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Fanfic: Una fiesta tan magnífica como imposible

Mientras mi esposa me ayudaba con el nudo de la corbata, venían a mi mente distintos escenarios de lo que sería aquella noche que me esperaba. Deseaba altamente que Mary me acompañara, pero a la gala solo estaban invitados los personajes principales y secundarios de los libros o las sagas y, como ella no ocupa un papel principal en ninguna de las novelas de mi autor, es más, en algunas ni siquiera es mencionada, no recibió invitación. Así que, mi pareja sería, una vez más, Sherlock Holmes. A las ocho de la noche debía estar en la puerta del 221B Baker Street donde un carruaje nos estaría esperando. Al momento de despedirme, Mary me pidió que me divirtiera. La besé en los labios y, tras tomar mi sombrero y mi abrigo, salí por la puerta rumbo a Baker Street.

Ya frente al 221B, pude ver la silueta alta y delgada de Holmes, frente a la ventana. Él también me vio a mí pues, en seguida, se alejó de la ventana y apareció en el umbral de la puerta ya con su sombrero puesto.

–Excitante noche la que nos espera, Watson. Debo confesar que nunca he asistido a un evento así con otros personajes literarios… ¿europeos? O son, únicamente, ingleses.

–Personajes del Reino Unido o, en su defecto, creados por algún autor que sea del Reino Unido –expliqué.

–Es decir –dijo Holmes mientras se montaba en el carruaje que nos llevaría a la Galería Nacional de Londres, en Trafalgar Square, donde se celebraría la gala–, que me encontraré cara a cara con el detective francés Hercule Poirot, creado por la inglesa Agatha Christie.

–Así es –me limité a responder, viendo cómo la mirada de mi amigo se iluminaba con la expectativa de conocer a Poirot y demostrarle su superior inteligencia.

Emprendimos camino rumbo a Trafalgar Square. Ambos estuvimos en silencio por algún tiempo hasta que mi amigo lo interrumpió diciendo:

–¿Sabes a qué personaje quiero conocer?

–¿Aslan? –Pregunté, pues yo estaba muy ansioso por ver al león personificado de la tierra fantástica de Narnia.

–No, Watson, tú sabes que yo soy más de hechos concretos y, mientras más real y tangible, mejor.

Le pedí que me revelara a quién sentía curiosidad por conocer…

–Albus Dumbledore… y al señor Potter también.

Le comenté que yo sentía mucha curiosidad por los personajes de esa saga, y debo confesar que esperaba con ansias el momento de estrechar la mano de mi admirada Hermione Granger. Aquí debo agregar que ningún sentimiento romántico, ninguno más allá de una humilde admiración, me impulsaba a querer conocer a la señorita Granger, a quien consideraba tan inteligente, pero no tan arrogante como mi amigo.

Llegamos a Trafalgar Square y nos unimos a la fila de carruajes que se dirigían a la Galería Nacional. Mi amigo y yo, observamos por la ventana, llenos de curiosidad.

–Mira, Watson, subiendo las escaleras, ahí está Dorian Gray.

–¿Cómo puedes saber que ese es Dorian Gray? –Pregunté yo con curiosidad–. A menos que esté acompañado de su retrato, no sé cómo puedes deducir que ese es Dorian Gray.

–Porque solo Oscar Wilde puede crear un personaje tan elegante y bien parecido, Watson. Solo Oscar Wilde…

Pude ver una figura masculina, casi cadavérica y, para mi disgusto, sin nariz. No sabía quién era, así que le pregunté a mi amigo si ese era el conde Drácula. Holmes sonrió con suficiencia y respondió con seguridad:

–No, Watson, ese que ves es Lord Voldemort.

Debo admitir que, incluso ver a Lord Voldemort, representaba un momento bastante emocionante para mí. Por fin descendimos del carruaje y entramos en la Galería Nacional, donde, gracias a un hechizo con el que colaboraron las autoridades de Hogwarts, unas letras doradas que indicaban nuestro nombre se posaron sobre nuestras cabezas.

No pude evitar sonreír ante la visión de semejante festival cultural, literario y fantasioso.

Justo frente a nosotros, un cuarteto femenino y rico en belleza, inteligencia y calidad literaria conversaba y reía mientras saboreaban sus copas de champaña. Este grupo estaba conformado por Elizabeth Bennet, de Orgullo y Prejuicio; Susan Pevensie, la reina de Narnia; Jane Eyre, personaje principal de la novela con el mismo nombre y mi admirada Hermione Granger. Pude escuchar que las tres más antiguas, le hacían preguntas a Hermione sobre Hogwarts y, divertidas y con cierta dificultad, intentaban pronunciar el hechizo Wingardium Leviosa. Jane Eyre lo logró al segundo intento, mientras que Elizabeth Bennet, en medio de su risa, alzaba la voz para llamar a su esposo e invitarlo a que se uniera al juego. Vi a un hombre alto y serio, como lo describió su autora, acercarse a su esposa. Encima de su cabeza, flotaban las letras doradas que leían «Mr. Darcy». Tuvo algo de dificultas, pero al tercer intento ya logró decir Wingardium Leviosa. Quise acercarme a tan feliz grupo, pero Holmes me tomó el brazo y sin preguntar me llevó con él.

–Mira, Watson, ahí está Phileas Fogg…

–Refréscame la memoria, por favor –le pedí a mi amigo.

–Phileas Fogg, el héroe que le dio la vuelta al mundo en ochenta días, en barco, tren, trineo y hasta elefante.

–¡Ah, claro! Julio Verne…

Mi amigo rio.

–¿Qué sucede?

–Está conversando con el señor Weasley y, a juzgar por la cara de emoción de este, deduzco que el señor Weasley le está haciendo preguntas sobre el viaje.

Le pregunté a mi amigo qué tenía de especial el interés del señor Weasley con respecto a este viaje, siendo este un viaje interesante para cualquiera.

–El señor Weasley es un apasionado, por no decir obsesivo, de las costumbres y objetos muggles. Es muy sencillo deducir que encuentra fascinante el hacer un viaje alrededor del globo terráqueo sin trasladores o polvos flu a la disposición.

No había nada que refutar.

–Ahí está Poirot –me dijo mi amigo mientras apuntaba con su bastón, y sin ningún tipo de disimulo, a un señor gordo y de bigote frondoso.

–Está conversando con los antagonistas –le comenté.

–Sí, Lord Voldemort, el conde Drácula y la bruja de Narnia… interesante.

 Le pregunté a mi amigo si le apetecía acercarse para presentarse. Accedió acercarse, pero con el único fin de escuchar la conversación desde una distancia prudente y sin saludar. Para nuestra suerte, este grupo estaba ubicado cerca del bar, así que nuestra cercana presencia no se vería sospechosa.

–Watson… pregúntales a los gemelos Weasley si tienen de esas orejas que se extienden.

Sin hacer ningún comentario, me dispuse a hacer tan original favor. Debo decir que me alegró mucho ver a Fred Weasley vivo… eso es lo genial de ser literatura, tu autor te puede matar, pero eres inmortal al mismo tiempo. No tardé en regresar al bar con la oreja escondida en mi bolsillo.

–Excelente –dijo mi amigo, que no podía ocultar su fascinación por la magia que, solo por esta noche, sería existente para nosotros.

–Te digo que si hubieras seguido mi consejo… no habrías muerto en el séptimo libro –escuchamos que le decía el conde Drácula a Voldemort.

–¡Tenía siete horcruxes! Más Harry… que era un extra.

–Sí, es verdad, y todos y cada uno fueron destruidos –le respondió Drácula con pasiva altivez.

Mientras tanto, Poirot parecía muy interesado en la bruja, mas ella no en él.

–Mira, Holmes –dije apuntando hacia la entrada con la cabeza– ahí están Dumbledore y Harry Potter.

A mi amigo se le iluminó la mirada y, sin esperar porque le acabaran de preparar su bebida, se levantó mientras exclamaba:

–¡Vamos, Watson! ¡Que vine para esto!

Tuve que acelerar el paso para alcanzarlo.

–Buenas noches, permítanme presentarme… y a mi amigo –dijo Holmes ya frente a Albus Dumbledore y Harry Potter.

–¡Mira, Harry! Son los dos de quienes te hablaba, que nos habrían sido muy útiles a la hora de cazar los horcruxes.

Admito que estrechar la mano de estos dos magos excepcionales será un recuerdo que guardaré hasta mi último día. Debo decir que esta fue la primera vez que vi a mi amigo desenvolverse sin darse aires de superioridad. Vi con cierto placer cómo la actitud, comúnmente arrogante de mi amigo, se hizo un poco humilde (un poco) en presencia de Dumbledore, a quien parecía tener en sincera alta estima.

 Admito que me emocionaba mucho estrechar la mano de estas dos grandes personas. Los cuatro pasamos los siguientes minutos alabando las habilidades y experiencias del otro. Le comenté a Harry la gran admiración que había despertado en mí su valentía en la cámara de los secretos y que había compartido su estrés al no encontrar cómo respirar bajo el agua en el segundo reto del Torneo de los Tres Magos. A continuación, los cuatro nos embarcamos e una interesante conversación que consistía en comparar las obras de nuestros respectivos autores, buscando algún tipo de influencia que hubiera podido tener nuestro Arhtur Conan Doyle en su J. K. Rowling. Harry escuchaba con educación, pues no había leído ninguna de las novelas de las que mi amigo era protagonista, así que le recomendé «El sabueso de los Baskerville». No pasó mucho tiempo antes de que sus amigos, Ron y Hermione lo llamaran para que conociera a Dr. Jekyll y a Mr. Hyde que, a pesar de ser, en el libro, una misma persona, aquí se desdoblaba en ambos de sus personajes. Al parecer, el dual personaje estaba bastante interesado en todo lo que era el tema de la poción multijugos y quería conversar con los tres amigos al respecto. Aproveché este momento para estrechar la mano de la señorita Granger y expresarle mi más sincera admiración. Fue gracioso para mí el ver a los tres amigos alejarse, después de haber leído muchas veces el sintagma «Harry, Ron y Hermione…».

 El resto de la noche fue igualmente agradable, pero quisiera narrar lo que fue el final de la noche, pues ninguno sabía (excepto Holmes y Poirot, que se embarcaron en una larga discusión sobre quién lo había deducido primero)que nuestros autores harían aparición en esta fiesta. Aslan fue invitado al podio y a pedirnos a todos que nos sentáramos en nuestras respectivas mesas. Holmes y yo compartíamos mesa con los hermanos Pevensie, parte del profesorado de Hogwarts (Mc. Gonagall, Snape y, para nuestro disgusto, Dolores Umbridge, quien no fue menos desagradable que en el libro) y con Dorian Gray, a quien mi amigo y yo sentíamos mucha curiosidad por ver de cerca.

Luego de que todos nosotros, personajes de la literatura, estuviésemos sentados y en el silencio que genera la expectativa, se abrieron las puertas y, de uno a uno, fueron apareciendo Jane Austen, Robert Louis Stevenson, Oscar Wilde, la gran Agatha Christie, C. S. Lewis, nuestro Arthur Conan Doyle, que nos dedicó a Holmes y a mí un rápido saludo con la mano, Julio Verne, que no es inglés pero su personaje Fogg sí lo es, y J.K. Rowling, única autora viva de este venerable grupo. Los escritores se dirigieron al podio y cada uno dio un breve discurso de uno o dos minutos. Arthur Conan Doyle, mi autor, hizo reír a toda la sala al decir:

–…Y, aquí, mis queridos personajes, con quienes ya me quiero tomar un trago, pueden corroborar que yo ¡nunca! Escribí la frase «elemental, mi querido Watson».

Holmes, miró a su alrededor y dijo:

–¡Es cierto! ¡Jamás he dicho eso!

Al acabar los discursos, cada escritor, lo cual es entendible, quiso conocer a sus personajes, fue un momento bastante emotivo, la verdad. Me fijé en el gran abrazo que J.K. Rowling le dio a Harry Potter y el que Jane Austen le dio a Elizabeth Bennet y la gran añoranza con la que vio a Mr. Darcy. Me hizo sonreír la obvia admiración con la que se observaron Dorian Gray y Oscar Wilde, el primero, orgulloso de su autor y, el segundo, orgulloso de su personaje.

Aún hoy pienso en esa noche y no entiendo cómo fue posible. Esa fiesta fue contra todas las leyes de la física, el tiempo, la naturaleza… en fin, cualquier ley, pero Holmes y yo hablamos de esa noche cada vez que nos reunimos en Baker Street y la recordamos con una mezcla de infinita alegría e igual nostalgia y con la esperanza de que, encuentro tan magnífico, sea posible otra vez.

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María Paulina Camejo

Escritora venezolana radicada en Miami. Licenciada en Historia del Arte y Literatura por la Universidad de Miami. Ha publicado la novela Beatriz decidió no casarse, la cual también fue publicada en inglés. Puedes comprar su novela en Amazon

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