HacÃa frÃo. Sentado en una solitaria silla de madera, de cara a la ventana, con las manos sobre las rodillas, Tom miraba fijamente las gotas que se deslizaban por el vidrio. Cada cierto tiempo, escogÃa una y la seguÃa hasta que se perdÃa de vista o hasta que se unÃa a otra y abandonaba su intención de continuar descendiendo. Sus labios, levemente apretados, y sus fosas nasales de vez en cuando abriéndose un poco más de lo normal. Bajó la mirada y se fijó en la manga remendada de su suéter. Cerró los ojos por un par de segundos y los abrió, fijos nuevamente en la ventana. Se levantó, dio dos pasos lentos e insonoros. Apoyó las palmas de sus manos en la frÃa ventana. Suspiró y un blanco aire salió de entre sus labios empañando asà el vidrio. Tom presionó su dedo Ãndice contra el vidrio empañado y dibujó un triángulo. Con la vista clavada en el triángulo que acababa de dibujar y que, poco a poco, se desvanecÃa. Tom entrecerró los ojos y respiró hondo, su puño contra la ventana. Estaba tan concentrado que no escuchó unos pasos que se acercaban.
–¿Tom? ¿Tom? ¡Tom!
No fue sino hasta la tercera vez que mencionaron su nombre que Tom Ryddle estuvo consciente de su alrededor y volteó hacia la voz que lo llamaba.
–Es hora de cenar, todos están en la mesa –dijo la mujer.
–Qué linda escena, ¿no te parece? –Preguntó Tom con una molesta sonrisa mientras sus fosas nasales se abrÃan y cerraban lentamente.
–No entiendo, Tom. SÅ todos están muy contentos cenando.
–Claro –dijo él, aún sonriendo–. Qué lindos los huérfanos comiendo juntos. Me imagino que compartir la miseria es mejor que pasarla solo.
 Como este tipo de escenas no era rara, la mujer se limitó a negar con la cabeza, resignada y, cambiando su tono de voz por uno más serio, dijo:
–Baja cuando puedas, Tom.
–Una cosa es el poder, que no me abandona; y otra el querer, que para lo que me estás pidiendo que haga, bajar a comer con un grupo de huérfanos que, proscritos por la sociedad, se vieron obligados a encontrar consuelo el uno en el otro, no. Lo siento. El querer no existe para aquello que me pides que haga.
La mujer escuchaba a Tom únicamente por educación.
–Vete tú también… vete –comenzó él–. Vete como todos. Pero… te lo juro por mÃ, único ser en el que creo y por el que apuesto, que un dÃa todas las naciones se arrodillarán ante mà y ante mi nombre –dijo más para sà que para que alguien lo oyera. Su frente clavada en la ventana, con la vista nuevamente fija en las gotas que resbalaban por el cristal–. No se atreverán a nombrarme y cambiaré el curso de la historia para siempre. La Ley del Miedo será la que gobierne al mundo y un nuevo periodo de la historia comenzará y el nombre de Voldemort será para siempre temido y recordado… por los siglos de los siglos. Que asà sea.
…
                       La muchacha, que hacÃa un par de minutos habÃa estado en el umbral de la puerta de Tom, pasó de largo junto a la mesa donde comÃan los huérfanos y se dirigió a una de las oficinas. Dio dos toques a la puerta y, al escuchar que le pedÃan que entrara, abrió la puerta y dijo:
–Tom acaba de recaer en estado de manÃa.
Un señor de unos sesenta años, barba y lentes ovalados, sentado detrás del escritorio de madera suspiró y dijo sin mostrar ningún tipo de emoción con respecto al asunto.
–La fase de depresión ya se habÃa extendido por bastante tiempo. Es natural que la fase manÃaca hiciera acto de presencia de un momento a otro. ¿SÃntomas?
–Delirios de grandeza –respondió la muchacha–. Logré escuchar algo como que su nombre serÃa recordado por los siglos de los siglos y terminó diciendo «que asà sea».
–Delirios de grandeza y creencias firmes en situaciones imposibles –dijo el señor juntando las yemas de los dedos–. Tom es un caso verdaderamente interesante. FÃjate que hoy sus delirios son, de cierta manera, de carácter religioso.
La muchacha ladeó la cabeza ligeramente. No habÃa entendido muy bien, pero no dijo nada para no revelar su ignorancia. El señor se dio cuenta y explicó lo que acababa de decir sin esperar por que la muchacha se lo pidiera.
–Al final de una serie de oraciones en la religión Cristiana se dice la frase «por los siglos de los siglos. Amén». La palabra «amén» proviene del hebreo y quiere decir, precisamente, «que asà sea». Sus delirios de grandeza son severos, si te pones a ver.
–Muy severos, doctor. Si es como usted dice.
–Asumo que no quiso bajar a comer –dijo el doctor limpiándose las gafas con la punta de su chaleco.
–No –dijo la muchacha negando con la cabeza.
–Propio de él en esta etapa. Se siente superior a sus compañeros y no merece comer en el mismo sitio que aquellos a quienes considera inferiores. ¿Puedo subir a verlo, Candace?
Candace era el nombre de la muchacha.
–Por supuesto, por eso vine a avisarle. QuerÃa ver si estaba dispuesto para ver a Tom.
El doctor se levantó con dificultad, apoyando sus manos en el escritorio y sin permitir que Candace lo ayudara.
–Está en su habitación.
El doctor asintió una vez y subió las escaleras rumbo a la habitación de Tom Ryddle. Lo encontró aún de pie con la vista fija en la ventana.
–Tom…
Al escuchar la voz masculina, Tom Ryddle volteó lentamente. Su mirada y la del doctor se encontraron y, por algunos segundos, se miraron sin decir nada. El doctor entró…
–Candace me contó que no quisiste bajar a comer, Tom.
–No solo de pan viven las personas, doctor. La motivación efervescente que yace en mà para lograr mi objetivo final me mantiene vivo.
–Entiendo, Tom.
El doctor dio un par de pasos en dirección a Tom y pudo ver cómo las fosas nasales del muchacho se abrieron, mientras apretaba los puños.
El doctor se detuvo y, discretamente, metió una mano dentro de su chaleco. Tom tomó aire. Rápidamente, el doctor hizo un movimiento con su mano, sacó su varita y exclamó: Petrificus Totalus!
Tom cayó petrificado en el suelo. Con calma, como si no hubiera pasado gran cosa, el doctor guardó su varita, nuevamente, dentro de su chaleco y, acercándose a Tom dijo:
–Tengo tiempo estudiándote, Tom, y ya llegué a la conclusión de lo que padeces.
Arrastró la silla desde la que Tom habÃa observado la lluvia y, sentándose junto al cuerpo inmóvil de Tom, explicó:
–Tuve que estudiar mucho para dar con tu condición. Tu condición es muy curiosa Tom, ya que, por efecto de un hechizo padeces una enfermedad mental que podrÃa padecer cualquier muggle. Te admito, y te pido que me perdones, gran parte de mi investigación fue enfocada en tu familia. Tienes una familia muy interesante, Tom. Pues, resulta -y quiero que sepas que me pesa revelarte esto- que fuiste concebido bajo el efecto de una poción de amor. ¿Eso qué significa? Pues que en el acto de tu concepción no existió el amor verdadero… lo que significa que tú, Tom, jamás has podido amar a nadie. Y jamás amarás a nadie. Una tristeza. Ahora, cómo afectó la presencia de esa poción en tu formación. Pues la parte del cerebro encargada de amar es el núcleo estriado, Tom. SÃ. Pues, debido a la poción, tu núcleo estriado esté cubierto por una especie de capa aislante que le impide comunicarse con el resto de tu cerebro. Sin embargo, eres humano, e inherente al ser humano existe el deseo de amar y ser amado. Es asà y ni tú mismo te salvas de eso. Pero, al carecer de núcleo estriado, esa necesidad de amor, vamos a decir que se vio obligada a satisfacerse de otra cosa. Tu sistema lÃmbico, parte del cerebro encargada de las emociones, esté afectado y busca satisfacer la carencia de amor a través del miedo. Ya que no puedes amar y no buscas el ser amado, buscas el ser temido. Y eso no es todo. Como hay una parte de tu cerebro que falta, hay en ti un desequilibrio quÃmico que ha ocasionado sÃntomas bastante parecidos a los del Trastorno Bipolar. La diferencia contigo y aquellos que padecen este trastorno es que, estas personas, en medio de la fase depresiva y la fase de manÃa, pueden pasar años sin que ningún sÃntoma se presente. Por el contrario, Tom, tú tienes la mala suerte de que, o está atravesando la fase depresiva o la fase de manÃa, pero nunca eres libre de sufrir alguna de las dos. Otra diferencia es que, normalmente, la fase depresiva es más larga. Tu caso es diferente. En tu caso, es la fase de manÃa la que se extiende por más tiempo.
El doctor suspiró y miró a Tom por espacio de algunos segundos.
–Eres un caso muy interesante, Tom y me preocupa mucho en qué va a parar todo esto.
El doctor se levantó y libró a Tom del hechizo.
–Te recomiendo que comas, Tom. Buenas noches.
Tom, de pie, lo vio alejarse. Antes de atravesar el umbral, el doctor se volvió y, al ver la manera en que Tom lo observaba, sonrió mientras negaba con la cabeza y dijo:
–No te preocupes, Tom. Desde hace tiempo sé que, el haberte conocido, me va a costar la vida.
Salió…
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