Por: Victoria Perrotti
Era un dÃa tormentoso y nublado. El cielo amenazaba con caerse a pedazos. Harry, Ron y Hermione se encontraban en el Gran Comedor desayunando antes de su clase de Defensa contra las Artes Oscuras.
-Por favor Hermione, ayúdame a terminar con esto-dijo Ron con un gesto de súplica. Estaba tratando de terminar la redacción de mil palabras sobre “las diversas formas del uso incorrecto de la magia†que Umbridge les habÃa dado el dÃa anterior.-Es imposible, cara de sapo no puede pretender que lo terminemos de un dÃa para otro.
-Ya, te hago la conclusión y listo-espetó Hermione un poco cansada de que Ron siempre le pidiera ayuda.
-Te adoro, Hermione- Ella sonrió pero ese breve momento de alegrÃa se vio interrumpido cuando las lechuzas entraron en el Gran Salón. Hermione, diariamente recibÃa El Profeta, de modo que abrió el paquete que lo contenÃa y exclamó, horrorizada:
-¡No puede ser! “Diez prisioneros de alto nivel de encarcelamiento fueron liberados en la noche de ayer. Entre ellos, Bellatrix Lestrange, Rodolfus Lestrange, Han Vardug, Barty Coruch Jr. y otrs de igual peligro. Nosotros completamente sospechamos que fue el prófugo primo de la mortÃfaga, Sirius Blackâ€, declaró el ministro de Magia, Cornelius Fugde.
Neville, que estaba cerca de ellos, agarró el periódico que habÃa dejado Seamus en la mesa, y comenzó a leer en silencio.
Lejos de Hogwarts, los prisioneros se aparecÃan en la Mansión Malfoy, donde residÃan los mortÃfagos restantes, más su lÃder, Lord Voldemort.
Tras aparecerse en un prado despejado, comenzaron a caminar, debido a que no podÃan llegar directamente al lugar. Cuando llegaron, traspasaron la puerta principal, doblaron a la derecha y tocaron las grandes puertas de roble que se erguÃan ante ellos. Una voz desde adentro dijo “paseâ€. Y el grupo, encabezado por Bellatrix y su esposo, entró a la sala. Todos los presentes volvieron las cabezas para ver a los recién llegados, éstos, una vez que localizaron a su amo, completamente vestido de negro y con unas extrañas hendiduras como nariz; debido a que toda la habitación estaba en penumbra (la única luz provenÃa del fuego de la chimenea) hicieron una profunda y exagerada reverencia.
-Bellatrix… –suspiró Voldemort.
-¡Mi señor! –exclamó ésta, se tiró a sus blancos y puntiagudos pies y comenzó a besarlos.
-Ya es suficiente, Bella –anunció Voldemort mientras ella los seguÃa besando.
-Lo lamento, mi señor. Es que… usted sabe… he pasado aproximadamente quince años en Azkaban y… y…
-¿Te estás quejando, Bella?
-¡No, no, mi señor! ¡Para nada! Para mà ha sido un placer estar en Azkaban por usted, mi señor. No me malinterprete, por favor…
Voldemort tenÃa la mirada sobre la cabeza de un león colgado en la pared, pero miraba de reojo a Bellatrix.
-Bueno, -sentenció- ahora que están todos aquà podemos comenzar la reunión. Márchense todos de aquÃ, excepto ustedes tres- añadió mirando a Bellatrix, Snape y Colagusano. –Tenemos mucho de qué hablar…
Mientras la elaboración del plan avanzaba, el reloj corrÃa. HabÃan comenzado a las once de la noche, de pronto ya era la una de la mañana, luego se hicieron las tres, las cuatro… Y en todo ese tiempo, Bellatrix miraba a Voldemort como si fuera un dios. Cada vez que él recorrÃa la habitación con sus ojos y examinaba a sus interlocutores, se posaba una milésima de segundo más en Bellatrix que en los otros dos; y en ese momento, los suyos brillaban.
Al concluir la conversación, Voldemort ordenó a Colagusano y a Snape que se retiraran, de ese modo se quedó a solas con Bella. Estaban cada uno en un sillón, enfrentados; los separaba una distancia de treinta centÃmetros.
Se quedaron en silencio mirándose a los ojos durante diez minutos. Pero el silencio se vio interrumpido cuando Bellatrix se tiró a los brazos de Voldemort, quien, extrañamente la acogió y acto seguido la besó. Estuvieron entrelazados, acariciándose y abrazándose durante varios minutos que a ambos les pareció horas.
Luego de desprenderse, se miraron y Bellatrix sonrió, pero Voldemort parecÃa contrariado.
-Bella, mi querida Bella…- suspiró. A ella le asustó que su voz estuviera tan débil. –me imagino que sabes que es imposible que estemos juntos…
-¡Nooo!- exclamó ésta y rompió a llorar. Aunque ya se lo temÃa, no se lo habÃa repetido las suficientes veces como para aceptarlo.
-Tú sabes –prosiguió Voldemort, como si nunca lo hubiera interrumpido- que yo no puedo amar…
-¡No! ¡Tú me amas!
-Ya basta, Bella. No tengo la capacidad de amar, no siento nada, lo único que siento es un vacÃo que se apodera de mà todos los dÃas; dÃa y noche y no me deja otra opción que odiar… Y ahora- adoptó un aire solemne y se levantó- déjame sólo.
Bellatrix, que estaba a su lado, aún llorando, buscó sus ojos, pero no se encontraron. Se dirigió hacia la puerta, asió el picaporte y miró a Voldemort, que ya se habÃa sentado mirando el fuego, de espaldas a Bella; una última lágrima recorrió su mejilla, y pasó al living de la Mansión con gesto decidido.
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