Y, aunque muchos no lo crean, me pidieron que escribiera esta historia…
Una cualidad que las mujeres, en general, encuentran atractiva en un hombre es la inteligencia. Entonces, no es de extrañar, para nada, que Dumbledore contara con numerosas admiradoras en el mundo mágico. AquÃ, en secreto, les revelo que más de una alumna, alguna vez, encontró atractivo al profesor y, posteriormente, director de Hogwarts. Un hecho que nos puede sorprender es que alguien que nunca vio a Dumbledore con otros ojos que no fueran más allá del cariño que implica una larga amistad, es la profesora Minerva McGonagall. Asà que, no. Esto no es la secreta historia de amor entre Albus Dumbledore y McGonagall. HabÃa alguien más, con un trabajo mucho menos vistoso que el de la profesora McGonagall, menos reconocida, pero igualmente constante y, de cierta forma, era un icono del Colegio o, al menos lo era, el primer y el último dÃa de clases. Estamos hablando de la señora del carrito de las golosinas del Expreso de Hogwarts.
HabÃa su alumna cuando Dumbledore era profesor de Transformaciones, y desde la primera vez que lo habÃa visto le habÃa llamado la atención. Recordaba perfectamente ese momento en el que, sentada en su primer dÃa de clases, esperando por que llegara el famoso profesor de Transformaciones, escuchó la puerta del salón abrirse. Algunos voltearon para ver al distinguido profesor, sin embargo, Penélope, que asà se llamaba la futura señora del carrito de golosinas, estaba distraÃda peinando y despeinando su pluma. Dumbledore entró a paso rápido y, sin darse cuenta, rozó a Penélope con su túnica. La joven bruja levantó lentamente la mirada y, al verlo, esbozó una discreta y fugaz sonrisa.
–¡Buenos dÃas! Antes de comenzar, solo les quiero decir unas palabras: alféizar, didascálica, sinfonÃa, apócope…
Todos permanecieron en silencio, sin saber si reÃrse o asentir o, simplemente, esperar.
«Qué palabras tan bonitas» pensó Penélope.
Dumbledore miró a sus alumnos con una sonrisa de satisfacción y explicó:
–Dije que dirÃa unas palabras y eso hice. Escogà palabras que me gustan por su sonido, por nada más… ¡comencemos!
Penélope sonrió y supo que esa clase le gustarÃa.
Y es que a veces pasa asÃ. Alguien hace que levantes la mirada, en el momento no piensas nada más allá de ese fugaz instante que consideras carente de importancia, sin embargo, tras el paso del tiempo, te das cuenta que, desde el primer momento, te habÃas fijado y no entiendes cómo no lo habÃas captado antes. Y asà le pasó a Penélope.
Ya luego de la segunda clase, Penélope esperaba la clase de Transformaciones con ansias y, al mismo tiempo, se volvió admiradora de su profesor. Más de una vez buscó algún libro de la biblioteca que contuviera un capÃtulo o algún pasaje dedicado al profesor Dumbledore. Ella era habÃa sido seleccionada para Gryffindor y sintió una gran satisfacción al momento de descubrir que el profesor Dumbledore también habÃa pertenecido a esa casa. Nunca hablaba de él, pero si alguien lo mencionaba, ya fuera para contar algún suceso ocurrido en la clase o alguna de las historias en las que él era el protagonista o cualquier nimiedad Penélope escuchaba con total interés para luego emitir su opinión o aportar algún tipo de información que hubiera aprendido de los libros que habÃa leÃdo sobre él, incluso detalles como este:
–¿Cuál es que es el nombre del profesor Dumbledore? –Preguntó un dÃa uno de sus compañeros, mientras se hallaban varios Gryffindor de primer año en la sala común de Gryffindor luego de cenar.
–¿Por qué? –Preguntó Anarella, que era amiga de Penélope y también se hallaba allÃ, recostada en un sofá junto a la chimenea.
–No sé, curiosidad.
–Pero ¿quieres saber el nombre completo o solo su primer nombre? –Preguntó Penélope.
–No sé, quise saber el nombre y ya. No sabÃa que iba a ser tan complicado.
–Porque su primer nombre es Albus –continuó Penélope como si no la hubieran interrumpido–. Pero su nombre completo es Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore.
–¿Cómo sabes eso? –Preguntó Anarella.
–Lo leà en un libro –respondió Penélope con tranquilidad y sin querer dar muchas explicaciones.
La verdad es que Penélope era muy discreta, cualidad importante si se quieren ocultar los sentimientos, por lo que nadie nunca se enteró de sus sentimientos hacia el profesor, que lejos de desvanecerse con el paso de sus años por Hogwarts, fueron aumentando y haciéndose cada vez más sinceros. Digamos que todo habÃa comenzado como un amor platónico, un enamoramiento infantil, por parte de una joven hacia una figura de autoridad, caso muy común. Sin embargo, conforme iban pasando los años, Penélope, que ya no se pasaba horas investigando en la biblioteca sobre las hazañas del profesor Dumbledore, fue dejando a un lado sus cualidades de mago y enamorándose de sus cualidades como ser humano: su paciencia, simpatÃa, bondad, inteligencia. Hay que repetirlo, nunca se lo dijo a nadie, y le costó mucho admitÃrselo a ella misma… tres años, cuando, ya en cuarto año, habÃa decidido pasar las vacaciones de Navidad en el castillo en vez de ir a visitar a su familia. SabÃa que solo unos pocos alumnos permanecÃan en el colegio durante esas fechas, pero que los profesores sà pasaban sus navidades allà y, con la excusa de que querÃa estudiar mucho durante las vacaciones les dijo a sus padres que no irÃa a visitarlos ese diciembre, ellos aceptaron con cierta tristeza. La verdad es que no se admitió la verdad, ni siquiera a ella misma, hasta que, cuando el colegio estaba ya prácticamente vacÃo, quiso buscar al profesor Dumbledore. Mientras bajaba por las solitarias escaleras se dijo a sà misma, casi sin mover los labios:
–Te quedaste por Dumbledore y lo sabes.
Hay que destacar que nuestra joven solo estaba buscando al profesor Dumbledore para conversar.
«Un café. Solo una conversación con un café. Es lo único que pido» pensaba a veces.
Cuando lo encontró Dumbledore estaba, justamente, tomándose un café con el profesor Dippet y la profesora de HerbologÃa del momento. Penélope sufrió una ligera desilusión, sin embargo, sabÃa que tenÃa todas las vacaciones para lograr su objetivo. Decidió buscar algún libro y salir a leerlo a los jardines del castillo.
No fue sino hasta una semana después que logró toparse con el profesor Dumbledore mientras este se hallaba solo. Penélope habÃa decidido levantarse más temprano de lo normal y bajar al Gran Comedor. Ahà estaba Dumbledore, leyendo El Profeta mientras tomaba una taza de café. La joven bruja tomó aire y se acercó con paso decidido. Al sentir que alguien se acercaba, Dumbledore levantó la mirada y, al ver a su alumna, le dedicó un agradable:
–Buenos dÃas, Penélope.
–Buenos dÃas, profesor Dumbledore –respondió ella mientras se sentaba frente a él, pues las cuatro mesas habÃan sido reemplazadas por una.
–¿Quieres un café?
Antes de responder, Penélope sonrió.
–SÃ, por favor.
–¿Y eso que decidiste pasar tus navidades aquÃ, Penélope? –Le preguntó Dumbledore con la mirada fija en el periódico y sin dejar de leer.
«Si le soy totalmente sincera, por usted, por tomarme un café con usted» respondió en su mente, sin embargo, lo que dijo fue:
–Porque tengo mucho que estudiar y querÃa aprovechar el tiempo. Además, me han dicho que las navidades en el castillo son agradables.
–Sà lo son –dijo Dumbledore cerrando el periódico, cosa que le gustó a Penélope–. Perdona mi mala educación de no haber cerrado el periódico antes, estaba leyendo un artÃculo muy interesante.
–No se preocupe para nada, ¿sobre qué?
–Soy muy buen cocinero, pero, por alguna razón, el hÃgado de dragón encebollado siempre me queda seco y ¡oh sorpresa! Justo habÃa un artÃculo en la sección de cocina que explicaba cómo prepararlo para que quede al punto.
Penélope no hizo sino reÃr.
–No sabÃa que usted, además, cocinaba –dijo ella.
–Me encanta cocinar.
–A mà también.
–Y ¿cómo te va con tus clases? –Le preguntó el profesor Dumbledore.
Penélope no podÃa creer que le estaba preguntando algo, quizá no por interés, solo por conversar y evitar un silencio, pero no le importaba.
–Muy bien. Mis favoritas son Defensa contra las artes oscuras y… Transformaciones.
–Pues me alegra que te guste mi clase, espero que no lo estés diciendo solo porque yo estoy aquÃ. Puedes decir la verdad si no te gusta, si dices que la detestas serÃa muy divertido.
La verdad es que Penélope, fácilmente, hubiera respondido alterando el orden de las materias, pero no quiso sonar tan obvia. Rio nuevamente y dijo:
–No, pero, sà me encanta. Siento que eso no sea divertido.
No pudieron hablar solos mucho más porque el resto de los profesores no tardó en llegar. Penélope ocultó su desilusión con una educada sonrisa y, por supuesto, se arrimó, pues sabÃa que todos querÃan estar cerca de Dumbledore y que ella ocupaba el menor rango en la jerarquÃa invisible de quienes se hallaban ahora en la mesa. No encontró a Dumbledore solo sino hasta el último dÃa antes de que regresaran los alumnos. Ya sabÃa que si bajaba más temprano lo encontrarÃa en el Gran Comedor leyendo El Profeta, y pudo haber hecho eso todos los dÃas, pero no querÃa molestarlo y le parecÃa que serÃa una confesión muda de su amor, asà que, con mucha voluntad de su parte, no volvió a bajar temprano sino hasta ese último dÃa de vacaciones de Navidad.
–Buenos dÃas, profesor Dumbledore –saludó cuando ya estaba junto a la mesa.
–Buenos dÃas, Penélope. Último dÃa de vacaciones…
–SÃ, profesor.
–¿Te gustó pasar las Navidades en el castillo?
–SÃ, además hubo varios de mi casa que se quedaron también y la pasamos muy bien.
–Mañana comienza el ruido nuevamente –dijo Dumbledore.
Penélope asintió.
–Debo decir que ese es un ruido que sà me gusta.
–A mà también –coincidió ella– el castillo ha estado muy solo. Ha sido muy divertido, pero ya quiero que llegue la gente.
–No existe nada más sano ni mejor y, a la vez, nada más difÃcil, que las relaciones humanas –dijo Dumbledore.
–SÃ, la convivencia es un tema complicado.
–Correcto –dijo Dumbledore con una sonrisa antes de darle un sorbo a su café. Y, cuando te cases, lo verás más todavÃa.
Penélope sonrió y se atrevió a decir:
-¿Usted cree que yo me case, profesor?
–Si te quieres casar, no veo ningún impedimento para que no te cases. Y si no te quieres casar, pues bien.
Esta vez no pudo disimular la amplia sonrisa que su boca querÃa dibujar. Es cierto que fue un cumplido muy sencillo que, a la gran mayorÃa, no le hubiera sacado más que un simple «gracias», pero debemos entender que nuestra joven ha estado enamorada del profesor Dumbledore por tres años casi sin dirigirle la palabra, nada más que unos «buenos dÃas, profesor Dumbledore» o «buenas tardes, profesor Dumbledore» si se cruzaba con él en algún pasillo, asà que esa simple frase, la llenaba de una felicidad plena.
Y asà pasó a quinto año, y a sexto y a séptimo. Justo después de que se habÃan acabado las vacaciones de Navidad, Penélope se habÃa dicho mientras se miraba en el espejo del baño:
–Tú sabes que nunca, nunca, nunca, nunca va a pasar anda más allá de una conversación de algunos minutos con el profesor Dumbledore. Tú lo sabes. Y sabes que lo que estás es perdiendo en tiempo… pero es que no hay nadie más en todo el mundo mágico como el profesor Dumbledore. ¿Quién me va a gustar después de que conocà al mejor mago del mundo? Y no es que lo digo yo, la cegada, es que lo dicen asà en los libros. ¿Cómo no se casó? Seguro nadie le parecÃa interesante, es que es tan inteligente, y tan bueno, y agradable, y gracioso… y, a mis ojos, buenmozo.
Rio, pues sabÃa que eso era una locura. No estaba clara de su edad, pero su piel y su pelo lo delataban.
–Estoy en cuarto año, en tres años estaré en séptimo. Tres años es bastante, en tres años espero ya haber superado el tema del profesor Dumbledore. Quizá incluso tenga novio. No creo, pero ya deberÃa haberlo superado, estoy en esto desde primero.
Y asà pasó a quinto año, y a sexto y a séptimo… y nada… habÃa… cambiado. Más de una vez, Penélope llegó a llorar en la almohada por el profesor Dumbledore. Y fue asà como en su última semana de clases como alumna de Hogwarts tomó una resolución:
Penélope se hallaba en la habitación de las chicas, era de madrugada y no podÃa dormir, asà que decidió sentarse en la ventana y viendo la luna dijo en su mente:
–Acepto este destino que mi corazón ha trazado para mÃ. Entiendo y acepto que, no importa lo que haga, amaré al profesor hasta que exhale mi último suspiro. Por ende, entiendo que no puedo casarme, pues ningún hombre merece pasar su vida junto a una mujer que, no solo no lo ama, sino que, cada atardecer, está pensando en alguien más. Es por esto que dedicaré a mi vida a trabajar y encontraré alguna manera discreta de permanecer junto al profesor Dumbledore y me bastará, prometo que me bastará con, simplemente, tomarme un café con él, una vez al año. No necesitaré más. Solo un café… una vez al año.
Y eso habÃa logrado. Todos los 1 de septiembre, Penélope y el profesor Dumbledore se tomaban un café en Hogsmeade antes de que el Expreso de Hogwarts emprendiera su recorrido a la estación King’s Cross a buscar a los alumnos. La vida de Penélope giraba en torno a ese dÃa. Y hablaban de tantas cosas, Dumbledore incluso le contó que ese año ya esperaban a Harry Potter como alumno y, juntos, intentaron adivinar en qué casa lo colocarÃa el sombrero.
–Yo digo que Gryffindor, profesor.
–Quizá, Slytherin, Penélope. No me sorprenderÃa.
Ella habÃa negado con la cabeza y dicho:
–Ya va a ver que ese niño va para Gryffindor.
Y, un año después, Dumbledore le habÃa tenido que dar la razón…
Y vivió asÃ, y eso le bastaba para ser feliz, hasta ese año, en el que ya Harry Potter siendo alumno de sexto, el profesor Dumbledore fue asesinado.
 Y aún lo recuerda, todos los dÃas y, fácilmente, todas las horas.
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