Fanfic: La desconocida historia de Sirius Black y Allison White Parte I

Sirius Black era inteligente, popular, buenmozo y buena persona… así que es imposible que no haya sido el protagonista de alguna historia de amor, con todas las risas, lágrimas, alegrías y frustraciones que una historia de amor que no acabó con el «hasta que la muerte los separó» implica, porque eso significa que, en algún momento y por una u otra razón, tuvo que terminarse.
Era una Hufflepuff. Después de Snape, los Hufflepuff eran las siguientes víctimas del joven Sirius Black. Cabe destacar que, cuando se trataba de los Hufflepuff, las «maldades» de Sirius no pasaban de comentarios burlescos entre él y James que nadie más oía, a excepción de Remus que, sin participar, a veces no podía evitar reírse de lo que sus amigos tenían que decir.
–Hoy vamos a practicar el encantamiento de desarme, ya que muchos lo olvidan y prefieren atacar lo antes posible, olvidando que, un previo desarme, nos da una ventaja muy superior sobre nuestro oponente.
Sirius y sus amigos se hallaban en clase de Encantamientos, la cual compartían con Hufflepuff. Ese día Lupin no había asistido, pues era luna llena, así que al momento en que el profesor les pidió que se pusieran en parejas, Peter prácticamente saltó sobre James. Sirius y James se miraron y el primero asintió ligeramente indicando que entendía. Todos se fueron colocando en parejas. Sirius recorrió el salón con la mirada, al ver que ya todos estaban en parejas, se encogió de hombros y fue a sentarse junto a Peter y James. El profesor no podría objetar nada.
Ya estaba arrimando una silla cuando la puerta se abrió y Allison White entró, que había llegado tarde pues había estado conversando con la profesora McGonagall.
–Te va a tocar ponerte con la teacher’s pet –le comentó a James a Sirius, que ya en algún momento habían hablado de la especie de relación de amistad que existía entre la alumna y la profesora McGonagall.
–Sé que debe haber un grupo de tres por ahí y necesito que se libere de un miembro –ordenó el profesor.
Sirius volteó los ojos y con desgana levantó la mano. Allison no estaba más feliz de trabajar con Sirius que Sirius con ella, siempre veía cómo se burlaban de Snape y cómo iban por el colegio con un aura de sentirse superiores.
Allison tenía era pelirroja, su pelo, ondulado, le llegaba hasta la cintura. Tenía los ojos marrones y diminutas pecas en la nariz y en las mejillas. Al sentarse junto a ella y, por primera vez en su vida preocuparse en detallarla, Sirius pensó:
–Bueno, por lo menos es bonita.
Se sentaron sin hablar.
El profesor les pidió que repitieran el nombre del Encantamiento unas dos veces pues, la verdad, se suponía que ya lo conocían. Seguidamente, les pidió que se levantaran para comenzar a practicar.
–Traten de colocarse lo más separados posible, para que la varita de alguno no les vaya a dar en el ojo –pidió el profesor.
–Las damas primero –dijo Sirius.
Allison suspiró con desgana, como si hubiera sabido que Sirius diría esas exactas palabras.
–Expelliarmus!
La varita de Sirius voló por los aires. Él, algo sorprendido, dijo:
–¡Muy bien! Ahora me tienes que ayudar a buscarla.
–Parece que te sorprende que me haya salido el hechizo.
Sirius ahogó una risa y, con una sinceridad total, respondió:
–Sí me sorprende.
–¿Por qué?
–No sé –dijo mientras buscaba con la mirada su varita por el suelo–. Siempre e pensado que los Hufflepuff son como torpes. Sin ánimo de ofender –se presuró a añadir.
Allison apretó los labios.
–Claro –fue lo único que dijo.
–Pero, mira, a ti te salió a la primera. ¡Aquí está la condenada! –Dijo mientras se agachaba a recoger su varita.
–Sí… ahora me siento menos Hufflepuff y eso, se supone, me debería hacer sentir orgullosa.
–¿Te sientes menos Hufflepuff?
–Obviamente no. Nada tienen que ver mis habilidades, o mi falta de ellas, con ser Hufflepuff.
–Mira, tranquila, no te alteres. Hufflepuff es una buena casa.
–No estoy alterada –y la verdad es que no lo estaba– y yo sé que Hufflepuff es una buena casa. No me lo tienes que decir tú para que yo me lo empiece a creer.
–Yo estoy impresionado con lo molesta que estás.
Allison no pudo sino bajar la cabeza y reír.
–No estoy molesta. Vamos, ahora te toca a ti desarmarme.
–¿Te sientes desarmada delante de mí? –Preguntó Sirius y levantó las cejas.
–Qué hombre más insoportable –murmuró Allison casi sin mover los labios. Luego, levantando la voz, dijo:
–Sí, sí, desarmadísima, Sirius. ¿Listo?
–Expelliarmus!
La varita de Allison también voló por los aires. La siguió con la mirada y, al ver dónde había aterrizado, volteó a ver a Sirius y aplaudió levemente.
–Bravo, Sirius.
–Gracias, gracias –dijo él inclinándose.
Ella se alejó y fue a recoger su varita. La clase continuó unos minutos más de la misma manera.
Luego de esa clase venía la hora del almuerzo.
–¿Sabes cuál es el problema de que en el gran comedor haya una mesa asiganada para cada casa? –Preguntó Sirius mientras recogía sus libros.
–No le veo ningún problema –respondió Allison.
–Que no te puedo decir: ¿te quieres sentar a comer conmigo y mis amigos?
–No creo que quieras que te vean con una Hufflepuff… –dijo Allison con un tono sarcástico.
–Tienes razón.
–Eso sería un horror total.
–No, pero tú eres bonita. Entonces todos entenderían.
Allison sonrió y, al no saber qué más decir, optó por despedirse:
–Chao, Sirius. Nos vemos en la próxima clase –como queriendo decirle que el hecho de que se vieran en una situación distinta a la clase que compartían de Encantamientos era inexistente.
Sirius la vio alejarse.
–¿Cómo te fue con la pelirroja? –Le preguntó James a Sirius mientras le pasaba el brazo por los hombros.
–No sabía que eran creídas esas Hufflepuff, pensaba que era algo más de las Ravenclaw y las Slytherin.
–¿Es creída? No parece –dijo James.
–Bueno, no. Pero no quiso almorzar con nosotros.
–Porque es de otra casa, genio. Anda, vamos a comer que tengo hambre y si quieres ahí me cuentas de tu nuevo amor.
–Qué amor…
–Ah, verdad, se me olvidó que a ti eso no te pasa.
Se unieron a la ola de alumnos que se dirigía al Gran Comedor.
Esa noche, regresando a la sala común de Gryffindor tras haber cenado, Sirius, James, Lupin, que ya sentía un poco mejor, y Peter bromeaban sobre una poción que había preparado James en Pociones, pues la poción debía resultar verde y, por alguna razón, la de James era roja.
–El rojo y el verde son colores opuestos –comentó Lupin–. O sea, lo hiciste todo mal.
–¿Cómo quedó la de Severus? No me fijé –preguntó Sirius.
–Verde esmeralda –respondió Lupin.
–Pues espero que él y su poción sean muy feli…
No acabó con la frase pues vio que Allison se acercaba, así que, levantando la voz, exclamó:
–¡Hey! ¡Allison White! ¿Qué pasó? ¿Me persigues? Ya sé que soy irresistible. No te preocupes que yo entiendo.
La muchacha le dedicó a Sirius una fugaz y seria mirada y siguió caminando. Sirius tuvo que lidiar con las carcajadas y burlas de sus amigos por un buen rato. Lo que ellos nunca supieron es que, tras pasar junto a ellos, Allison sonrió.
En la siguiente clase de Encantamientos, Sirius se encontró a sí mismo casi lamentando el que Lupin estuviera allí, o Peter… Peter podría ser más prescindible. Se reprochó a sí mismo el tener esos pensamientos. A diferencia de la otra clase, Allison llegó a tiempo y se sentó junto a sus amigas. Nuevamente, Flitwick les pidió que se pusieran en parejas. Sirius vio a Allison colocarse junto a una amiga. Él se sentó junto a James. Por un segundo, sus miradas se cruzaron y Allison se encogió ligeramente de hombros. Así como cuando uno dice «c’est la vie».

Ese domingo en la noche, Sirius no podía dormir. Era de madrugada. Decidió ir a la torre de astronomía, le gustaba subir de vez en cuando. Estaba rompiendo las reglas, pero se llevaría el Mapa del Merodeador y tomaría prestada la capa invisible de James. Caminó sigilosamente y subió las escaleras haciendo el mayor silencio posible. Al llegar, se sorprendió al ver una figura femenina. Supo al instante que no se trataba de una profesora. No sabía si irse o quedarse. Al darse cuenta de que se trataba de Allison White, quiso asustarla. Se acercó de puntillas hacia ella y, sin hacer el menor ruido, se colocó justo detrás de ella, a escasos centímetros. Solo dijo:
–Bu.
Allison saltó debido al susto.
Sirius se quitó la capa invisible mientras, debido a la risa, se retorcía. acabó en el suelo.
–¡No vuelvas a hacer eso! ¿Estás loco?
–Te hubieras visto la cara –decía Sirius con dificultad debido a la risa.
–Y, además, ¿qué haces aquí? ¿Me estabas siguiendo? ¿Estás enamorado de mí?
–No, no –respondió Sirius, súbitamente serio–. No podía dormir y quise subir… a ver el cielo –estuvo pensativo unos dos segundos, hasta que dijo, nuevamente riendo–: Ahora que lo digo en voz alta suena muy cursi… subir a ver las estrellas.
Allison sonrió y dijo:
–Nada de cursi. Si sabes de estrellas, es muy interesante.
–No sé de estrellas, la verdad –Admitió Sirius.
–Si quieres, te puedo mostrar algunas constelaciones –le ofreció Allison.
Sirius sonrió. Sin embargo, tratando de disimular lo mucho que le atraía la idea, dijo:
–Bueno, no es que tenga mucho más que hacer.
Allison sonrió con suficiencia y dijo:
–Vente, entonces.
Le mostró varias constelaciones, desde la Osa Mayor, que sirius ya conocía, a otras de las que jamás había oído hablar, como Cisne, Ara, Lupus…
–A Lupin le gustaría esa… Lupus –comentó más para sí que para que Allison lo escuchara.
–Sí… pobre. Debe ser muy complicado ser un hombre lobo.
Sirius, que había estado observando las estrellas, bajó la mirada y buscó la de Allison.
–¿Quién te dijo? ¿Quién sabe?
–Tranquilo. Yo le deduje por mi cuenta y no le he dicho a nadie.
–¿De verdad?
–Lo prometo, Sirius.
Le gustó escucharla pronunciar su nombre.
–Bueno, me sorprende tu inteligencia, sigue sin contarle a nadie.
–No le voy a contar a nadie.
–Gracias. Y, bueno, muéstrame más constelaciones. Está interesante esto.
Dos horas después, estaban sentados con sus espaldas recostadas de la pared de piedra…
–¡El queso es lo peor! –Exclamó Sirius.
–¡¿Verdad?!
–¡No entiendo cómo a la gente le gusta!
–¡Huele horrible!
–¿Y cuál es tu comida culposa favorita? –preguntó Sirius.
Allison se mordió el labio y respondió:
–Yo podría comer kilos y kilos de pudín de calabaza.
–¡Uuuuf, sí! Buena elección. El mío es el chocolate.
–Aburriiiiido.
–¿Por qué? –Preguntó Sirius.
–Porque ese es el de todo el mundo.
–Bueno, porque el chocolate es lo mejor que hay en la tierra.
–Puede que tengas razón –concedió Alison–. ¿Y tu plato salado favorito?
–La papa en todas sus formas. ¿El tuyo?
–La tocineta –respondió Allison algo apenada.
–¿Qué? ¿Es en serio?
Ella se limitó a asentir.
–Por favor, cásate conmigo.
Ella soltó una carcajada.

Media hora después…
–Yo confieso que me gustan varios grupos de música muggle –dijo Sirius.
–¡A mí también! –Exclamó Allison emocionada– ¿Cuál te gusta?
Sirius se llevó las manos alrededor de la boca como simulando un megáfono y dijo:
–The Roooooolliiiiing Stooonessss!
–¡Son lo máximoooo!
Hay que entender que nuestros jóvenes estaban subyugados por la emoción que da el conocer a alguien con quien se comparten ciertas pasiones en común, además de una química indiscutible, así como por el cansancio, que nos hace actuar de maneras un tanto exageradas.
Al poco rato, Allison le hacía a Sirius su, famosa entre los Hufflepuff, imitación de la señora Pince.
Ya amanecía…
Decidieron regresar a sus respectivas salas comunes. Ninguno de los dos logró dormirse…
Unas tres horas después, Allison se hallaba en la mesa de Hufflepuff con sus amigas, contándoles su experiencia de hacía unas horas. Ella estaba concentrada contando todos los detalles de su encuentro con Sirius y ellas concentradas escuchando. Así que todas saltaron del susto cuando Sirius llegó a la mesa y saludó:
–¡Buenos días!
–¡Sirius! –Exclamó Allison.
–Si me perdonan, hoy me voy a sentar aquí. No se preocupen, no van a tener menos comida. Ya traje mi plato de mi mesa.
Las jóvenes se miraron, sonrieron, y se arrimaron para hacerle espacio a Sirius.
–¡Hey, Black, esta no es la mesa de tu casa! –Exclamó un Hufflepuff.
Sirius suspiró con tedio y, volteándose, para buscar con la mirada al que lo importunaba, respondió:
-Cállate, Smith. No es mi culpa que les tengas miedo a las mujeres y que haya tenido que venir yo a traer algo de testosterona a este lado de la mesa porque tú no lo puedes dar.
Todas las mujeres que estaban escucharon rieron.
Y, desde ese día, Allison y Sirius no se separaron…

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María Paulina Camejo

Escritora venezolana radicada en Miami. Licenciada en Historia del Arte y Literatura por la Universidad de Miami. Ha publicado la novela Beatriz decidió no casarse, la cual también fue publicada en inglés. Puedes comprar su novela en Amazon

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