–Hubiera sido mucho más fácil venir en escoba –dijo Ginny.

–Creo que el que nos hayan invitado ya es suficientemente difícil para ellos para, encima, vernos llegar en escoba –respondió Harry.

–Sí, pero me estás privando de ese momento glorioso de ver sus caras de terror al vernos llegar en escoba.

Harry sonrió y dijo:

–Créeme que eso me hubiera encantado.

Era la víspera de Navidad y Harry y Ginny habían sido invitados por Vernon y Petunia a celebrar Noche Buena con ellos en su casa de Privet Drive. Habían recibido la invitación la mañana del 2 de noviembre. Ginny había recibido de las garras de Palas, la lechuza de Harry, al ver el nombre del remitente pensó inmediatamente que debía tratarse de una mala noticia pues su comunicación con los Dursley era nula desde hacía ya varios años. Grande fue la sorpresa de ambos al ver que la carta consistía en una invitación para asistir a una fiesta de Navidad que estaban planeando.

–¿Crees que sea una fiesta muy grande? –Preguntó Ginny.

Antes de responder, Harry se encogió de hombros y dijo:

–Creo que hay dos opciones. La primera, quiere hacer las paces, porque se dio cuenta de que la familia es lo más importante y que, le guste o no, soy parte de la familia.

–No sé cuál vaya a ser la segunda opción pero, seguramente, es más acertada que esa que acabas de decir –dijo Ginny.

–La segunda opción es que planearon una fiesta muy grande, mucha comida, invitados relevantes y quieren regodearse de su felicidad delante de nosotros.

–Eso me parece más creíble… ¿cómo crees que esté Dudley?

Sin quitar la vista de la vía, y negando con la cabeza, Harry dijo:

–No tengo idea… ¿crees que se haya casado?

Ginny se encogió de hombros.

–Lo sabremos en unos minutos.

Tras un breve silencio, Ginny suspiró y dijo:

–Los niños fueron bastante inteligentes al decidir pasar las Navidades en Hogwarts.

Harry rio levemente por la nariz y dijo:

–Sí… provoca ir a Hogwarts a celebrar con ellos y jugar ajedrez mágico… A mí me encantaba pasar las Navidades en Hogwarts –dijo Harry con cierto aire nostálgico.

Pocos minutos después, estaban estacionando frente a la casa de los Dursley. Harry y Ginny se miraron.

–Muchas gracias por venir. Créeme que yo también quiero estar en este momento en casa de tus padres celebrando con toda tu familia.

–Hemos celebrado muchas navidades así y ya vendrán muchas más. Podemos celebrar una con tus tíos. Además, ¿no te da curiosidad saber por qué te invitaron?

Harry sonrió y dijo:

–Vamos a divertirnos entonces –y dio una palmada antes de abrir la puerta.

                        Salió del carro, Ginny hizo lo mismo. Harry se puso su abrigo y con las manos en los bolsillos se detuvo a observar la casa de los Dursley, a la que no había vuelto desde hacía ya muchos años. Por su mente se agolpaban recuerdos de momentos vividos en esa casa, negativos casi todos, excepto aquellos que tuvieran que ver con alguna persona de la comunidad mágica interviniendo de manera inesperada. Harry enfocó su mirada en una de las ventanas de la casa y recordó aquella noche en la que los Weasley habían ido a rescatarlo en el carro volador. Ginny le colocó una mano en el hombro y le sonrió.

–Vamos –dijo ella.

Harry le tomó la mano y avanzaron.

–Te ves como toda una mujer muggle, celebrando las Navidades en Privet Drive y llegando con una botella de vino para los anfitriones –comentó Harry.

–Espero que después de esta noche me des un premio a la mejor actuación.

Tocaron la puerta.

Abrió un señor que, a primera vista, Harry pensó que era tío Vernon, que se había afeitado el bigote. Después de ese segundo de confusión, se dio cuenta de que era su primo Dudley, que había crecido para ser una réplica casi exacta de su padre.

–¡Dudley! Feliz Navidad… –dijo Harry y, extendiendo su brazo hacia Ginny, se la presentó a Dudley como su esposa.

Dudley y Ginny se estrecharon la mano. Dudley los invitó a pasar.

–¿Cómo estás, Dudley? –Preguntó Harry, intentando ser simpático y, la verdad, es que, en el fondo, le alegraba ver a su primo.

–Estoy bien. Pueden pasar a la sala, mis padres están allá con los demás invitados. ¿Se les ofrece algo de tomar?

Harry y Ginny se miraron y ambos pidieron vino. Dudley se fue a la cocina, dejándolos solos, y Harry y Ginny se dirigieron a la sala.

–Ahí dormía yo –dijo Harry señalando la pequeña puerta cerrada que se encontraba debajo de la escalera.

–Eres una muy buena persona por haber aceptado esta invitación.

Harry se encogió de hombros. Entraron a la sala, donde había unas quince personas. Tío Vernon y tía Petunia estaban de pie, conversando con una pareja de su misma edad e igual a ellos en muchos sentidos. Las miradas de Harry y Tío Vernon se cruzaron. Harry sonrió educadamente e invitó a Ginny a que se acercaran para saludar a sus tíos. Harry y Tío Vernon se saludaron con un incómodo abrazo aunque, la verdad es que a tía Petunia sí se le vía contenta por ver a Harry y se mostró verdaderamente agradecida por la botella de vino que había traído Ginny como detalle, actitud que Harry y Ginny habrían de comentar horas después cuando se encontraran de regreso a su hogar. Mantuvieron una conversación superficial hasta que Dudley apareció con dos copas en sus manos, ofreciéndole una a Harry y la otra a Ginny.

–Y, Dudley… muchísimos años sin verte –dijo Harry–. Cuéntame cómo te ha ido… qué tal tu vida… el trabajo.

–Todo bien –respondió Dudley, llevándose las manos al cinturón–. Vendo carros usados.

–Dudley trabajaba como contador en una compañía muy importante pero lo despidieron cuando se vieron obligados a disminuir personal –explicó tía Petunia.

Vernon y Dudley la miraron sin pestañear y visiblemente molestos, pero ambos, pasada la primera reacción instantánea, trataron de disimular el efecto que les había producido este comentario.

–La verdad es que la compañía no me gustaba y, prácticamente, rogué para que me dejaran ir –explicó Dudley.

Harry y Ginny asintieron, fingiendo credulidad.

Una señora muy pálida, de poco pelo que tenía el color y parecía tener la textura de la paja, con ojos apagados y boca tan fina que era casi invisible, se acercó a ellos.

–Les presento a Hilda, mi esposa.

Harry y Ginny la saludaron educadamente.

–Hilda es músico –comentó Tío Vernon.

–Soy profesora de apreciación musical en la primaria donde estudió Dudley –corrigió Hilda.

–Ah, qué bueno –dijo Harry–. ¿Qué tal los niños? Siempre he admirado mucho a los profesores.

–No lo sé, este año escolar no los he visto, porque soy profesora suplente y aún no han necesitado de mis servicios.

–Entiendo –fue todo lo que dijo Harry.

Ginny había adoptado una suerte de sonrisa de Mona Lisa, que la acompañaría durante toda la velada, pues no hallaba qué decir ni qué expresión facial hacer.

–Fue idea de Petunia invitarlos –comentó tío Vernon, rompiendo con el silencio incómodo en el cual se habían sumido–. Dijo que era inaudito no ver nunca al único hijo de su única hermana.

–Y tiene razón –opinó Ginny, atreviéndose por fin a hablar–. Deberíamos vernos más seguido, son la única familia de Harry por su lado Evans. Y siempre he creído que las familias deben ser lo más unidas posible.

–Yo opino igual –intervino Petunia.

Harry, Vernon y Dudley se miraron. Harry sonrió con educación, como lo había hecho ya varias veces esa noche.

Una hora después, todos se encontraban en la mesa, para suerte de Harry y Ginny, frente a ellos se sentó una pareja muy simpática, de origen italiano, que se acababa de mudar a Privet Drive pues al esposo lo habían trasladado en el trabajo y tía Petunia, sabiéndolos solos, los había invitado a pasar las navidades en su casa. Harry y Ginny conversaron durante toda la cenacon esta pareja de recién casados, no teniendo, así, que continuar con la forzada conversación que, hasta la cena, habían mantenido con los Dursley.

Ya de regreso…

–Al final, tu tía Petunia no pudo contra sus buenos genes Evans. Creo que ha cambiado mucho, a juzgar por tus historias pasadas y su actitud de esta noche.

–Sí, es otra persona –admitió Harry–. Eso me gustó mucho.

–¿Crees que nos vuelvan a a invitar? –Preguntó Ginny.

Harry se encogió de hombros.

–Depende de tío Vernon y de Dudley. No sé si les gustará volver a invitarnos.

–Yo tampoco. Pero, de ser así, la próxima vez venimos en escoba –dijo Ginny.

–Te lo prometo. Gracias, otra vez, por acceder a venir.

Ginny lo besó en la mejilla y emprendieron camino a La Madriguera, donde las celebraciones se extenderían hasta el amanecer.

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María Paulina Camejo

Escritora venezolana radicada en Miami. Licenciada en Historia del Arte y Literatura por la Universidad de Miami. Ha publicado la novela Beatriz decidió no casarse, la cual también fue publicada en inglés. Puedes comprar su novela en Amazon

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