Pasada la medianoche, mientras sus amigos y compañeros dormÃan, Remus se sentó junto a la ventana de la torre de Gryffindor. La luna estaba en cuarto creciente. Con los brazos rodeando sus rodillas, Lupin observaba la luna, pestañeando de vez en cuando. Lo que para sus amigos no era más que un objeto que flotaba en el espacio, para él era la causa de todos sus males y preocupaciones, además que el eje de todos sus pensamientos. Nadie sabÃa aún… por supuesto, los profesores estaban al tanto de su condición, pero él no les habÃa confesado la verdad a sus amigos por miedo a perderlos, sin embargo, varias veces se la habÃa pasado por la mente decirles de una vez por todas que era un licántropo, pues las excusas para explicar dónde se hallaba cada vez que habÃa luna llena se le estaban agotando. No sabÃa si sus tres mejores amigos se habÃan percatado de este hecho, que sus desapariciones temporales siempre ocurrÃan en luna llena, pero sà estaba al tanto de que ya habÃan notado que eran periódicas, pues James habÃa hecho comentarios tipo: yo creo que Remus tiene su novia en Slytherin, Cynthia Winston, que tiene su novio de Slytherin, pero que en verdad está enamorada de Remus y es ella la que le dice que se encuentren una vez al mes, en algún sitio recóndito de este viejo castillo, para que asÃ, su novio Slytherin no se entere de nada.
Cynthia Winston era una Slytherin que una vez se habÃa sentado en Pociones junto a Lupin por la simple y llana razón de que no habÃa más puestos libres. Durante la clase habÃan intercambiado algunas frases como «Â¿Sabes cómo cortar un ojo de dragón en cuadritos?» o «Creo que este intestino de ballena tiene mucho tiempo en el frasco». Lo que bastó para que James se inventara una historia de amor, dolor y risas con el único fin de entretenerse, tanto a sà mismo, como a sus amigos.
Remus escuchaba las conjeturas de James entretenido, al igual que sus otros dos amigos, y con alivio de que el hecho de que él fuera un hombre lobo parecÃa no cruzar la mente de nadie.
Aún sentado junto a la ventana y sin haber desviado su mirada del cuerpo celeste, Remus no se percató de que su amigo James se habÃa despertado. La verdad es que James no habÃa hecho ningún ruido y, con los ojos entrecerrados observaba a su amigo. HacÃa ya tiempo que sospechaba que Remus era un hombre lobo, sin embargo no se habÃa atrevido a decirle nada a nadie. De decir algo, serÃa a Lupin antes que a ninguna otra persona, pues querÃa cerciorarse de que sus conjeturas eran ciertas, pero no sabÃa cómo abarcar el tema. De ser cierto, temÃa la reacción de su amigo, que podrÃa avergonzarse, con toda la razón del mundo; ahora, si sus conclusiones eran erradas, corrÃa el riesgo de que Remus se molestara, pues se trataba de un tema muy delicado. James sabÃa que, fuera Remus un licántropo o no, algo le ocurrÃa. HabÃa intentado abordar el tema a través de chistes o comentarios inofensivos, pero no habÃa logrado que su amigo le confesara nada. Más que movido por la curiosidad, James querÃa ayudar, pues no soportaba saber que alguien estaba lidiando con problemas solo. Lupin tendÃa mucho a callar sus problemas pues era de la opinión de que todo el mundo tiene los suyos propios como para cargar con los de los demás. Lo que no significaba que Lupin no estuviera siempre allà para ayudar, incondicionalmente, a quien lo necesitara. James le insistÃa en que los amigos estaban, además de para pasar un buen rato, para ayudarse en los momentos difÃciles, pero la actitud y conducta de Lupin con respecto al tema no habÃa cambiado en lo más mÃnimo.
Mirando a su amigo con preocupación, James se prometió que en la mañana le preguntarÃa, de la manera más prudente y suave posible, si algo le ocurrÃa y, si Lupin se negaba a decir que tenÃa un problema, James habÃa resuelto preguntarle, sin tapujos, si era un hombre lobo.
Ya en la mañana, los cuatro merodeadores desayunaban en el Gran Comedor. Más allá de las ojeras, producto de las pocas horas de sueño, Remus actuaba con toda naturalidad y se le veÃa tranquilo y hasta de buen humor. Esta actitud hizo que James se preguntara si valÃa la pena acorralar a su amigo con tan difÃcil pregunta. No. Ya se habÃa retractado demasiadas veces, su amigo estaba, en un mayor o menor grado, sufriendo, y era su deber ayudarlo. Tras el desayuno, mientras los cuatro se dirigÃan al salón de Encantamientos, James, sin inventarse ninguna excusa para hablar a solas con su amigo, dijo:
–Remus, ¿podemos hablar?
Sirius y Peter se volvieron y James les hizo un gesto con la cabeza pidiéndoles que continuaran su recorrido mientras, al mismo tiempo, levantaba el pulgar indicando que todo estaba bien. Una vez solos, Remus le preguntó a su amigo qué ocurrÃa. James, mirando a su amigo a los ojos, nervioso y, tras un suspiro, se atrevió a preguntar, no de la manera discreta y delicada que hubiera querido:
–Remus, tú eres un licántropo, ¿verdad?
Lupin no dijo nada al momento. Miró a su amigo a los ojos, primero con sorpresa y luego, con resignación. No estaba para juegos y no le iba a mentir a su amigo una vez que ya este habÃa descubierto era la verdad. Una cosa era el silencio, otra muy distinta, la negación.
–SÃ, James… soy un hombre lobo.
Tras confesar su condición, Remus no sintió sino alivio, lo cual fue una sorpresa para él, que ya habÃa previsto que, de ocurrir un episodio semejante, no sentirÃa sino vergüenza.
–¿Por qué no dijiste nada? ¿Cuánto tiempo llevas lidiando con esto solo? Siempre te digo que soy tu amigo, en las buenas y en las malas.
Remus se encogió de hombros y negó con la cabeza sin saber qué decir.
–Tú sabes cómo soy yo, que no me gusta traerle inconvenientes a nadie, pero admito que llevaba tiempo preguntándome si debÃa decirles. No me gusta guardarles secretos y, la verdad, muchas veces sentÃa ganas de conversar sobre el tema y no hallaba con quién.
–Bueno, ya puedes hablar de esto cuando quieras –dijo James, mientras le ponÃa a su amigo una mano en el hombro–. ¿Quieres perder clases y hablar? No todos los dÃas alguien le confiesa a su amigo que es un hombre lobo.
Lupin sonrió, tentado por la idea de poder, por fin, hablar con un amigo sobre su condición, sin embargo, decidió que era mejor ir a clases y conversar después.
Ya de camino al salón, James le preguntó si les dirÃa a Sirius y a Peter. Remus asintió.
–SÅ ya tú lo sabes, ya no es solo mi secreto. Quiero que mis mejores amigos lo sepan.
–Qué bueno. Aquà estamos los tres para ti.
Caminaron unos segundos en silencio hasta que James se atrevió a preguntar:
–¿A dónde vas en esas noches? ¿Te encierras en alguna mazmorra del castillo? ¿Te vas al Bosque Prohibido?
–No, me voy a La Casa de los Gritos en Hogsmeade.
–¡Ah, pero, qué excelente! –No pudo evitar exclamar James.
–SÅ espectacular –dijo Lupin con sarcasmo.
–Disculpa, disculpa… pero tú sabes que La Casa de los Gritos siempre me ha fascinado.
–Yo sé…
–Y, Remus… –dijo James ya en la puerta del salón de Encantamientos–. ¿Hay manera de acompañarte? ¿Durante esas noches?
–No, no, no. Eso sà no. Ya haces bastante, y asumo que Sirius y Peter también, dándome tu apoyo y, sobre todo, no rechazándome. Eso de acompañarme, no. Lo siento.
Esa noche, muy tarde, en la sala común de Gryffindor, los cuatro merodeadores conversaban junto a la chimenea.
–¡Un hombre lobo! Remus, siempre me caÃste bien, pero ahora que sé esto de ti, eso es un bonus. ¡Qué excelente! ¡Tengo un amigo que es hombre lobo!
Remus y James sà miraron pues cada uno habÃa previsto en su mente que Sirius reaccionarÃa de esa manera.
–Gracias por la confianza, Remus –intervino Peter.
James les comentó a sus amigos su idea de acompañar a Lupin durante sus noches de transformación. Lupin se negó de nuevo rotundamente.
–¡Los voy a atacar! ¡En esos momentos yo no soy yo!¡Puedo herirlos de verdad!
Silencio…
Remus tenÃa la cabeza entre las manos, los otros tres se miraron.
–Hay una posibilidad –dijo Sirius de repente.
Remus levantó la mirada y habló:
–No, noy ninguna posibilidad de nada.
–Podemos hacernos animagos –acabó de decir Sirius.
Se miraron entre todos.
–No les puedo pedir eso. No. EstarÃa en deuda con ustedes.
–Ah, pero tu «no» ya no es rotundo como antes –dijo Peter sonriendo.
–¿Lo hacemos? –Preguntó James, ignorando a Remus, que aún se oponÃa.
–Sà –dijo Sirius asintiendo–. Yo estoy dispuesto.
–Yo también –agregó Peter.
–Listo –dijo James.
La mirada de Lupin se deslizaba de cada uno de sus amigos al otro, sin poder creer lo que escuchaba. Apenas esa misma mañana estaba solo. Ahora, sus tres mejores amigos habÃan acordado hacerse animagos para acompañarlo en La Casa de los Gritos durante las noches de luna llena.
Lupin sonrió, entendiendo que tenÃa amigos con los que podÃa compartir sus problemas y, más que convertirse él en una carga para ellos, ellos se convertÃan en un soporte para él.
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