Le tomó toda la noche a Albus reparar la Varita de Ciprés de Scorpius. Tuvo sueño el resto del dÃa, pero igual vio sus clases con normalidad y sin volver a quedarse dormido como aquella vez en HerbologÃa.
– Aquà está. – dijo Albus, encontrándose con Scorpius antes de su clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. – Como nueva.
– Gracias. – dijo Scorpius, sosteniendo su varita.
– En realidad, tú eres quien merece el agradecimiento.
– ¡Lumus!
La punta de la varita se iluminó como se esperaba, asà que Scorpius dijo contento: – ¡Funciona perfectamente!
– No te la hubiera dado de no ser asÃ. Ollivander siempre decÃa que si nos vas a hacer un trabajo de calidad, entonces mejor no lo hagas.
Albus dejó a Scorpius en el pasillo y se dirigió a su clase. Pensó que Lawrence le quitarÃa puntos a su casa por haber llegado más o menos tarde, pero lo que pasó fue que el profesor Wycliffe ni siquiera estaba en el salón. Los estudiantes hablaban en el pasillo sobre esto, por lo que Albus escuchó que Lawrence se encontraba en la oficina de McGonagall. Fue corriendo a su habitación a buscar la Capa de Invisibilidad, pues querÃa estar al tanto de todo lo que pasara. Después de todo, la última vez que fue guiado por su curiosidad descubrió que su proyecto con la Varita de Saúco no solo es una empresa pasajera, sino una responsabilidad con Hogwarts y el mundo mágico.
Albus se puso la Capa y se dirigió al Despacho del Director. AllÃ, se puso contra la pared y observó con interés la escena que tenÃa enfrente. Eran McGonagall, James y Lawrence rodeando al Infiltrado, quien estaba sentado con las manos atadas por detrás con una cuerda mágica irrompible.
– No queremos mucho, solo los nombres de los infiltrados. – dijo McGonagall. El chico en la silla no respondió. TenÃa la mirada perdida hacia el vacÃo, como si estuviera encerrado en sus pensamientos.
– ¿Sabes lo que es pasar el resto de tu vida en Azkaban? – siguió diciendo McGonagall, tratando de sonar intimidante. – Un niño tan joven como tu en esa prisión no sobrevivirÃa el primer dÃa.
– No tienen nada con qué amenazarme. – dijo el Infiltrado. – No he cometido ningún crimen.
– Intento de homicidio y la intención de conjurar la maldición asesina frente a muchos testigos son cargos suficientes para darte de ochenta a noventa años de encarcelamiento.
– Pasarán rápido. Lo único que tenÃa Azkaban eran sus preciados Dementores, y todos saben que ya no los usan, asà que el encierro será… placentero.
– Te ves demasiado calmado para estar en tu situación actual.
– ¿Es que no lo entienden? ¡Estoy dispuesto a morir, a sufrir cualquier clase de tortura, con tal de no decirles nada! ¡NADA!
– ¡Vas a hablar tarde o temprano! – gritó James. – Y para cuando te des cuenta, desearás haber aceptado nuestra oferta.
– James Potter, ¿No es verdad? Hasta mi gente conoce la historia de tu padre el elegido, el gran Harry Potter, el niño que vivió, el vencedor de Voldemort y héroe de la Segunda Guerra Mágica. De seguro piensas que eres igual a él haciendo esto, pero no eres más que otro policÃa malo que fue dominado por la ira.
James estaba a punto de agarrar la cabeza del Infiltrado y arrancarla de un solo tirón. McGonagall quiso intervenir, pero pensó que si dejaba al chico seguir hablando, quizá sin querer dijera algo que le sirviera como pista para saber más del Fuego de Dragón.
– Ahora dime, ¿Cuál es tu verdadera motivación? – dijo el Infiltrado. – ¿Lo haces porque es lo correcto, ya que tu corazón es el de un héroe que sólo quiere salvar al mundo? ¿O quizás lo haces por la admiración y la gloria de quienes te rodean? ¿Tal vez tratas de seguir el legado familiar e intentas ser como tu padre? No, no, ¡Ya sé! ¡Lo haces por venganza! ¡Claro! ¡Por la muerte de Sarah!
– ¡TE MATARÉ MALDITO! – gritó James saltando sobre el Infiltrado y llenando su cara de puños en el suelo. Wycliffe lo agarró para separarlo y llevárselo al pasillo, siendo seguidos por Albus.
– Primera regla de los Aurores, nunca uses la fuerza cuando no sea necesario, y nunca te dejes llevar por el enojo. – dijo Lawrence, recriminando a James.
– Entonces serÃan dos reglas. – dijo James.
– ¡Te estoy hablando en serio! Si el chico alega que lo moliste a golpes para sacarle información, tendrás serios problemas con el Ministerio.
– De todas formas no le terminé sacando nada. El imbécil no paraba de llorar en el tren, y ahora se cree el ser más duro sobre la Tierra.
– Exacto, y con fuerza bruta no cambiarás la situación. Mira, entiendo por lo que estás pasando, pero trata de mantenerte controlado. A Sarah no le gustarÃa verte asÃ, y lo sabes…
James no le respondió. En cambio, se quedó en silencio para recuperar la calma. Mientras, Lawrence siguió hablando: – Conocà muchos aurores con talento y determinación, pero que se dejaron dominar por la venganza, y tuvieron terribles consecuencias. No seas el policÃa malo, es lo que te pido.
De repente, McGonagall salió de su despacho e interrumpió la discusión: – No van a creer lo que descubrÃ.
– ¡¿Qué averiguaste?! – dijo James, emocionado.
– Como no decÃa nada, decidà usar la legeremancia para entrar en su mente. Desgraciadamente, el chico resultó ser un oclumante con mucha práctica, aunque logré ver un pequeño fragmento de sus recuerdos. En la escena, el chico estaba dentro de una carpa, acostado en una mesa con las manos y piernas atadas. Un mago vestido de armadura se le acercó, y… lo torturó con un Cruciatus.
– No puede ser… – exclamó Lawrence por la indignación.
– Por eso los Infiltrados son tan resistentes, y a la vez tan frágiles. Prefieren morir a decepcionar a sus amos, asà que se suicidan cuando son atrapados.
Ahora James sentÃa algo de culpa por haber golpeado al chico. Albus tenÃa empatÃa con su hermano, y querÃa ayudarlo de alguna forma.
– Esto también demostró lo poderosos que pueden llegar a ser. – dijo McGonagall. – Que un niño de primer año sea tan buen oclumante, es algo inquietante.
– ¿Quieres decir que no somos rivales para ellos? – preguntó James.
– No estoy segura, pero si es cierto que necesitamos algo que ponga la balanza a nuestro favor, y pronto.
Albus se dirigió a su clase de vuelo en cuanto la discusión terminó. Luego de ser un espectador en lo ocurrido en el despacho, quiso ser de ayuda para James y McGonagall. No tenÃa nada que ofrecerles, salvo… la varita más poderosa del mundo, algo que de verdad les darÃa la ventaja sobre los infiltrados. Albus se decidió en que, cuando la Varita de Saúco recuperara su antigua gloria, le cederÃa su dominio a James. Ahora más que nunca estaba motivado a repararla.
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