Una vez, bajo un cielo nocturno cubierto de nubes grises y uniformes, James Potter bajaba las persianas de su casa. Antes de subir a acostarse, decidió sentarse frente a la chimenea unos minutos. Se encontraba en la penumbra. La sala estaba únicamente iluminada por el fuego de la chimenea y una mancha de luz que se colaba a través de las rendijas de la persiana proveniente de un farol de la calle. HabÃa sido un dÃa gris, ni un rayo de sol, ni un rastro de cielo azul habÃan aparecido ni por un segundo, y la noche prometÃa no cambiar de tono. Se masajeó la frente y suspiró. La soledad… sus únicos amigos eran los de la Orden. Las pocas veces en las que salÃa a la calle, evitaba iniciar conversación con algún mago o bruja, incluso si eran conocidos. Se habÃa acostumbrado a no dar más que un saludo fugaz y continuar con su camino. Pero la verdad es que estaba cansado de esa conducta evasiva, de ese miedo constante y de la eterna paranoia en la que estaba sumida la comunidad mágica en general.
–Algún dÃa… –dijo en medio de un suspiro.
Pensó en Harry y, lejos de encontrar sosiego en la idea de su hijo único, en la esperanza de su futuro, su preocupación aumentó, sin embargo, esta misma preocupación era su motivación para luchar contra las fuerzas de Lord Voldemort. Estaba dispuesto a emplear todas las fuerzas de su cuerpo y de su alma, e incluso a gastarlas, para que Harry disfrutara de una vida tranquila. La tranquilidad… si algo habÃa comprendido James Potter era el gran lujo que era aburrirse. James no se aburrÃa desde hacÃa años. Siempre habÃa alguna preocupación en su mente. Desde hacÃa años ningún miembro de la comunidad mágica habÃa soltado una carcajada espontánea y real…
Entonces, aún sumido en estos pensamientos, James Potter sintió el aire tornarse más denso y, junto con esa sensación, llegó un frÃo que lo hizo estremecerse y mirar alrededor para ver si alguna ventana se habÃa abierto, sin embargo, sabÃa que ese no era el caso, pues no habÃa viento. James se frotó las manos y decidió levantarse para avivar el fuego de la chimenea. Qué diferente era esta noche a las noches de Halloween que, en su adolescencia, habÃa celebrado en Hogwarts. Escuchó a Harry reÃr y sonrió por primera vez en muchas horas. La ignorancia de su hijo con respecto a la situación que lo rodeaba le despertaba cierto sentimiento de añoranza. Si bien aún faltaba mucho, pensaba él, para lograr vencer a Lord Voldemort, vivir esos años en ignorancia era como si tal situación problemática no estuviese ocurriendo.
La calle estaba iluminada por faroles. Un farol de la esquina se apagó y, segundos después, pasó lo mismo con el que le seguÃa… James no se dio cuenta de esta progresión de oscuridad hasta que no se apagó el farol que descansaba frente a su jardÃn, pues la luz que proyectaba sobre la alfombra a través de las persianas, desapareció. Inclinado sobre la chimenea, giró la cabeza y, al no ver la mancha de luz, apretó los labios y tragó saliva. Ya estaba nervioso. James siempre trataba de mantener a su esposa y a los miembros de la Orden del mejor humor posibles y con esperanzas vivas, pero era imposible para él no participar, asà fuera un poco, de la paranoia colectiva que se habÃa instalado como una pesada nube gris sobre toda la comunidad mágica. Intentó convencerse de que no se trataba sino de una falla técnica, sin embargo, se enderezó lentamente y, con pasos silenciosos y vacilantes, llegó hasta la ventana. Con el dedo Ãndice presionó una de las rendijas de la persiana para poder ver si habÃa alguien afuera…
Oscuridad y nada más.
Sacó la varita. SabÃa que esto era, quizá, una reacción exagerada. No. En aquellos dÃas, ninguna reacción preventiva era exagerada. Dio unos pasos hacia atrás con la varita en alto.
–¿James? ¿Quieres subir? Ya Harry se durmió… ¿Qué pasó? –Preguntó Lily, que estaba de pie en lo alto de la escalera, y sacando ella también su varita.
–Quizá nada –respondió él lo más bajo que pudo pero lo suficientemente alto como para que su esposa pudiera escucharlo.
James bajó la guardia y volteando para ver a su esposa, le sonrió y le dijo que subirÃa tras apagar la chimenea.
–Perfecto, pero ¿me puedes decir qué pasó para que estuvieras as�
–Nada, se apagó el farol del jardÃn.
Lily vio a James ponerse muy serio de repente. Él, sin decir nada, se apresuró nuevamente hacia la ventana.
–¿Qué pasó? –Preguntó Lily, aún al tope de la escalera y nuevamente con su varita en alto.
Mirando hacia la calle, y entendiendo que algo pasarÃa pues todos los faroles de la cuadra se habÃan extinguido, James le ordenó a Lily que fuera al cuarto de Harry. Sin preguntar la razón, pero ya presa del miedo, Lily obedeció.
James se hallaba de pie, frente a la puerta principal, con la varita en alto y dispuesto a atacar. El fuego de la chimenea se extinguió de manera súbita y sin razón aparente. Fue asà cómo, sumido en una inesperada y total oscuridad, James supo que esa serÃa la última noche de su vida. Solo lo supo, a pesar de que aún no habÃa pasado nada que no pudiera explicarse de manera lógica y completamente inofensiva. No se movió. Ni siquiera pestañeaba. Su vista continuaba fija en el mismo sitio, a pesar de que no podÃa ver más que una negrura cavernosa.
Un débil rayo de luz penetró en la sala a través de la cerradura de la puerta. James apretó su varita con todas sus fuerzas, clavándose las uñas en la palma de la mano. Escuchó los movimientos mecánicos y sucesivos que hacÃa metal como si una llave hubiera sido introducida.
La tenue y amenazante luz desapareció. Otra vez, silencio absoluto y oscuridad. Pasaron los minutos, ni un ruido, nada. James aún no se habÃa movido, solo sudaba, aún con la varita en alto y la vista fija donde sabÃa que se hallaba la puerta, pues no podÃa ver nada. TemÃa que lo atacaran por detrás. SabÃa que estaba siendo observado, pero no sabÃa desde dónde. En medio de su terror, también entendÃa que ese tiempo que estaba transcurriendo en el que no pasaba absolutamente nada, no era más que una tortura que, quien fuera que estuviera allÃ, dentro o fuera de su casa, estaba disfrutando bastante. Lily estaba en el cuarto de Harry con el bebé durmiendo en sus brazos, sin atreverse a salir.
SabÃa que no estaba solo en la sala. Lo sabÃa pues, aunque muy leve, pudo escuchar que alguien respiraba. Por fin, recuperando el control de sus miembros y logrando dominar el miedo. Exclamó:
–¡Lumos maxima!
La sala se iluminó por un segundo.
Nada.
Nadie.
De nuevo oscuridad.
–¡Lumos maxima!
La sala se iluminó durante una fracción de segundo, fracción de segundo en la que vio a una alta figura, semioculta bajo una capa negra, de pie frente a él, que sonreÃa.
Oscuridad.
James, completamente esclavo del miedo, exclamó:
–¡Cru…!
–¡Avada Kedavra!
Un fugaz destello de luz verde iluminó la sala.
…Y eso fue lo último que vio James Potter.
Lily sabÃa lo que acababa de pasar. Lo habÃa escuchado todo. Se aferró a Harry. Todas sus fuerzas, sus últimas fuerzas, las emplearÃa en proteger a Harry. Escuchó, uno a uno, los escalones crujir. Abrazando a Harry, Lily apretó los labios para no gritar. Los crujidos cesaron. Lily también estaba sumida en la oscuridad, sin embargo, a diferencia de su esposo, no se atrevió a conjurar el hechizo para que la estancia se iluminara. Escuchó la perilla de la puerta. Asà como su esposo, Lily supo en ese momento que solo le quedaban minutos, o quizá segundos de vida. Con esta certeza, le dio un fuerte beso a Harry en la frente.
La puerta se abrió de golpe y Lily vio a la misma figura encapuchada que su esposo habÃa visto minutos antes. Dio unos pasos hacia atrás, con la vista fija en la figura y sabiendo que no tenÃa escapatoria. La figura levantó la varita. Sabiéndose muerta, Lily empleó su último segundo, su último pensamiento racional en poner a Harry en la cuna. No sabÃa qué le pasarÃa, solo sabÃa que, de tenerlo en sus brazos, el bebé morirÃa con ella.
Tras meter a Harry rápidamente en la cuna, Lily se enderezó y miró fijamente a la figura con una seriedad heroica para la situación en la que se encontraba y el miedo que sentÃa.
–Hubieras sido un buen integrante de mi ejército –dijo una voz que provenÃa del interior de la capa–. Nunca he visto a ninguna de mis vÃctimas esperar la muerte con tal estoicismo. Ah, por cierto, ya que vas a morir, Peter Pettigrew fue quien me dijo dónde encontrarlos. La amistad, a veces, cuesta la vida.
Lily no dijo nada, la expresión de su cara tampoco cambió. TenÃa su varita en la mano. Movida por el instinto, decidió levantar el brazo, asà como lo habÃa hecho su esposo, con la diferencia de que ella intentó exclamar:
–¡Expelliar…!
–¡Avada Kedavra!
Un destello de luz verde salió nuevamente de la punta de la varita de Lord Voldemort y golpeó el pecho de Lily que, un segundo después, yacÃa muerta en el piso de la habitación de Harry.
Y asà fue como murieron los padres de Harry. El resto de la historia ya la conocemos. “Por Harry Potter, el niño que vivióâ€.
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