Por: Alega Dathe
01
Cuando Daphne conoció por primera vez a Theodore Nott, no sintió mariposas en el estómago ni quedó hechizada por él a primera vista. Más bien fue como si las ideas descabelladas de su infancia se hubieran convertido en reales. Porque ella de pequeña soñaba con criaturas mágicas; seres oscuros que la secuestraban para convertirla en una de ellos. Y Nott, con esa palidez de muerte y su expresión pétrea, parecÃa ser una de sus fantasÃas.
Cuando se lo comentó a Draco, el niño rió a carcajada limpia y sin lograr detenerlo, fue hacia Nott directo a burlarse de sus palabras. La vergüenza se mezcló con la furia que le produjo Draco, pero no fue capaz de enfrentarle cuando los ojos negros de Theodore se clavaron en ella con frialdad.
Retrocedió hasta alejarse y se encerró en su cuarto dispuesta a pasar el resto del dÃa allÃ. Millicent la convenció de asistir a clases, pero se mantuvo a una distancia exagerada de él que le permitió observar que Nott no parecÃa molesto por Draco, quien se habÃa sentado a su lado y parloteaba de algo que consideraba interesante. Dedujo que ambos debÃan conocerse desde antes por esa familiaridad con la que ambos se dirigÃan.
Al pasar una semana, Millicent le reprochó su actitud de esos dÃas.
—No puedes huirle para siempre.
Y no, no podÃa por mucho que se esforzara. Daphne aceptó que Millicent tenÃa razón.
En una tarde, volviendo de una clase de vuelo, Daphne concentró todo el valor que habÃa reunido en todo el dÃa en acercarse a él. Lo llamó en medio del pasillo. Iba solo, asà que tal vez asà serÃa más sencillo.
—¿SÃ, Greengrass? —le preguntó con tono educado. Captó lo falso de su voz, aunque no lo hacÃa con mala intención. A la larga comprobarÃa que de esa manera le habÃan enseñado y que asà se dirigÃa a casi todo el mundo. La excepción aún le desconcertaba.
—QuerÃa hablarte sobre lo que Draco te dijo… —Theodore no entendió—… ¡sobre lo de parecer un muerto!
—Ah, ¿y qué me dirás?
—¡Nada! Bueno, sÃ. QuerÃa disculparme por eso. —Y al fin lo habÃa dicho. El corazón le latÃa lentamente, expectante por la siguiente reacción de Theodore. Se desilusionó cuando éste negó con la cabeza.
—Me es indiferente cómo me veas —le explicó—; además, ¿acaso ya no lo piensas?
Daphne no le mentirÃa. En parte, porque de seguro descubrirÃa la mentira al instante por mucho que ella fuera una experta fingiendo.
—Er… sÃ.
—Entonces no te disculpes.
Theodore emprendió su camino, dejándola atrás con el corazón en la mano y las ilusiones en la otra. Era tan diferente a su fantasÃa, que en ese momento se convenció que lo único que lograrÃa con ese chico serÃa golpearse duramente con la realidad. Pero esa perspectiva no la decayó del todo. Si una persona como él era real, las capas de seda negra y los castillos en papel de guarida tomarÃan un segundo plano.
—¡Nott! —le llamó antes de que doblara la esquina—. ¿No te molesta?
La respuesta fue la que decidió su relación desde ese momento.
02
En su segundo año Theodore se juntaba con pocos slytherins. Y probablemente con tres de ellos la convivencia era inevitable, asà que exceptuando a Draco, Pansy y ella, no tenÃa a nadie más al cual llamar amigo. Aunque la palabra jamás la habÃa pronunciado a dirigirse entre ellos, inundaba el aire y se colaba al estar juntos, se notaba en sus risas de medio lado y sus ojos de brillo oscuro.
Una nueva novedad fue el heredero de Slytherin. La mayorÃa de los estudiantes de su Casa no se preocupaban; su sangre era pura, asà que la bestia no tenÃa motivo para atacarlos. En ese año, Slytherin fue un buen lugar para estar, a pesar de las crÃticas a su desenfadado comportamiento, las acusaciones de que el heredero se encontraba precisamente con ellos y que parecÃan disfrutar del miedo originado por los ataques. MentirÃa si ella misma no hubiera pensado lo mismo, pero al averiguar sobre los antepasados de sus compañeros no halló nada que los relacionaran directamente con Salazar Slytherin, asà que aceptó que no tenÃan nada que ver con la situación, al menos de manera aparente. Y admitÃa que algunos sà se burlaban de ellos. Draco, sobretodos; incluso ella misma unas cuantas veces.
Cuando el último ataque fue consumado y la orden de cerrar les llegó a las mazmorras, Daphne sintió por primera vez en ese año algo parecido al miedo.
No era tal, porque no tenÃa nada que temer.
Pero sà perder.
CorrÃa el riesgo de separarse de sus amigos. A Millicent jamás la volverÃa a ver, porque venÃa de una familia de clase baja y sus padres no permitirÃan que se juntara con esa clase de gente; más aún cuando su madre era muggle. Blaise habÃa confesado que, de no haber entrado a Hogwarts, habrÃa ido a un colegio de magia italiano, y que de seguro se mudarÃa a Italia para seguir con sus estudios.
—¿Y tú adónde irás? —le preguntó a Theodore, sentada en uno de los sillones de la Sala Común. Estaba llena de estudiantes con aire entristecido, de otros que seguÃan hablando del heredero y de los que aún no se decidÃan por empacar.
—A casa, continuaré estudiando allà —le explicó. Se veÃa a leguas que no le agradaba en lo absoluto. Tal vez se debió por el ambiente del momento, pero logró que Theodore le confesara ciertos puntos que en otras circunstancias no le hubiera dicho ni hechizado. De cómo tendrÃa que apañárselas solo, porque su padre se concentraba más en magia negra que de otra cosa, y no querÃa quitarle el tiempo a su abuela. PodrÃa seguir avanzando con sus buenos libros.
Daphne apretó los labios, conteniendo las ganas de decir lo que se le cruzaba en la cabeza. Draco Malfoy se le adelantó, en cambio.
—Nott, puedes ir a mi mansión y aprenderemos juntos —le invitó. Antes de que pudiera contestarle, prosiguió:— Como saben, mis padres han decidido que tenga profesores particulares. Además, Greengrass también vendrá, ¿cierto?
—¿IrÃas? —Daphne no supo por qué sonó tan suplicante.
Daphne estuvo a punto de abalanzarse en sus brazos, sin caber de la emoción.
03
Caminaban los dos juntos, después de salir de una “clase†de Cuidado de Criaturas Mágicas, si se podÃa llamar asà a semejante circo. Daphne se lamentaba haberla escogido, cuando bien pudo haber optado por Aritmancia o, en última instancia, Estudios Muggles. Por su rostro, Nott opinaba lo mismo que ella.
—Le advertiré a Astoria para que no la escoja el próximo año… —dijo, rompiendo el silencio.
—Si tuviera otras opciones, me cambiarÃa —le reveló Theodore.
Daphne lo miró, ligeramente sorprendida. Después de todo, sà habÃa bastantes materias a elegir, ¿no?
—Me tendré que quedar con Aritmancia y Cuidado de Criaturas Mágicas —siguió Theodore—. Jamás agarrarÃa Estudios Muggles.
—Pero también tienes Adivinación… —le recordó.
—Me saldré. No he visto nada que se suponga que tengo que ver. —A Daphne se le escapó una risita—. Es como adivinar a tientas, una total perdida de mi tiempo. —Y a Nott no pareció molestarle.
Daphne quiso explicarle que tal vez no fuera una perdida del tiempo del todo. Que en las clases que habÃan tenido y las prácticas que habÃa hecho por las noches, lograba ver cosas. Nubladas, confusas y rápidas, pero se aparecÃan ante ella. Y, con el tiempo, se aclararÃan. Estaba segura.
Cuatro torres, una que se caÃa a pedazos y otras tres que se tambaleaban inseguras. Una de ellas se oscurecÃa, otra permanecÃa olvidada y deteriorada y la otra sufrÃa de constantes sismos. Al tiempo, cada una de ellas sucumbÃan como la primera. Oscura, en pleno misterio; en mil pedazos, ahogada por el destino y la otra logrando rescatar sólo una pequeña parte de sus pedazos. Era tan confuso. Y significaba algo.
Al final, se conformó con un: —Tu ojo interior te está fallando, Theodore Nott. —Él esbozó una sonrisa, negando.
04
El baile de navidad enloqueció a todo el Colegio.
A Daphne le llovÃan invitaciones; a todas las rechazó no por vanidosa, sino porque esperaba al chico adecuado. Una pena que ese chico no hiciera movimiento alguno, todo lo contrario. Estuvo tentada a mandar a Draco a averiguar si Theodore pensaba ir, pero se arrepintió al instante cuando mencionó a “Nott†y “baile†en la misma oración. Draco la miró con cierta frialdad hasta responderle con un “noâ€.
Debió haberlo imaginado.
—No entiendo por qué no le has preguntado aún —le cuestionó Tracey, en una de sus clases de herbologÃa. Daphne se encogió de hombros, con una sonrisa de circunstancia—. Quién dirÃa que te apenarÃas por algo como esto. —Tracey la miró burlonamente—. En fin, no podÃas ser lanzada para todo, ¿cierto?
—Con él es medio difÃcil todo… —suspiró Daphne.
Al finalizar la clase, se encaminó rápido hacia Cuidado de Criaturas Mágicas. Sólo habÃan llegado dos chicas de Gryffindor, Zabini y Nott. Como aún faltaban unos diez minutos, se dirigió hacia sus dos compañeros.
—Daphne… —La voz de Zabini sonó entre reprochado y lastimero. Daphne lo miró, interrogante. Él la abrazó por la espalda y colocó su cabeza en su hombro. Fingió un sollozo.
—¿Por qué sufres, mi Blaise? —le preguntó, con voz afectada.
—Es terrible, muy terrible… —comenzó. Theodore giró los ojos—… Theodore ha tomado a tu hermana como pareja de baile. ¡El infeliz me quitó mi futura pareja!
—¿Y… eso?
—Sólo me lo pidió —habló Theodore esta vez—, y acepté. No creo haber tenido muchas opciones.
“SÃ, tenÃasâ€. Daphne aparentó indiferencia en toda la clase, sentándose junto a Millicent a una distancia lejana del grupo de siempre. Nadie notó esa ausencia, a pesar de que generalmente se mantenÃan juntos para asà burlarse todos de las torpezas del inepto profesor. Al atardecer, Daphne casi corrió hacia las mazmorras acompañada de una desconcertada Millicent que no entendÃa el motivo de su comportamiento. Al no ver a la persona que buscaba en la Sala, se dirigió hacia las habitaciones del segundo curso. Entró sin tocar.
Astoria estaba tendida en su cama, con los brazos y piernas extendidas y los ojos cerrados, muerta del cansancio. A Daphne poco le importó. Se tiró en su cama, encima de ella ante el grito de protesta.
—Deja de chillar… —le amonestó Daphne, Astoria arrugó el ceño, ordenándole que se bajara. La ignoró—. ¿Por qué le pediste a Nott que fuera tu pareja de baile?
—Oh, eso… —Astoria chasqueó la lengua, fastidiada—. Quiero asistir a ese baile, pero no puedo porque soy menor y según las reglas del viejo, sólo los de cuarto en adelante pueden ir sin problemas. Necesitaba a un chico mayor con el cual ir, y Theodore es el indicado.
—El… ¿indicado?
—SÃ. No es como si fuéramos una pareja “realâ€. Podré dejarlo solo, irme con otros chicos y no habrá problemas.
Aquello fue suficiente información. Daphne salió del cuarto, con Millicent siguiéndole los pasos. Si de eso consistÃa el asunto, no habrÃa problemas en pedÃrselo a Blaise. Ambos irÃan sin ataduras, como se apresuró a aclarar Blaise un momento después.
La noche del baile fue tal y como habÃa previsto. Blaise a los minutos invitó a una chica a bailar y se despidió de ella con una sutil sonrisa, como diciéndole “no hay problema, ¿cierto?â€. Daphne se sentó junto a Theodore, que también se encontraba solo. Cuando le preguntó por su hermana, él señaló a la pista de baile. Se sorprendió al verla con Draco, bailando bastante animados sin Pansy a la vista.
Tal como Astoria le habÃa dicho.
—¿Vamos? —le preguntó. Theodore se negó.
—No me gusta.
Daphne se mordió el labio inferior, antes de arriesgarse con otra invitación más.
—Salgamos, entonces. —Se levantó y le tendió la mano—. Será aburrido quedarnos aquÃ, ¿no te parece?
Theodore tomó su mano a modo de respuesta.
05
—El Señor Tenebroso sà ha vuelto. —El susurró lo escucharon Theodore y Draco, en los jardines de Hogwarts. No hacÃa falta su tono de voz tan bajo, en vista que estaban ellos tres solos frente al Lago. Draco la miró, le decÃa “obviamente†al poner los ojos en blanco.
—Pensé que tus padres ya te lo habrÃan dicho.
Se quedó callada, sin intenciones de explicar que a ella la habÃan mantenido apartada de toda información, a diferencia de los suyos. Y era lo peor que pudieron haber hecho sus padres, porque en Hogwarts querÃa estar informada y saber qué tan alejada estaba la mentiras de la verdad del representante del Ministerio. Ese año diversos rumores se esparcÃan de Slytherin hasta las otras casas, rumores que afirmaban la vuelta del Señor Tenebroso y que colocaban en lo correcto al viejo director y Harry Potter. No muchos los creÃan, pero los rumores seguÃan creciendo y sospechaba que llegarÃa un punto en el que los incrédulos se tropezarÃan con la realidad.
—Nos uniremos a la Brigada Inquisitorial —anunció Draco, después de otro silencio—. Tendremos más privilegios que los de un prefecto, y podremos sacar provecho de ello. —Sonrió, arrogante—. Ya convencà a Pansy, a Crabbe y a Goyle.
—Al menos tendré algo que hacer. —Daphne se encogió de hombros—. Aunque su polÃtica de desinformación…
—No importa —la interrumpió Theodore—, todo se sabrá a su debido tiempo, de igual formas.
Otra vez otro silencio. Daphne no calculaba la magnitud de lo que se avecinaba, pero sà sabÃa que vendrÃa tarde o temprano. La guerra inminente, en donde uno de los bandos se esforzaba por ignorarla. Por hacer que todo estaba bien cuando los desaparecidos y las extrañas muertes aumentaban cada semana. ¿Qué podrÃan hacer ellos, que sabÃan y no ignoraban, que su bando se habÃa definido antes de nacer?
—Sacaremos el provecho a esto. —Draco pareció leerle el pensamiento—. Luego, ya se verá.
Pero no tener idea de lo que pasarÃa o imaginarse acontecimientos ingenuos no se arreglarÃan con un “ya se veráâ€. Las elecciones que harÃan podrÃan acertarlas o equivocarse. Y ninguno de los tres querÃa comenzar a indagar sobre ello. La tensión que causaba el futuro la oprimÃa, asà que no pudo más que soltar, para aliviar el ambiente, a ella misma, un:—Draco también opina que pareces un… —Theodore la calló con la mirada y una mano puesta en su brazo, como una inútil advertencia que aún asà lograba paralizarla. Porque era esa frÃa y lechosa mano puesta en ella, y esos negros ojos viéndola y derrumbando sus cimientos.
Aún con la tormenta de hielo que era él, ella se rió acompañada de un Draco que sin duda hallaba la gracia a su situación y a sus ideas. A pesar de que la fantasÃa con seres oscuros datara de su niñez y siguiera viva hoy en dÃa, en ese momento, con la representación de ella a centÃmetros de su cuerpo.
Un impulso. Dejó su cabeza caer en su hombro y sus manos tocar las suyas. Ante las dudas de Nott, Daphne le respondió con una sonrisa.
—Hace tiempo que quiero hacer esto, Nott.
No, querÃa hacer más cosas. Besarlo, acariciarlo y decirle que podÃa tenerla cuando quisiera, sencillamente porque también querÃa que él fuera de ella. Pero no se lo confesarÃa en esos momentos, serÃa demasiado imprudente. Era un riesgo que no estaba dispuesta a afrontar.
06
En pleno invierno se habÃa programado una salida a Hogmeade. Sus compañeros decidieron salir juntos en grupo pero cuando Daphne llegó al punto de encuentro, sólo estaba Nott, parado frente a la tienda de tinta y pergaminos. Esperaron aproximadamente quince minutos hasta dar por sentado que los dejaron plantados. Daphne arrugó el ceño y pensó en Pansy, la que habÃa tenido la idea en primer lugar; seguramente se habrÃa desviado con Draco a un sitio apartado del área comercial, lo mismo podrÃa haber ocurrido con Blaise y su chica de turno. Se acordó que Millicent estarÃa ocupada todo el dÃa con las tareas atrasadas y Crabbe y Goyle habÃan sido castigados con la profesora de transformaciones.
—Sólo somos tú y yo, entonces —suspiró, sin desanimarse. La compañÃa de él la confortaba más que todos sus compañeros juntos; además, Nott tenÃa sus toques divertidos a veces—. ¿Adónde vamos, Nott?
Theodore se encogió de hombros, sin tener idea. Imperceptiblemente le cedió el completo mando a ella.
—Yo sé a dónde ir —tuvo el impulso de tomarle la mano y asà hizo, cuando reparó en su acción ya era demasiado tarde para echarse para atrás. La apretó cálidamente y, para su sorpresa, Nott no la apartó. Se situó al lado, como era más alto que ella, bajó su rostro para verla a la cara—. Hay un sitio al norte de Hogmeade, es una plaza enorme en donde anualmente se hacen esculturas de hielo.
Sólo se detuvieron en la tienda de animales mágicos, que Daphne adoraba argumentado que “estos sà que dan gusto cargarlosâ€, refiriéndose a la asignatura de Hogwarts y a lo que en general se enfrentaban. Se tardaron pocos minutos en llegar a su destino. La entrada tenÃa dos columnas a ambos lados con una enredadera congelada enrollada en ellas. Al pasar, fueron escarchados con nieve diminuta y brillante. A gusto, se estrechó más a Nott y le dedicó una sonrisa antes de seguir avanzando.
Cientos de esculturas ocupaban toda la plaza; ángeles volando a centÃmetros del suelo, un cupido lanzando flechas en todas direcciones, éstas al alcanzar a una pareja se convertÃa en un ramo de flores rojas o en un muérdago; caballos fingiendo trotar y en su lomo, varios hombres con traje medieval; un carruaje que se convertÃa en calabaza y una mujer que cambiaba de princesa a plebeya al mismo tiempo; brujas volando en escobas y magos batiéndose a duelo, las chispas que salÃan de sus varitas impactaban como en un combate real, con la diferencia que ninguno de los contrincantes morÃa. Al ser quebrado, volvÃa a reconstruirse y se preparaba para seguir luchando; ogros y trolls que batÃan sus brazos en sus pechos; hadas que no cesaban de revolotear por el parque… Y todo hecho por hielo.
Daphne quedó embelesada por dos figuras envueltas en sendas capas. Vampiros que se desplazaban sutilmente, transparentes y atemorizantes. Sólo desvió su atención de ellos cuando Theodore le tomó por el hombro.
—¿Y qué hacemos ahora?
—¿Eh? —Daphne reparó en el muérdago arriba de ellos y la cabeza llena de nieve de Nott tras el impacto de la flecha.
Fue como si sus deseos hubieran sido escuchados.
—No nos podemos separar hasta que… —comenzó Theodore a explicarle el mecanismo de funcionamiento de aquél hechizo, Daphne lo calló de inmediato.
—Tendremos que besarnos —cerró los ojos antes de terminar de hablar. Tomó el riesgo de actuar, nuevamente.
Ella lo esperó, como todo aquél tiempo. Con los ojos cerrados y la boca entre abierta. Él colocó una mano en su mentón y la otra en su cuello y le alzó el rostro, lentamente. Debió de haber cerrado los ojos y por eso tal vez no notó lo anhelante que estaba por tener su lengua en sus labios. Theodore unió sus labios a los de ella y dejó que su lengua se colara por su cavidad; no era tan bueno besando, no era un experto. Pero era tal y como lo habÃa soñado. Con sus manos frÃas en su piel, sus mechones negros rozándole la frente, esa sensación placentera que recorrÃa su cuerpo y se arremolinaba en la parte baja de su vientre, su saliva mezclándose con la suya y sus dientes, finalmente, aferrándose a sus labios antes de separarse.
Sus ojos azules por un momento se aguaron antes de recuperarse.
—Oh, mira, ¡el muérdago ya no está!
Pero las ganas de más siguieron allÃ, inamovibles. Se atrevió a mirarlo, pero no supo comprender qué reflejaban sus ojos negros.
07
La guerra hacÃa seis meses que habÃa terminado, Daphne se esforzaba por no recordar nada de lo que habÃa ocurrido, aunque fallara muchas veces. Se habÃa mudado a un apartamento en Londres, en busca de cierta independencia. Ignoraba la vocecita en su cabeza que le acusaba de abandonar a sus padres en momentos como aquellos; aún estaba en juego la libertad de su padre, quien habÃa sido acusado de conspirar y contribuir con los mortÃfagos, y si bien era cierto, no habÃa sido marcado y nunca habÃa asesinado a nadie. Tal vez la falta del tatuaje en su brazo fuera una muestra de su inocencia para alguien que conociera poco la gestión del Señor Tenebroso, pero para otros, no probaba nada. La Marca Tenebrosa sólo la tenÃan las personas más allegadas a él.
Daphne no podÃa ayudar en nada, tanto dentro de su mansión como afuera. Y Astoria pronto lo entenderÃa también, cuando se calmara y recompusiera su cabeza frÃa. Mientras tanto, seguÃa estudiando periodismo y forjando su vida procurando no mirar atrás.
Fue una mañana cálida cuando le llegó la noticia de la condena de su padre. Un total de diez años. Su familia habÃa logrado eso. Se acordó de los Malfoy y la sentencia tan liviana y buena para ellos, cuando Lucius Malfoy no sólo habÃa apoyado al Señor Tenebroso, sino que habÃa participado en otras actividades ilÃcitas. Quedaba claro que algunos nacÃan con suerte y pericia.
Lloró unas cuantas lágrimas silenciosas, el dolor y la impotencia se confundÃan en sus sollozos. Y, cuando se obligó a serenarse para partir a ver a su padre, una persona se Apareció en medio de su sala. El mago llevaba el cabello un poco largo y el nacimiento de una barba, su misma piel lechosa y sus mismos ojos negros. A pesar del aspecto descuidado, Theodore parecÃa ser el mismo de siempre, sólo que más adulto. Más maduro.
—¿Qué haces aquÃ? —no se lanzó a sus brazos, no perdió el habla ni lloró por verlo—. Pensé que te habÃas ido del paÃs.
—Volvà —su voz era pastosa, grave y profunda. La congeló y calentó al mismo tiempo con suma intensidad—. Al final, ni siquiera pude alejarme mucho —soltó una risa amarga, antes de continuar—. Jamás creà que no podrÃa sacarlos de mi mente, a Draco y a ti.
Después de todo, siempre habÃan sido ellos tres. Juntos. Theodore se acercó a ella, Daphne lo miró fijamente, adentrándose en su memoria con dificultad. Al final, encontró lo que buscaba.
—No eres del todo sincero.
Era irremediable que ella se diera cuenta.
—¿Qué me ocultas?
La visión de él recibiendo la noticia en un paÃs que no reconoció la impactó. Leyó la carta al mismo tiempo que él y pudo sentir sus lágrimas quemándole las mejillas. El silencio se apoderó de la habitación, a excepción de la respiración acelerada de Daphne y sus labios temblantes.
—Siento lo de tu abuela —le dijo, pero era insuficiente. Lo abrazó y él recargo su cabeza arriba de ella, torpemente. Le acarició los cabellos mientras le susurraba que ya no importaba—. Pero estás solo.
—Déjame quedarme… al menos por un tiempo mientras ordeno todo —le pidió en voz baja. Era la primera vez que Theodore sonaba tan suplicante—. Por favor, Daphne.
No hacÃa falta que él se lo pidiera, porque Daphne estaba dispuesta a ayudarlo por iniciativa propia. Le besó en los labios como respuesta.
—Por mÃ, puedes quedarte para siempre.
Se dio cuenta que tenÃa los ojos empañados, se los limpió de inmediato y volvió a alzar su cabeza hacia él. Le narró lo que le habÃa acontecido a su padre y a dónde iba a ir antes de que llegara. Se separó de él y buscó su abrigo, preparada para Aparecerse. Theodore le tomó del brazo y pareció que el que ahora se arriesgaba con su siguiente acción era él.
—Te acompañaré.
Daphne aceptó y ambos se Desaparecieron. El riesgo de vivir con sus fantasÃas de niña estaba allÃ, sujeto a ella.