Dos minutos después se escuchó un terrible rugido en el teatro, como si estuviesen matando a todo el público. El rugido siguió y siguió, pero al cabo de un instante hubo una pausa seguida de tremendas aclamaciones. SubÃ, trastabillando, a mi salita de lectura, donde me derrumbé, tembloroso, en una silla.
Los bustos de Heródoto, Polibio, TucÃdides y Asinio Polión me miraban desde sus columnas. Sus impasibles facciones parecÃan decir: “Un verdadero historiador siempre se impondrá a las perturbaciones polÃticas de su épocaâ€. Decidà comportarme como un verdadero historiador.
ROBERT GRAVES — Yo, Claudio
Pese a que Lord Voldemort habÃa muerto cinco meses atrás, los Aurores seguÃan revisando la Mansión Malfoy en busca de objetos de magia oscura. Lucius, Draco y Narcisa Malfoy, tras superar sus “problemas legales†—al menos asà los llamaban— habÃan decidido marcharse a Francia “por un tiempo†(lo cual probablemente significaba años).
Si hubiera dependido de Ron Weasley, los tres Malfoy habrÃan ido a parar con sus huesos en Azkaban, y esa inmensa mansión que debÃan registrar dÃa tras dÃa, habitación por habitación, habrÃa sido demolida por completo. Pero su mejor amigo —y desde el año anterior, novio de su hermana— Harry Potter habÃa decidido declarar ante el Wizengamot revelando ciertos datos que no eran del todo de dominio público sobre la participación de la familia en el bando de Voldemort, el más beneficioso de los cuales fue la providencial ayuda que Narcisa le prestó en el Bosque Prohibido, cuando le mintió al Señor de las Tinieblas en la cara, diciéndole que Harry habÃa muerto. Sin esa ayuda, puntualizó Harry durante su testimonio una y otra vez, era muy probable que Voldemort hubiera acabado ganando la guerra. Asà que los Malfoy fueron liberados tras el pago de una cuantiosa multa, y decidieron poner el Canal de la Mancha entre ellos y sus muchos enemigos.
La Mansión Malfoy, en cambio, era considerada mucho más peligrosa por el Ministerio que sus propietarios. Lord Voldemort habÃa vivido allà durante meses, utilizándola como cuartel general. Era inconcebible que no hubiera escondido artefactos peligrosos en un lugar tan seguro como la ancestral residencia de la familia mágica más rica de Gran Bretaña. Y era la tarea de los Aurores encontrarlos. Una tarea que Ron Weasley encontraba terriblemente desagradable. En parte, porque le traÃa pésimos recuerdos de aquellos momentos desesperados en que él estuvo encerrado en el sótano junto a Harry, Dean Thomas, Griphook, Luna Lovegood y el señor Ollivander, escuchando como esa psicópata de Bellatrix Lestrange torturaba a su novia Hermione… bueno, en aquel entonces aún no era del todo su novia, porque todavÃa no se habÃan besado… pero era casi su novia. Y si bien el recuerdo de cómo la chica a quien amaba era sometida a los tormentos más crueles mientras él no podÃa hacer nada no era el peor de todos los que tenÃa (el de la muerte de Fred lo superaba por mucho), tampoco era algo que él quisiera tener que revivir prácticamente todos los dÃas.
Por otro lado, si en su labor sus colegas y él hubiesen hallado alguno de esos dichosos objetos de magia negra, Ron podrÃa haberse consolado con la idea de que el sacrificio de deber pasar horas en la odiada mansión valÃa la pena. No obstante, lo único que encontraban eran muebles, joyas y ropas de un lujo —a los ojos de alguien que, como Ron, habÃa crecido entre considerables privaciones— casi obsceno. En verdad no podÃa ser una labor más tediosa.
El quinto cuarto que registró ese dÃa le habrÃa parecido igual a todas las demás habitaciones de no ser por las oscuras rejas de hierro que habÃan añadido a su ventana. Intrigado, después de emplear los habituales hechizos detectores de tenebrismo, Ron decidió mirarla más de cerca. Notó que, mientras las otras piezas que habÃa mirado tenÃan bastantes muebles (cómodas, placards, espejos de cuerpo entero, relojes de pie), esta solo tenÃa una cama, un escritorio y una silla.
Ron se aproximó al escritorio y lo observó detenidamente. Él no era una persona muy intuitiva, pero algo le decÃa que aquel mueble en particular era importante. No obstante, no tenÃa nada especial a primera vista. Tanto su superficie como sus cajones se hallaban totalmente vacÃos. Empezó a pensar que todo aquello era una pérdida de tiempo, y que en todo caso lo mejor era escribirles a los Malfoy para averiguar el motivo por el cual le habÃan puesto rejas a aquella habitación (al fin y al cabo, si querÃan tener prisioneros, era más seguro mantenerlos encerrados en el sótano que allà arriba, como el propio Ron habÃa podido comprobar).
Pero justo cuando estaba por irse, pudo ver algo en el rabillo del ojo. Era una manchita oscura que se destacaba por el contraste con el empapelado beige, pero que solo podÃa verse cerca del escritorio, pues estaba en el espacio entre la pared y el mueble. El joven Auror utilizó un hechizo para hacer levitar el escritorio lejos de la pared, lo cual le permitió ver mejor la mancha.
Era, inconfundiblemente, una gota de sangre seca.
Y, en el suelo, antes escondido por el escritorio, habÃa un sobre. Intrigado, Ron lo levantó y, apenas vio lo que habÃan escrito en el reverso, supo que no podÃa esperar a mostrársela a su superior para conocer su contenido.
De Florean Fortescue, a las futuras generaciones.
Ron devolvió el escritorio al lugar donde estaba, se sentó, extrajo cuidadosamente la carta del sobre tras aplicarle un par de hechizos más para comprobar que no estuviera embrujado, y comenzó a leerla.
***
“Al final, me quebré. No soy un Gryffindor, no puedo resistir la tortura hasta enloquecerme, como los pobres Alice y Frank Longbottom. Y las Cruciatus de Ryddle son mucho peores que las de Bellatrix Lestrange y esos patanes de su esposo y su cuñado.
“Ryddle. Escribo esta palabra y sé que por solo conocerlo, por solo poder asociar ese apellido con el ser inhumano que vive aquà puedo terminar muerto. Pero no me importa morir. Supe que estaba muerto en el momento en que me quitaron la capucha y me encontré frente a él. Tom Sorvolo Ryddle. No “el Innombrableâ€, no “el Señor de las Tinieblasâ€. Tom Ryddle. Un hombre de mi profesión debe hablar siempre con la verdad; no puede usar apodos ni eufemismos.
“DeberÃa comenzar por el principio. Me llamo Florean Fortescue. Entre los magos británicos me conocen como el dueño de la heladerÃa Fortescue, en el callejón Diagon. Y lo fui. Solo recientemente me vi forzado a retomar la actividad que habÃa abandonado muchos años atrás: la de historiador.
“A diferencia de prácticamente todos mis compañeros de Hogwarts, Historia de la Magia siempre fue mi asignatura favorita. Me fascinaba estudiar cómo nuestra sociedad habÃa evolucionado desde aquellos tiempos anárquicos de lo que los muggles llaman la Alta Edad Media, en los que cada mago o bruja podÃa hacer lo que se le antojaba a otros seres humanos sin el temor a ser castigado, hasta la actualidad, en que todo parece estar regido por leyes. Como todo proceso histórico, éste ha tenido marchas y contramarchas, avances y retrocesos, pero creo que hemos hecho reales progresos desde los tiempos de los Fundadores o de MerlÃn. Y todas las historias de las guerras, conflictos y ocasionales acuerdos entre nuestra raza —si asà podemos autodenominarnos— y los duendes, hombres lobo, vampiros, centauros y gente del agua eran para mà tan atrapantes como cualquier novela. Claro que Cuthbert Binns no era el mejor profesor para esa materia. Él era incapaz de transmitir la menor emoción a sus clases: en vez de narrar los hechos, se limitaba a enumerarlos en un tono de voz monocorde que ahuyentaba cualquier atención que sus alumnos le hubieran podido prestar. Yo era el único capaz de entretenerme en esas circunstancias, pues a pesar de su estilo de enseñanza soporÃfero, el viejo fantasma transmitÃa mucha información valiosa que no podÃa hallar en los libros.
“Cuando terminé mis estudios en Hogwarts estaba decidido a dedicarme a la Historia. Mi padre, por su lado, preferÃa que viniera a trabajar con él en la heladerÃa de nuestra familia. Por un tiempo, durante el verano después de mi último, pareció que iba a salirse con la suya, hasta que uno de mis amigos me contó que el profesor de Historia de la Magia de Beauxbatons se habÃa jubilado y que la directora de la academia estaba buscando un sucesor. Esto actuó como un estÃmulo irresistible. Recuerdo que me encerré en mi habitación con dos objetivos: hablar francés lo más fluidamente posible y conocer la historia de los magos de ese paÃs mejor que cualquier nativo. Pasé tres semanas sin salir de mi hogar, y apenas salÃa de mi cuarto para desayunar, almorzar, cenar e ir al baño. Pese a todo, cuando llegó la fecha de mi cita con Ollimpe Maxime, me sentà terriblemente nervioso. El hecho de que la directora fuese una semigiganta —aunque me contaron que se rehusaba vehementemente a reconocerlo— me puso aún más intranquilo, pero al cabo de un tiempo logré demostrarle que estaba capacitado para enseñar Historia de la Magia en su escuela, hablándole extensamente, en un francés casi impecable, sobre varios temas sobre los que me preguntó.
“Los doce años que pasé en Beauxbatons, de 1973 a 1985, fueron los más felices que yo recuerde. Por primera vez podÃa compartir con otros el placer que me daba la Historia. Y a diferencia de Binns, creo que logré que muchos de mis alumnos se interesaran realmente por la materia tanto o casi tanto como yo. Mi mayor orgullo es que, cuando tuve que retirarme en 1985, fue uno de mis primeros alumnos quien me reemplazó, y según me han informado, sus clases parecen ser mejores aún que las mÃas.
“Durante esos doce años, además, pude labrarme una buena reputación como historiador escribiendo varias monografÃas sobre el perÃodo arcaico de la comunidad mágica inglesa (con esto me refiero a los siglos previos a la fundación de Hogwarts, institución que en general ha tenido un efecto benéfico sobre nosotros, dándonos una identidad común que mitigó por un tiempo el salvajismo de nuestras guerras). Las elogiosas cartas que recibà de Bathilda Bagshot y de Albus Dumbledore me llenaron de orgullo. Pero lo que nunca imaginé es que no solo los magos y brujas interesados en la Historia me leerÃan.
“Mi perÃodo como profesor en Beauxbatons terminó por culpa exclusivamente mÃa. Enamorarse de una alumna, aún cuando esa alumna tuviera ya más de diecisiete años, era intolerable. Sobre todo cuando la alumna corresponde a esos sentimientos, acepta encontrarse clandestinamente y el hotel muggle donde ese encuentro tiene lugar está enfrente de la casa de un periodista de Le Soileil, el diario de los magos franceses.
“Ollimpe Maxime fue justa conmigo. Me dijo que lo que habÃa hecho no era un delito, pero que era muy mal visto por el Consejo Escolar, asà que mi continuidad era imposible. No obstante, fue justa conmigo y me permitió renunciar en vez de despedirme, concediéndome además una modesta jubilación.
“Después de ese final malogrado de mi carrera docente, y tras la muerte de mi padre, decidà hacerme cargo de la heladerÃa. Era un trabajo poco estimulante, aunque muy de vez en cuando tenÃa oportunidad de dar una mano a los chicos y chicas con sus tareas de Historia de la Magia. SeguÃa trabajando en monografÃas en mis ratos libres, pero todo lo que escribÃa terminaba por parecerme insatisfactorio y lo arrojaba a la basura. Era como que el ser un heladero me condicionaba mentalmente y me impedÃa ponerme de nuevo en el lugar del historiador.
“Todo eso cambió en la noche del seis de julio del año pasado, cuando los MortÃfagos vinieron a mi local poco después de que yo cerrara. No tengo idea de cómo consiguieron burlar mis encantamientos protectores, cuya potencia yo habÃa incrementado después de que El Profeta confirmó oficialmente el retorno de Ryddle. Solo recuerdo que en un momento estaba buscando en mi biblioteca un ejemplar de un libro sobre quemas de brujas en el medioevo (pues ese era un tema sobre el cual, durante mi carrera, no habÃa tenido tiempo de profundizar mis conocimientos más allá de la información básica que me dio Binns en Hogwarts), e inmediatamente después estaba recibiendo Desmaius de parte de los tres MortÃfagos. Me enorgullece decir que logré defenderme durante un buen rato, pese a que Defensa Contra las Artes Oscuras no era mi fuerte. Pero al final me Desarmaron, ataron y encapucharon.
“Como no podÃa ver nada, apenas recuerdo el viaje a la Mansión Malfoy. Pero sà recuerdo el momento en que me arrojaron a un sillón, me quitaron la capucha y me encontré frente a frente con Tom Ryddle.
“—Hola, Fortescue —me saludó el jefe de los MortÃfagos, con una sonrisa que en su deforme rostro era grotesca—. Debo pedir disculpas por los… malos modales de mis amigos. QuerÃa tener una pequeña charla contigo.
“—No sé qué podrÃa querer usted conmigo —respond×. ¿Helados gratis?
“Ryddle soltó una risita carente de humor con su voz aguda y metálica.
“—No, Fortescue. Si bien tus helados tienen fama de ser los mejores, no es eso lo que me interesa. Lo que yo quiero es esto —dijo, y sacó del bolsillo de su túnica un fajo de pergaminos—. Los orÃgenes del Consejo Mágico inglés. El nacimiento de las leyes mágicas en Gran Bretaña. La educación mágica antes de la fundación de Hogwarts… Son todos trabajos muy sesudos, Fortescue. Los leà con gran interés. No solo tienen un gran caudal de información, sino que tienen una excelente prosa. Pese a lo que puedas haber oÃdo de mÃ, yo soy un gran lector. Por supuesto que todo lo que leo lo leo por deber, no por placer. Pero cuando me encuentro algo que contiene, a la vez, datos que me puedan ser útiles y un estilo literario que se puede disfrutar, entonces ese texto se hace doblemente valioso para mÃ.
“—Gracias, señor —dije frÃamente.
“—Y luego me puse a pensar: ¡qué desperdicio es que Fortescue esté vendiendo helados en el Callejón Diagon en vez de hacer lo que mejor sabe hacer, que es escribir Historia! Y por eso es que te traje aquÃ: quiero que escribas Historia. Quiero que escribas mi Historia.
“—Esta es una oferta muy tentadora, pero debo declinar respetuosamente —repliqué—. Prefiero seguir vendiendo helados antes de prostituirme. ¿Cree que no sé qué clase de ‘historia’ quiere que le escriba? Una ‘historia’ que convertirá a sus innumerables crÃmenes en hechos épicos. ¡Una ‘historia’ con minúscula, escrita para un hombre minúsculo que ser cree un dios!
“—Fortescue, tú escribirás mi Historia, lo quieras o no. Puedo ser muy persuasivo… —dijo Ryddle, dedicándome otra de sus sonrisas.
“Durante las siguientes cuatro horas, Ryddle me torturó con la Cruciatus. Fueron probablemente las cuatro horas más largas e insoportables de mi vida. Sus maldiciones eran capaces de hacerme olvidar de todo, de privar al mundo de todo su sentido y convertirlo solo en dolor, dolor interminable. Cuando Ryddle se aburrió de la tortura, ordenó que me llevasen al sótano de la Mansión, donde perdà el conocimiento (algo que Ryddle habÃa estado evitando a lo largo de la sesión mediante el uso continuo del Rennervate).
“No pasó mucho tiempo hasta que me despertaron bruscamente y me condujeron nuevamente a la sala de estar donde Ryddle me habÃa torturado. El mago oscuro me esperaba, sentado en el mismo sillón, pero esta vez Fenrir Greyback estaba junto a él.
“—Bien, Fortescue, espero que ahora estés más dispuesto a ser razonable. Si sigues obstinándote en no colaborar conmigo, no me quedará otra opción más que pedirle a nuestro amigo Fenrir, aquà presente, que utilice sus… argumentos contigo. No te matará, pero tampoco quedarás precisamente muy bonito. Le he dado órdenes de que se abstenga de lastimar tus manos, y que te deje al menos uno de tus ojos, pero fuera de eso, puede hacerte lo que quiera.
“El hombre lobo, cuyo hedor inundaba la enorme habitación, se relamió los labios e hizo crujir sus nudillos, ansioso por lanzarse sobre mÃ.
“—¿Sigues decidido a no escribir mi Historia? —preguntó Ryddle.
“Haciendo de tripas corazón, repliqué:
“—Tú ganas. Lo haré.
“—Espléndido. No obstante, dado que tu negativa inicial me hizo perder tanto tiempo valioso, me temo que deberás ser castigado. Además, serÃa injusto privar al pobre Fenrir de su diversión, ¿no crees?
“Para evitar que el lector se asquee, me limitaré a decir que para cuando Greyback terminó conmigo, yo habÃa perdido mi oreja derecha, gran parte de mi nariz, y tanta sangre que tuvieron que darme poción restablecedora durante los siguientes tres dÃas. Además, mi pecho, cuero cabelludo, brazos y piernas estaban cubiertos de arañazos que jamás desaparecerán. No obstante, mis manos y ojos quedaron intactos. Ryddle sabÃa que los necesitaba para escribir.
“De eso ha pasado ya más de un año. Me tomó meses convencer a Ryddle de que he cedido por completo a su plan. Al principio, me mantenÃan encerrado en mi celda durante toda la noche y me llevaban al estudio de Lucius Malfoy durante el dÃa, obligándome a escribir desde el amanecer hasta el anochecer, utilizando cada hora de luz solar para esa tarea. Durante todo ese tiempo habÃa un MortÃfago vigilándome para asegurarse de que no destruyera el manuscrito. Por la noche, Ryddle revisaba el texto personalmente, y si lo aprobaba me llevaban de vuelta a mi celda.
“Poco a poco fui modificando mi conducta. Comencé a discutir con Ryddle acerca de la calidad de mis escritos cuando él los revisaba. Tuve que hacerlo muy sutilmente. La idea era hacerle creer paulatinamente que yo estaba disfrutando, muy a mi pesar, el retomar mi verdadera profesión. Que estaba tan deseoso como él de que esta historia fuera mi obra maestra, por más que me desagradara su contenido. Ryddle utilizó la Legeremancia conmigo en unas cuantas ocasiones, y me las ingenié para guiarlo hacia recuerdos vergonzosos o Ãntimos, pero que no tenÃan relación alguna con mi actual plan. No obstante, no lo hizo con mucho interés. En el fondo, creo que me desprecia demasiado como para considerarme peligroso. Para él, soy apenas un cagatintas.
“Al final, Ryddle decidió que no era necesario sacarme de mi celda para que escribiera. Hizo que los Malfoy le pusieran rejas a la ventana de una de las habitaciones del tercer piso, la habitación en que tú, querido lector, habrás hallado esta carta. Claro que eso no significó que ya no tuviera que escribir bajo la vigilancia de uno de sus hombres, pero lo consideré mi primera batalla ganada.
“Luego decidió que la presencia del MortÃfago era inútil, puesto que él personalmente revisaba los manuscritos noche tras noche. Si algún dÃa yo interrumpÃa mi labor él se enterarÃa y me castigarÃa. Asà que me dejaron solo con los materiales de escritura, con la obligación de darles al menos cinco páginas nuevas cada dÃa.
“Tras unas cuantas semanas asÃ, me atrevà a pedirle a Ryddle que me diera velas para seguir escribiendo de noche. Para ese entonces, él estaba convencido de que me habÃa convertido en un autómata obsesionado por escribir, asà que se mostró encantado. Luego le pedà permiso para tener el manuscrito completo en mi habitación, para poder ir consultando lo que habÃa escrito anteriormente (porque yo tenÃa que entregarle a Ryddle las hojas que hacÃa cada dÃa, y él las guardaba en su habitación lejos de mi alcance). Ryddle vaciló un poco, pero yo habÃa elegido el tono correcto para pedÃrselas —no adulándolo, como si al dármelas me hiciera un enorme favor, sino simplemente haciéndole notar que dándomelas facilitarÃa mi trabajo— y terminó accediendo.
“Al final, Ryddle optó por desentenderse del asunto hasta que el libro estuviera completo. TenÃa cosas mucho más importantes que hacer que supervisar el progreso de mi obra. Ocasionalmente mandaba a que le trajeran el manuscrito, pero ya no volvà a verlo cara a cara, algo de lo cual debo estar agradecido.
“Lo que nadie notó fue que yo gastaba más hojas que las que escribÃa.
“La verdad es que yo no tenÃa intenciones de escribir la historia de Ryddle. O al menos, de que esa historia fuese publicada. Yo escribÃa lo que Ryddle me pedÃa para ganar tiempo y poder avanzar en otra obra. La verdadera historia de Tom Ryddle. Ha sido una labor compleja, pues he debido recurrir a mi memoria, sin poder consultar libro alguno ni contar con testimonios orales de nadie. Solo mis recuerdos de los rumores que corrÃan sobre él, y de los pocos datos veraces de los que tengo noticias. La mayor parte de la información de esta historia es sobre las décadas de 1970 y 1990, durante las cuales Ryddle cometió la mayor cantidad de crÃmenes, pero hay algunas especulaciones sobre sus orÃgenes familiares y sobre lo que hizo en sus años en Hogwarts.
“La otra historia, la historia prostituta, como yo la llamo, es apenas un panfleto lleno de prejuicios contra los muggles y los hijos de muggles, combinados con ácidos ataques contra Albus Dumbledore, la Orden del Fénix y Harry Potter. Ryddle es presentado como el salvador del mundo mágico, el hombre que vino a defender a nuestra sociedad contra los sangre impura y a poner a los muggles en ‘el lugar que les corresponde’.
“Y sin embargo, no está mal escrita. Incluso me atreverÃa a decir que es mi mejor obra en términos de calidad de su prosa. Pero me siento con ella como un padre debe sentirse al tener un hijo tan bello como perverso. Su elegante escritura es apenas una máscara tras la cual se esconde el intento de justificar toda clase de atrocidades, de asesinatos, robos, violaciones, torturas, de centenares o quizá miles de vÃctimas, tanto muggles como magos, tanto hombres como mujeres y niños. Lo que he tenido que escribir son los delirios de un tirano. La verdad está en el otro manuscrito, que he metido dentro del sobre.
“Escribo esto en la noche del veintisiete de julio de 1997. Ryddle ha intentado asesinar a Harry Potter utilizando la varita de Lucius Malfoy y ha fracasado. Estuvo interrogando a Ollivander, a quien secuestraron unas semanas después que a mÃ, y él le ha hablado de la existencia de una Varita de Saúco, cuyo poder supera al de las demás varitas mágicas. Me enteré de todo esto escuchando una charla de Malfoy con su esposa Narcisa. Si lo que él dijo es cierto, entonces Ryddle no sabe que la Varita forma parte de un trÃo de objetos de un poder mágico inimaginable, llamado ‘las Reliquias de la Muerte’. Si él llegara a reunirlas, serÃa verdaderamente invencible. Solo es cuestión de tiempo para que, en su búsqueda de la Varita, se entere de alguna pista sobre las otras dos Reliquias; entonces él vendrá a interrogarme a mÃ, y yo no podré resistirme. No me queda otra solución más que morir.
“Siempre supe que esto pasarÃa. He terminado ambos manuscritos hace media hora. Mi intención es destruir las hojas de la historia que Ryddle me obligó a escribir quemándolas con la vela que me han dado, esconder el manuscrito de la historia verdadera detrás del escritorio y finalmente cortarme las venas con el cuchillo que me trajeron para cenar (el privilegio de comer con cuchillo y tenedor me fue concedido hace una semana y media o dos). Probablemente pasarán horas hasta que descubran mi cuerpo. Y lo más posible es que Ryddle, en su cólera, me niegue la más mÃnima sepultura. Pero no me importa. Yo soy un verdadero historiador. Mi deber es para con la posteridad. Ellos deben conocer lo que ocurrió en realidad. Y aún cuando las posibilidades de que mi manuscrito llegue a manos de alguien dispuesto a leerlo sean mÃnimas, debo aferrarme a esa esperanza.
“Asà que me despido, mi querido lector. Ruego que el mundo en el que tú habites sea más pacÃfico que el mundo en que me tocó vivir.»
***
En el cementerio de Hogsmeade habÃa un sector especial dedicado a todos aquellos que murieron combatiendo a Lord Voldemort en la segunda batalla de Hogwarts. Ron y Harry habÃan tenido que hacer muchos trámites para lograr que las autoridades aceptaran poner una lápida en honor a Florean Fortescue en ese lugar, puesto que el cadáver de aquel mago jamás habÃa sido hallado y puesto que su última carta revelaba que su probable muerte habÃa sido por suicidio y casi un año antes de la batalla. Pero tanto Harry como Ron opinaban que merecÃa estar entre los héroes de aquella noche de mayo y consiguieron que el funcionario a cargo del cementerio le asignara una parcela.
Un par de meses después del entierro simbólico de Fortescue, al que habÃan asistido centenares de ex alumnos y de clientes suyos, Ron Weasley hizo una visita a su tumba. No traÃa flores, como era la costumbre, sino un libro que acababa de comprar en Flourish & Blotts y que habÃa sido editado muy pocos dÃas atrás. Era la historia de Lord Voldemort escrita por Fortescue durante su cautiverio en la Mansión Malfoy. Ron depositó el libro junto a la lápida y musitó:
—Lo conseguiste, Florean.
Tras leer nuevamente la inscripción en el mármol, se marchó a la Madriguera. Esta inscripción, que él mismo habÃa encargado, rezaba:
FLOREAN DEXTER FORTESCUE
1955-1997
Un verdadero historiador
FIN