Minirrelato: Magia en la cueva de San Ignacio

Relatos

Nuevamente volvemos a presentarles uno de nuestros cinco relatos ganadores del concurso de minirrelatos organizado por BlogHogwarts y auspiciado por Lourdes Fernández y Editorial Aladena, cuyo premio consistió en un ejemplar de El Club de los Detectives Incomprendidos. El siguiente relato nos lleva a experimentar las creencias mágicas de América Latina y fue escrito por nuestra lectora Luna Black_Wood; coméntenlo a continuación.

Magia en la cueva de San Ignacio

Por Luna Black_Wood

¡Yo no creía en la magia! Nunca la había tomado en serio, cada vez que alguien daba testimonio sobre la existencia de las brujas, me parecía un ignorante. Las leyendas las consideraba parte de la tradición oral. Esa era mi lógica hasta que sucedió algo que cambió completamente mi forma de ver la vida.

Soy originaria del estado de Guanajuato en México. En la capital del mismo nombre se celebra cada año a San Ignacio de Loyola de una forma bastante peculiar, pues los creyentes suben hasta una cueva para adorarlo y rezarle. Mi tía abuela decía que era una celebración pagana y demoníaca pues creía en la leyenda de los brujos en la cueva de San Ignacio. Versa dicha leyenda que hace mucho tiempo un grupo de hechiceros realizaron un gran ritual preparando brebajes en los cuales utilizaban orejas y alas de murciélago, patas de tecolote (búho), colas de zorrillos, ojos de venado, uñas de gato montés, pieles de camaleón y de serpiente, hierbas, velas e incienso; y dicen que durante esa práctica se les apareció el diablo… de ahí que para ciertas personas el ritual de subir a la cueva sea algo malo.

Aquel verano fui a Guanajuato con la familia y pude invitar a mi amigo Oliverio con el que comparto una gran afición: Harry Potter. Planeábamos visitar la Basílica, el callejón del beso, el museo de las momias, el Teatro Juárez y la cueva de San Ignacio, y por las tardes leeríamos nuestros libros. Yo había comenzado con “La Orden del Fénix” y él “Las Reliquias de la Muerte”. Así transcurrieron los días hasta que llegó el turno de visitar la cueva. Es un lugar imponente, gigantesco… mágico. Oliverio y yo nos quedamos en un rincón pues el lugar estaba atestado de gente, hubo un momento en que un señor me empujó y casi me tira el bolso que traía. Luego  fuimos a comer rápido pues esa misma noche partiríamos a nuestra casa en el pueblo de San Miguel de Allende. Mientras comíamos, al momento de querer sacar un pañuelo me di cuenta que ya no tenía mi libro de Harry Potter en la bolsa. Pensé que tal vez se lo di a guardar a Oliverio y no lo recordaba, pero al consultarle me respondió que no. Fue cuando recordamos que tropecé en la cueva y probablemente allá estaba o peor aún, se lo llevaron. Quería recuperar mi libro a como diera lugar pues me lo había regalado mi papá. Entonces mi amigo y yo pensamos ir rápido a la cueva, pero le mentimos a mamá y a mi hermano diciendo que íbamos a comprar dulces y postales para la mamá de Oliverio. Dijeron que sí y que nos esperaban frente al Teatro Juárez. Cuando nos perdieron de vista corrimos hasta llegar a las faldas del cerro que conducía a la cueva y por mas rápido que lo hicimos, tardamos tanto tiempo que ya empezaba a oscurecer. Así fuimos subiendo, con mucho cuidado para no tropezar y de pronto, cuando faltaban unos metros para llegar, escuchamos unas voces provenientes de dicha cueva, sí, unas voces…extrañas.

-¡Son los brujos!- murmuró Oliverio muerto de miedo

– ¡Shhh! No hables tan fuerte. Vamos a ver, yo no creo en los brujos y te voy a demostrar que esas son leyendas.

Cual va siendo mi sorpresa al observar un grupo de hombres y mujeres, brujos todos ellos, pero no esos brujos que tenemos en mente, pues estos llevaban túnicas en colores azul, lila, blanco, verde y plateado. En el centro se hallaba un caldero con alguna poción hirviendo mientras una bruja incorporaba ingredientes muy distintos a los de la leyenda y frente a ella se encontraba otro brujo de túnica plateada que tenía en la mano una especie de rama algo torcida de la que, de repente, salió una intensa luz blanca…

-¡Vámonos! -gritó Oliverio- Uno acaba de vernos, ¿qué esperas? ¡corre! ¡corre!

Bajamos el cerro como alma que lleva el diablo olvidándonos de los riesgos, en fin, de todo. Cuando íbamos llegando al pueblo nos percatamos de que ya era  noche.

-¡Mi mamá! ¡Nos va a matar!-  dije a Oliverio.

-¡¿Qué están haciendo aquí?!- alguien vociferó.

Mi amigo y yo volteamos y…

Eran mi mamá y mi hermano sumamente enojados y ella sólo volvió a hablar para decir que subiéramos al coche. Durante el trayecto no paró de regañarnos: que éramos unos irresponsables, que cómo se nos ocurrió ir a ese lugar a tan altas horas, que si nos hubiéramos perdido como le habría explicado a la mamá de Oliverio…

– Y bien, ¿ya nos van a decir a qué fueron a la cueva? –preguntó mi hermano

– Queríamos…. tomar una foto a la cueva sola –respondí.

-No les creo. En verdad no me explico a qué fueron. Parecen locos –replicó él

Así fue como llegué a casa: reprendida, sorprendida y sin libro. A la mañana siguiente luego del desayuno, Oliverio y yo hablamos de la cueva y lo que vimos, llegando a la conclusión de que no fue miedo lo que sentimos sino una gran sorpresa, la magia existe y mi vieja perspectiva era falsa. Finalmente, decidimos  compartir el secreto y que por nada del mundo lo revelaríamos, en eso, mamá nos dijo que en la mesita de las flores había una carta para mí. Fuimos inmediatamente, abrí un pequeño sobre color azul, llevándome la última gran sorpresa pues una  tarjeta decía:

“Porque la verdadera magia consiste en creer”

Tus amigos.

Y frente a la jarra de las flores estaba mi libro de la Orden del Fénix con una larga pluma de color rojo.

Comentarios

comentarios

Autor Aura Zephyr

Blogger, enamorada de los libros y de las peliculas de aventuras y de fantasía épica.

Ver artículos

Leave a Reply

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.