida, ninguno de nosotros fue mencionado en ella. – dijo James.
Harry se calmó un poco, aunque sin perder su curiosidad: – ¿Qué decÃa la profecÃa?
– No recuerdo las palabras exactas. Hablaba sobre un desastre que destruirÃa a magos y muggles sin distinción, y que sólo quien poseyera las tres piezas decidirÃa el destino de todos. QuerÃa saber si tu sabÃas a qué se refiere con “tres piezasâ€.
– No tengo idea. – mintió Harry. Por supuesto que sabÃa el significado de esas palabras, pero no se lo dijo a James para que no fuera en la búsqueda de las Reliquias.
Ya en su cama, Harry pensó en lo que habÃa hecho y su por qué: Según como él lo veÃa, quien tuviera las Reliquias tendrÃa el poder de decidir qué lado ganarÃa, pero si dos de ellas permanecÃan ocultas, quizás ni siquiera llegara a ocurrir ese desastre profetizado por Trelawney. Además de todo la búsqueda de las Reliquias serÃa inútil, debido al estado en que él dejó a la Varita de Sauco cuando decidió no ser su dueño: totalmente inservible e irreparable. Además de ello, no querÃa poner en riesgo a James dándole la idea de encontrar las Reliquias. Con lo de los Infiltrados, cualquier amigo cercano a su hijo podÃa ser una potencial amenaza, asà que si James se ponÃa a buscarlaas, sólo lo pondrÃa en riesgo innecesariamente. Después de todo, era imposible que alguien supiera que la Varita se encontraba en el fondo del lago de Hogwarts, y que mucho menos la pudiera reparar, asà que no habÃa nada de qué preocuparse.
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