Los días nublados de Hermione

Por: Susana Niemeyer Ramirez

Apenas terminó la clase de Pociones, Hermione se puso en pie y precipitadamente cerró todos sus libros que se hallaban esparcidos por la superficie de la mesa y sin mucho cuidado los introdujo de cualquier manera, como cayesen dentro de su enorme maletín de colegiala, pues pretendía huir del lugar lo más pronto posible e ir a refugiarse a un lugar tranquilo. Con las manos temblorosas y algo sudadas por el calor inmenso que inundaba el cuarto, con sus vapores ascendentes en espirales de todos colores, tomó un pequeño frasco de vidrio en dónde trató de verter una pequeña cantidad de su poción, para entregársela al profesor Slughorn. Mientras hacía esto, varias gotas de la poción le mancharon la túnica y los dedos le quedaron aceitosos y pegajosos al tener contacto con la sustancia. Con grandes esfuerzos logró tapar el pequeño recipiente y fue hasta el escritorio delantero de la clase en dónde colocó su frasco dentro de una caja de cartón que el profesor Slughorn sostenía entre sus manos regordetas indicándole a sus alumnos depositar el resultado de su experimento, con una sonrisa de oreja a oreja dibujada en el rostro. Después de esto, se volteó y regresó a su mesa de trabajo, con la cabeza gacha por la vergüenza. Era terrible tener que compartir mesa junto a Ron, a quién no podía ver sin sentir un vacío enorme y una furia desbordante, como lava volcánica, que amenazaba a cada segundo con explotar y arrasar con todo a su paso. Pero a la vez sentía y sabía que no sería capaz de soportar otro enfrentamiento y que no tendría las fuerzas suficientes para cargar con el peso sobre sus hombros y que probablemente se derrumbaría si esto llegara a suceder. Dispuesta a irse, se encaminó hacia la puerta de roble abierta por la que todos los demás estudiantes salían correteando, pero de pronto escuchó la voz autosuficiente de Slughorn que llamaba a su nombre. Maldiciendo por lo bajo, se volteó y se dirigió hacia el profesor Slughorn que la aguardaba en el mismo lugar, con su misma sonrisa radiante, que no pudo causar otro efecto que irritación en la chica.

-Señorita Granger, ha olvidado usted colocarle su nombre a la muestra de su poción- anunció amablemente el profesor de pociones, sin enfadarse, como se habría de esperar.

-¡Oh! ¡Pero qué torpeza la mía, señor! Lo siento mucho es que…lo olvidé- replicó Hermione con voz suave y afligida.

-¡Oh, no, señorita Granger, descuide! ¡Por favor, no exagere, no se irá usted a Azkaban por una tontería como olvidar colocar su nombre en una tonta poción para dormir!- comentó apaciguadoramente Slughorn con tono jovial.

Hermione desgarró un pedazo de pergamino y con su nueva pluma garabateaba su nombre en letras pequeñas, incluyendo la fecha y la inscripción: “nivel de EXTASIS”. Luego adhirió la nota al frasquito de vidrio dentro de la caja, el único que se hallaba sin nombre. Pudo vislumbrar una poción de color verde petróleo, totalmente desacertada de acuerdo a la descripción del color que se debía obtener al finalizar el brebaje según el libro de pociones. El frasquito llevaba un nombre escrito descuidadamente que rezaba: “Ronald Weasley”. Hermione deseó romper en mil pedazos la botellita, pero se contuvo. El profesor Slughorn pareció adivinar suspicazmente sus pensamientos y retiró la caja repleta de pociones de su vista y la fue a colocar sobre una alta estantería. Dándole la espalda comenzó a discursear:

-Y bien señorita Granger… ¿va usted a contarme dónde exactamente se encuentra su cabeza por estos días?

-Profesor Slughorn, yo…lo siento mucho, no volverá a ocurrir…

-¡No, no! Creí que habíamos cerrado ese tema, me refiero a…su estado de ánimo, está muy pensativa, más bien diría yo…deprimida.

-¡Oh! No es nada, profesor, no es nada.

Slughorn se volteó y la observó penetrantemente, ella esquivó su mirada con avidez, mirando hacia otro sector de la abarrotada sala de clases e indecisa fijó la mirada en un enorme reloj que se apoyaba sobre la pared, contemplando el pasar de los segundos.

-Bien…entiendo- dijo afanoso el ancho profesor, frotándose las manos vivazmente- pues permítame invitarla a una nueva junta del Club de las Eminencias, daré una fiesta, ¡será fenomenal, se lo aseguro! Puede usted llevar una pareja, o tal vez el señor Mc Laggen…

Hermione agitó la cabeza en señal de negación aterrorizada ante la simple sugerencia de asistir con Mc Laggen, un sujeto desagradable a su parecer que sólo tenía músculos por virtud y unos modales tan bruscos y tan poco delicados con las damas que la hacían aborrecerlo profundamente…Sus desagradables pensamientos se vieron interrumpidos por una risa estruendosa del profesor que se reía a mandíbula batiente agarrándose la barriga, el motivo supuso ella, debía de ser la expresión de sus pensamientos reflejada en el rostro, que por lo visto, habían causado mucha gracia al profesor.

-Em… ¿profesor? ¿Cuándo será la fiesta?

-Este viernes, a las nueve en punto en mi despacho como es natural- replicó todavía con el rostro colorado por su previa humorada, respirando con más normalidad- ¡Pobre Mc Laggen, no tiene esperanzas! – comentó- Y si me disculpas- anunció recobrando seriedad, de repente como si hubiese recordado un asunto urgente- ahora debo pedirte que me dejes solo, tengo cosas pendientes por hacer.

-Sí, señor, hasta luego- se despidió.

En ese momento un ruido sordo proveniente de las mesas de trabajo, rompió el silencio y unos diez frascos de pociones vacíos dieron de lleno en el piso y se hicieron añicos. Hermione y Slughorn volvieron la cabeza y con asombro ambos vislumbraron a un muchacho agazapado en el piso con libros en la mano. El muchacho del cabello rubio platinado se levantó y falsamente se agarró la cabeza con las manos, después de dejar los libros apoyados sobre la mesa.

-¡Oh, profesor! ¡Creo que me he desmayado! ¡Qué dolor de cabeza!- dijo el muchacho, acompañado de una mala actuación.

-¿A sí? Pues adivina qué, ¡yo soy Merlín en persona!- se mofó Slughorn- ¡a mí no me engañas, muchacho!- añadió severamente mirándolo a los ojos y blandiendo su dedo índice en el aire, en son de advertencia- Hablaré de esto con el profesor Snape y…

Hermione abandonó la habitación y cerró la puerta tras de sí con fuerza, importándole poco lo impertinente que pudiese parecer. No tenía el menor interés en saber qué hacía allí Malfoy, espiándola, seguramente ahora se burlaría de ella. Agarró el maletín y salió corriendo a más rápido no poder por los concurridos pasillos de Hogwarts, apartando de un empujón a cualquiera que se interpusiese en su camino, haciendo oídos sordos a las protestas de los demás, tan solo teniendo en mente

que debía desaparecer de vista, rápido…

Al fin llegó al baño de chicas, en el segundo piso y tiró el maletín al suelo impetuosamente y se apoyó sobre el lavamanos, escondiendo su cabeza entre sus manos y rompiendo a llorar desconsoladamente. Las lágrimas cristalinas resbalaban por su rostro como la lluvia resbalaba también aquel día lentamente sobre los enormes ventanales por los que no penetraba ningún rayo de sol. Estaba desconsolada, no podía más, su orgullo era lo único que le impedía llorar todo el día enfrente de todos sus compañeros durante las clases, pero el resto de las horas que pasaba a solas o con Ginny, sus ojos no cesaban. Cuando los veía a ellos…juntos, muy tomados de la mano, abrazándose, besándose, simplemente no podía reprimir una pena tan grande más una furia incontrolable, que provocaba solo su mal humor. Lo odiaba…pero a la vez no podía dejar de quererlo. Pensaba que su comportamiento era infantil e inmaduro, y que tal vez, solo tal vez, no le debía importar. Pero todo el optimismo construido dolorosamente tras largas jornadas de reflexión, se derrumbaban al verla a ella…tan dichosa y fragante, feliz y enamorada, tan tonta era esa muchacha, Lavender.

Un poco más tranquila, se secó las lágrimas y se lavó la cara detenidamente. Mantuvo los ojos cerrados un momento y luego contempló su reflejo en el espejo: tenía el cabello castaño despeinado y mechones de cabello rizado en todas direcciones, voluminoso por la humedad de los vapores en la clase de pociones. Si había algo que le disgustaba de esa clase, era eso precisamente, que siempre salía luciendo un peinado estrafalario, que causaba las burlas de Pansy Parkinson. Pero qué más daba ahora. Estaba pálida, lucía un aspecto enfermizo, el triste y penoso reflejo físico de sus dolencias internas, esas complejidades tan simples que a nadie más le importaban, pues sólo eran unos insólitos problemas de adolescente. Era su culpa, había sido una tonta, uno nunca se debería enamorar…pensó amargamente.

Una risa cantarina resonó desde algún lugar lejano, una risa oculta que se acercaba y de pronto, vio salir de un cubículo a quién menos podría soportar en aquel momento, bueno, después de Lavender, quizás. Myrtle la Llorona estaba flotando a su lado, con una sonrisa odiosa curvando las comisuras de sus labios intangibles y transparentes, como conteniendo la risa; bien sabía Hermione que Myrtle disfrutaba enormemente con el dolor ajeno.

-¿El pelirrojo te dejó?-le preguntó descaradamente en un tono agudo, un tono de voz odioso y cínico.

-Sal de mi vista…

-Mm…yo diría que sí- rió más fuerte- ¿y ahora vienes a llorar?- le preguntó con una voz infantil.

Hermione de buen gusto la habría golpeado en la nariz y tirado de las trenzas, si la chica no fuera un fantasma. Había ocasiones en que Myrtle conseguía dar lástima, pero en el fondo era una muchacha odiosa, cínica y francamente pesada.

-Sólo quería ayudar- dijo Myrtle estúpidamente- muchas personas últimamente andan llorando en los baños…

-Vete.

-Yo no tengo la culpa de que te haya dejado- prosiguió como si nada.

-Nunca estuvimos juntos…

-¡Oh! De modo que ni siquiera le importas…

-¡Cállate y sal de aquí!

La figura traslúcida de la chica fantasma siguió flotando a unos centímetros del piso y de pronto, su odiosa sonrisa se volvió una mueca dolorosa más pesada aún, la característica de Myrtle, cuando lo que quería era lamentarse de su terrible vida y lo mal que la trataban.

-Te entiendo niña, sabes, estuve esperando un chico esta mañana y simplemente no llegó, creí que le gustaba…

Hermione la observó con sorna, no entendía de qué estaba hablando, ¡cómo es que podía ser tan estúpida!, ¡un chico de carne y hueso enamorado de ella!, ¡un fantasma!, ¡ridículo!

Hermione tomó sus cosas, echó una última mirada al espejo, aplastándose el cabello y salió del lugar, dejando a Myrtle demasiado entretenida con su aburrido monólogo lacrimoso para percatarse de que ya nadie la escuchaba. Cuando se hallaba lejos a unos diez metros del baño de chicas, escuchó un grito agudo y furioso, proveniente del baño, probablemente Myrtle ya lo habría notado. Hermione sonrió maliciosamente.

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