Para ese perÃodo, él no habÃa cambiado.
Suele recordar cuando, con su hermano, cambiaban de lugares para fastidiar a mamá —Y hacerlo aún duele, mucho—, buscaban escondites para ocultar las gafas de Percy, colocaban Gnomos en los calzoncillos de Ron y se reÃan cuando estos le mordÃan el trasero («Su cara era impagable, Lee»). Aquellas tardes de verano, dónde escuchaban a Bill relatar su vida en Hogwarts, era una de las experiencias que esperaban con más fervor. Charlie siempre regresaba con cuentos de enormes Dragones e imposibles jugadas de Quidditch. Igualmente, es muy difÃcil que olvide la expresión de Ginny —de esas que incluyen ojitos brillantes y rojizos, intentando contener el llanto. Ella no lloraba— cuando se dirigÃan, por primera vez, al expreso rojo escarlata.
Pero lo que nunca logra hallar en las profundidades de su memoria, es el momento en que todo comenzó a mutar, a transformarse en algo desconocido. George reconoce tener una vaga idea de cuándo ocurrió, pero no es capaz de asegurarlo. Tal vez fue cuando se dio cuenta de que, en un mundo normal, un niño de 11 años no es forzado a culminar una batalla ajena, ni es poseÃdo por un espÃritu maligno —Los chicos juegan Quidditch, hacen travesuras, se divierten y salen con chicas (tal como él y su hermano). Las chicas juegan a ser mayores, coquetean con chicos y ocultan muchos secretos (que él nunca logró ni logrará entender) —. Cuando descubrió que la guerra no mide edades ni estatus de sangre, pues se satisface con la destrucción y el llanto, arrasa y destruye a voluntad. Cuando comenzaron las muertes de personas queridas e inocentes. Puede ser cuando, por primera vez, dejó de sonreÃr. Probablemente, nunca descubra el origen exacto de su propia transformación. Nunca sabrá si maduró de forma lenta o de súbito.
A fin de cuentas, cuando rememora toda la historia, piensa que ocurrió más veloz que un suspiro. A veces, suele olvidar las horas de agonÃa que genera la expectación, o la adrenalina que se expande en el cuerpo cuando hay temor. La guerra le parece lejana y, aún asÃ, recuerda cada detalle como si lo presenciara en ese mismo instante. No sabe cuándo ni cómo maduró, pero una experiencia asà de intensa, a tan temprana edad, difÃcilmente se olvida. La claridad comienza en aquel verano en que el auge de la guerra era evidente; allÃ, cuando perdió su oreja, la cual, por cierto, aún extrañaba.
— Bueno, ahora tu cabeza será más liviana, George—. Sonrió. Fred siempre conseguÃa animarlo. No estaba enfadado (aunque matar a Snape en ese momento, no habrÃa sido ninguna molestia) o triste. Estaba vivo, eso era lo que realmente importaba. Pero la muerte de Moody habÃa supuesto un shock. Si habÃa muerto el más experto, ¿Qué les quedaba a los demás? Al parecer, Fred pensaba lo mismo, pues lo acompañó en la sonrisa—. Y ahora tienes un lindo y atractivo hoyo en la cabeza, pero perdiste tu oreja más bonita. Ahora sà que soy el más guapo.
— ¡El agujero me hace interesante!—. Comentó George, entre risas. Su madre estaba histérica porque los condenados gnomos no habÃan abandonado el jardÃn. Molly mostró condescendencia con la «terrible» pérdida y les habÃa dado un breve descanso, dejando a Ron solo, a su suerte. Por supuesto que ellos no pensaban volver, pues, siendo fin de semana, debÃan organizar algunas cosas para la tienda. Falso.
— ¡SÃ! Y permite que el aire llegue a tu cerebro. Agujero de uso prác…—. Fred no pudo continuar con su ingeniosa broma, pues una almohada habÃa impactado, sin ninguna piedad, en su cabeza, dejándolo ligeramente aturdido.
Luego de las estridentes carcajadas, se instaló un silencio entre ambos. Cada uno estaba sumido en sus propios pensamientos. Los gemelos sabÃan que ese año, en particular, serÃa duro e impredecible. Ellos continuarÃan en la tienda, su padre seguirÃa viendo la decadencia del ministerio, Bill se casarÃa, Charlie en Rumania… Sus dudas se debÃan a la preocupación por sus hermanos menores. No estaban seguros de que los del Ministerio se tragaran lo del Ghoul con Spattergroit, asà que Ron y, por ende, los Weasley podrÃan estar en problemas. Sea lo que fuera que harÃan Ron, Harry y Hermione, esperaban que nada saliera mal. Por otra parte, Ginny irÃa a Hogwarts, que ya no era un lugar seguro y no habrÃa nadie para protegerla. Ella era una excelente bruja, pero seguÃa siendo alarmante su estadÃa allÃ, en esos tiempos.
— ¿En qué piensas?—. Susurró George.
— George, ¿Qué va a pasar si todo sale mal?—. Respondió Fred, luego de algunos segundos.
Y George sabÃa que esa cuestión envolvÃa muchas preguntas y respuestas. SabÃa que sus palabras podrÃan provocar a Fred un sentimiento de esperanza, pero él no podÃa mentir. SabÃa que eran esas interrogantes las que aniquilaban el sueño de todos en la Madriguera. SabÃa que, de su respuesta, dependÃan muchas cosas. Y, a pesar de saber todo eso, no supo que decir.
— No lo sé—. Dijo, casi con resignación.
Y ese era un buen momento para decir un chiste del tipo «Debe ser que no me escuchaste bien», o «Ese agujerito no funciona, se te escapan las ideas», pero no habÃa ánimos de nada. Fred agradecÃa mucho que sólo hubiera sido su oreja. George, por muy cursi que sonara, era su otra mitad. No hay Fred, sin George. No hay George, sin Fred. Siempre ha sido y será asÃ.
— ¿George?
— Dime
— Es genial que estés aquÃ, hermano.
Se miran y sonrÃen. George no es tonto, aunque ignore muchas cosa, sabe que lo que le dijo, equivale a llantos y agradecimientos a MerlÃn por que él no ha muerto. Porque, pase lo que pase, siempre estarán juntos.
AllÃ, en ese instante, George se permite tener los ojos húmedos y hasta una lágrima, si alcanza el tiempo. Conoce a la perfección el final de esa promesa muda y, sin embargo, allà está; 20 años más tarde, frente a un espejo, pensando en que, tal vez, asà lucirÃa su hermano. Ha pasado la mitad de su vida sin Fred y aún espera a que entre por la puerta, de un largo viaje. Le darÃa un buen golpe, por no haber escrito.
Las cosas, durante esos meses de verano, resultaron ser violentas e impredecibles. Ron comenzó su viaje durante la boda, dejando a mamá desolada. Le explicaron las precauciones, pero ella no dejaba de llorar en la cocina. Ellos, por su parte, difÃcilmente dejaban su piso sobre Sortilegios Weasley; era complicado, conociendo el hecho de que tenÃan vigilado todo el callejón Diagon, rodeado por mortÃfagos que no perdÃan oportunidad para interrogarlos. George recuerda, de forma vaga, que casi los clausuran por no seguir aportando ayuda al Ministerio— También recuerda que, para zafarse, les presentaron inventos estúpidos o inservibles—. Además, no tenÃan noticias de Ginny, pues la correspondencia era limitada, casi nula. Asà que se alegraron de poder ver a su familia en Navidad.
— Molly, cariño, ¿me pasas la sal?— Susurró Arthur. En la mesa hecha especialmente para navidad, estaba toda la familia, más Remus, Tonks y Hagrid. Todo estaba en silencio, pues la emoción de verlos a todos reunidos, conformaba un alivio. Sólo faltaban Bill (que, aunque no lo hubiera dicho, seguro hacÃa «cositas» con Fleur) y Ron.
— Toma—. Molly estaba especialmente callada esa noche. Ginny les habÃa comentado sobre el secuestro de Luna y las andanzas del Ejército de Dumbledore, las escondidas y el placer enfermizo de los Carrow por torturar. Además, existÃa el riesgo de que a ellos mismos fueran a buscarlos para encerrarlos, sólo por negarse a cerrar la tienda.
— Madre, esto no puede seguir as×.Dijo la potente voz de Charlie, que parecÃa algo avergonzado por romper de súbito el imperturbable ambiente.
— ¡Maldita sea, Charlie! ¡Percy no está, Ginny corre peligro y Ron puede estar muerto!—. Estalló la mujer, para luego romper en llanto—. Ya no sé qué hacer…
— Percy no existe, Ginny es una bruja excelente y Ron es mejor de lo que piensas mamá—. Fred alzó la voz, ahogando los sollozos de su madre.
Todos miraban a Molly, mientras ella continuaba con la cabeza gacha, sollozando. Arthur se acercó a su mujer y la abrazó.
— Saldremos de ésta, Molly—. Dijo Arthur, con voz suave.
— ¿Seguro?
— ConfÃa un poco en tus hijos, mujer—. El tono empleado por George, denotaba que intentaba calmar los ánimos.
— Bien… ¿Quién quiere torta de melaza?—. Ginny, que se habÃa mantenido callada, se levantó y se dirigió a la cocina. Al parecer, intentaba ocultar su llanto a los demás.
George sabÃa —Y estaba seguro de que Fred también— que esos momentos de desesperación, acecharÃan a su familia durante mucho tiempo. Ellos mismos estaban inquietos y angustiados. La impotencia era un sentimiento muy desagradable, más si se trataba de personas como ellos dos. Intentaban, por todos los medios, cerrarle el paso a la frustración, que solÃa mutar en algo más profundo, como la ira. Era mejor buscar una vÃa de escape.
Allà fue cuando llegó Lee. Cuando llegó Pottervigilancia.
Ese informal programa de radio, hecho de forma ocasional, supuso un consuelo a su necesidad de luchar. Era genial poder estar allà y expresar todo lo que sentÃan. Ya era bastante malo que la Orden no los dejara enfrentarse ni a los más estúpidos carroñeros, alegando que ellos debÃan patrullar el callejón Diagon —donde recogÃan a varias personas que habÃan sido despojados de su varita y bienes, por ser sospechosos de «sangre muggle». Ellos los alojaban en su piso, estratégicamente ampliado—.
Asà que comenzó la investigación. Discretas entrevistas, alguno que otro soborno e, incluso, algunas amenazas para obtener información. Gracias a ellos, se sabÃan varios de los rumores sobre el paradero del Señor Tenebroso —Porque su maldito nombre era tabú. Ya habÃan tenido tiempo de comprobarlo—. Constantemente, instaban a la mesura, valentÃa y prudencia. Además, ellos tenÃan acceso a los acontecimientos en Hogwarts, a través de Ginny; pero lo normal era que George permaneciera en la tienda, cuidando de los indigentes.
Pero la verdadera acción comenzó cuando sus falsos galeones comenzaron a brillar. Estaban en la Madriguera, cuidando de Ginny, que se habÃa quedado en casa luego de la Pascua, y recibieron el mensaje de Neville.
«Harry está aquÃ. Entren por Cabeza de Puerco. ED.»
«Harry está aquÃ. Entren por Cabeza de Puerco. ED.»
Por fin. La señal que habÃan estado esperando. ¿Cómo actuar? Su madre estaba abajo, y Charlie estaba en la sala SerÃa difÃcil escapar sin ser escuchados.
— Ginny, ¿derrocaremos a los Carrow?, ¿A Snape?—. La emoción con la que se expresó Fred, fue contagiosa. George sonrió.
— Bien, eso supongo. Pero si Harry está allÃ, tal vez sea por otra cosa—. Dijo Ginny. Ella estaba igualmente emocionada, pero el hecho de que el trÃo haya dejado de esconderse, probablemente significaba algo más profundo.
— ¿Qué insinúas, Gin?—. Preguntó Fred. De súbito, la alegrÃa en la cara delos gemelos se habÃa esfumado.
No era un secreto para nadie el hecho de que Ginny adoraba a sus hermanos, los gemelos. Incluso, ella podÃa regodearse de decir ser la única persona de la familia que era capaz de diferenciarlos sin ningún inconveniente, porque hasta Ron solÃa dudar. Y ellos amaban a Ginny, pues ella era su pequeña Gin, siempre lo serÃa.
— Que puede que hoy sea el dÃa
Con el dÃa, ellos sabÃan que se referÃa al dÃa decisivo. El momento en que todo cobra un sentido, una orientación factible. El gran dÃa de la batalla.
Se miraron unos instantes antes de asentir, como confirmando lo evidente. Los tres se pusieron de pie, dispuestos a marcharse; pero los gemelos intentaron cerrar el paso de Ginny.
— Gin, creo que es mejor que te quedes—. Dijo George, vacilante.
— ¿Qué me quede? Estás demente, yo no puedo hacer eso—. Ella intentó empujarlos, pero fracasó.
— Gin, escucha, mamá va a enojarse y…
— No, escucha tú, Fred. No pienso quedarme aquà mientras toda mi familia y mis amigos, la gente que quiero, está arriesgándose en una maldita guerra que no es culpa de ninguno. No puedes pedir que me quede, por favor, todo menos eso—. Culminó la chica, con los ojos húmedos.
Si bien no querÃan que nada malo le pasase, podÃan entenderla. Asà fue como se sintieron al ser desplazados por la Orden, y no era nada agradable esa horrenda desazón. Cada gemelo la tomó de la mano y se aparecieron en cabeza de puerco. Ya su madre se enterarÃa.
Asà que se pusieron en marcha. Llegaron y se encontraron a Lee y a Chang, burlándose un poco de la mueca asesina de Ginny. Recorrieron el pasadizo y llegaron a la Sala de los Menesteres, donde estaban Harry, Ron —Que felicidad fue ver a ese cabezón completo— y Hermione, casi envueltos por una aureola de luz, de esperanza. Recuerda que Harry les habló de una diadema, de la cual, por supuesto, ellos no sabÃan nada. Él se fue con Luna y después desaparecieron Ron y Hermione («Â¿Al lavabo? No es momento para cochinadas, chicos»; recuerda que les dijo Fred, logrando que enrojecieran, las risas del público y un buen golpe de Ron).
Estuvieron esperando un buen rato la llegada de alguien, mientras que, por el pasadizo, ingresaban varias personas. George puede rememorar los saludos llenos de Ãmpetu de todo el equipo antiguo de Quidditch, los apretones discretos de Lupin y Kingsley y los regaños de sus padres por haber traÃdo a Gin. Incluso aún puede acordarse de la mirada arrepentida de Percy, que se disculpó esa noche.
Asà que, cuando Harry apareció, se pusieron manos a la obra. Salieron de esa habitación y fueron a parar a un pasillo del tercer piso, como pudieron identificar, los más jóvenes decidieron formar cuatro equipos y separarse, pues los mayores ya habÃan echado a correr.
— Chicos, opino que deberÃamos dividirnos. No estarÃamos solos y cubrirÃamos más terreno—. Comentó Oliver, sobre el fragor de la batalla.
— De acuerdo, capitán—. Los gemelos hicieron una pequeña reverencia. Varios de los presentes, sonrieron. Wood aún no controlaba su necesidad de mando.
— Bien, formaremos cuatro equipos. Creo que lo correcto, es que cada equipo tenga quien los dirija…—. Se escuchó cerca un estallido.
— Oliver, no estamos en ningún maldito partido de Quidditch, apresúrate—. Gritó Katie, haciendo que varias cabezas se giraran hacia ella. Oliver la contempló por unos segundos, como en un trance. Angelina carraspeó.
— Si, claro. Perfecto. Fred, tú guiarás a Lovegood, Thomas, Finnigan, Chang… — Y asà Oliver comenzó a distribuir los equipos. Los lÃderes eran Fred, George, Angelina y Oliver—. Bien, no tengan miedo a quedarse sin su equipo. Lo importante es acabar con cuantos mortÃfagos puedan y cuidarse las espaldas. Si se separan, intenten encontrar a algún conocido y quédense con él…
— Oliver, ya todos sabemos eso. Angelina, voy contigo a…— Katie no pudo culminar la frase, pues Wood la interrumpió.
— Bell, tu vendrás conmigo, punto— Katie maldijo por lo bajo. Los ex integrantes del equipo de Quidditch de Gryffindor sonrieron, excusándose un momento, por estar en guerra. Esos dos aún no cambiaban. Al menos algo permanecÃa constante—. Fred, ve hacia el ala norte. George, ve a los terrenos. Angelina, quédate aquÃ, patrulla un poco. Yo iré al ala sur.
Todos asintieron. Los gemelos se miraron. Se negaban a pensar en que no se volverÃan a ver, porque desde el principio, habÃan decidido no separarse. O ambos vivÃan, o morÃan los dos. Pero el deber llamaba y debÃan atacar al mayor número posible de lame traseros de Voldemort si querÃan vencer.
— Hermano, suerte. Ten mucho cuidado. Si te pasa algo, no te lo perdonaré—. Se abrazaron y sonrieron.
— ¡No me va a pasar nada! Ahora, a acabar mortÃfagos se ha dicho. Fred…
— ¿Si?
— Fue un placer hacer bromas contigo—. Estrecharon sus manos.
Antes de irse, George se acuerda con claridad lo que Fred le dijo, como si se lo hubiera dicho esa misma mañana. Lo dijo con voz jadeante y grave, antes de echar a correr detrás de su equipo. «Además, siempre puedes intentar redirigir hechizos con el hoyo en tu cabeza… Pero mejor no lo intentes, por favor. Te quiero, hermano». Y, por supuesto, nunca olvida su respuesta.
«Yo también te quiero, Fred.»
Los hombres también pueden llorar, ¿Verdad?
Luego de allÃ, rememora todo de forma parcial. Todo era hechizos, sacudidas y polvo. No lograba ver a parte de su grupo y se acuerda de la preocupación que sentÃa. Además, a pesar de los años, aún siente allà presente esa sensación de frustración, rabia e impotencia que sintió de un segundo para otro. Todo eso lo hizo luchar con más Ãmpetu.
— ¡Avada Kedavra!
Esquivó, como pudo, la maldición de Dolohov. Neville peleaba a su lado y de reojo, podÃa ver a Lee y a Alicia luchando contra Macnair.
— ¡Desmaius!—. Neville tenÃa mucha determinación en ese momento. ParecÃa otra persona.
— ¡Por MerlÃn! ¿De verdad creen que dos mocosos como ustedes podrán contra mi?—. Gritó, victorioso, luego de lograr evitar el hechizo de Neville. — ¡Oh! Pero si eres uno de los sobrinos de los Prewett… — George apretó la mandÃbula. HabÃa olvidado que ese maldito los habÃa matado. — Mis condolencias a tu madre, pues ahora también llorará tu muerte. Avada…
— ¡Confringo!—. George apuntó a un árbol cercano, provocando una estruendosa explosión. Neville lo miró, interrogante; pero George ya atacaba de nuevo, aprovechando esa milésima de segundo de confusión. — ¡Expelliarmus!
Dolohov salió disparado hacia atrás unos pocos metros, por la potencia del hechizo. Su varita voló por los aires y se perdió en la oscuridad. George, por una extraña razón, tenÃa ganas de matar a alguien, asà que se acercó al hombre, que buscaba su varita desesperadamente, mientras se reprochaba su estúpida distracción.
— Dame una sola razón para no acabar contigo, gusano—. Susurró, venenoso. Neville lo tomó por los brazos, intentando alejarlo de Dolohov. George escuchó un grito lejano mientras se soltaba de Neville y se daba la vuelta para acabar al mortÃfago, que lo apuntaba con su varita.»Â¿De dónde demonios la sacó?»
— ¡Desmaius!—. Dolohov quedó aturdido durante unos minutos. Remus habÃa llegado de quién sabe dónde y lo habÃa atacado antes de que George o Neville fueran emboscados. — Yo me encargo de Dolohov, sigan peleando.
Y se fue. El comenzó a luchar con Travers y Neville se encargaba de Selwyn —Ahora que recuerda, esa fue la última vez que vio a Lupin con vida—. Estuvieron luchando hasta que algo en el ambiente se volvió frÃo y la voz aguda de Voldemort resonó.
«Han luchado con valor. Lord Voldemort sabe apreciar la valentÃa—. Todo se habÃa quedado silencioso. A George lo habÃa recorrido un escalofrÃo— Sin embargo, han sufrido numerosas bajas. Si siguen ofreciéndome resistencia, morirán todos, uno a uno. Pero yo no quiero que eso ocurra; cada gota de sangre mágica derramada, es una pérdida y un derroche—. «Ese maldito hijo de…»â€” Lord Voldemort es compasible, y yo voy a ordenar a mis fuerzas que se retiren de inmediato. Les doy una hora. Entierren a sus muertos como merecen y atiendan a sus heridos. Y me dirijo directamente a ti, Harry Potter: has permitido que tus amigos mueran en tu lugar, en vez de enfrentarte personalmente conmigo; pues bien, esperaré una hora en el bosque prohibido, y si pasado ese plazo no has venido a buscarme, si no te has entregado, entonces reanudaré la batalla. Ésta vez yo entrare en la refriega, Harry Potter, y te encontraré, y castigaré a cualquier hombre, mujer o niño que haya intentado ocultarte de mÃ. Tienes una hora.»
«Con más razón habÃa que matarlo», piensa George con amargura. A partir de ese instante, no le gusta recordar.
No le gusta porque lo que sigue, todavÃa es doloroso. Porque aún no puede creer que eso haya ocurrido. Porque no sabe como aceptar que el mundo sigue girando, que la batalla terminó y no se congeló el tiempo cuando eso pasó. Porque le gustarÃa odiarlo, por romper la promesa hecha en silencio. Porque no puede convencerse de que él ahora es una sombra oscura de su pasado. Porque aún le cuesta mirar el espejo y enfrentarlo, mientras éste le grita constantemente que no es Fred, sólo George lleno de pliegues en su rostro y mechones blanquecinos en el pelo.
Porque él sigue invadiendo sus sueños, convirtiéndolas en pesadillas, causándole insomnio. Porque ya su mente no es segura. Porque las heridas aún le punzan.
Porque George aún no encuentra la manera de decir que él ya no existe.
Y las lágrimas le escosen la piel. Y no puede esconderse.
Todo aquello que habÃa sepultado, vuelve desbocado e implacable.
«Te extraño, Fred. Hermano.»
Pero el siguió luchando, a pesar de todo. Esa necesidad de venganza era muy intensa, pero lo peor era la ansiedad que causaba el no saber de quién vengarse, pues el crimen no tenÃa autor. Se acuerda de haber derribado a varios mortÃfagos en una sola tanda, luego de que la batalla habÃa comenzado de nuevo. Ver a Fred, inerte, en el suelo del colegio que alguna vez habÃa sido suyo, bastaba para marcarlo de por vida. Y lo peor es no poder llorar, pues la impresión era abrumadora.
Cuando su madre mató a Bellatrix, se sintió un poco (sólo un poco, un poquito) mejor. Cuando murió Voldemort, estaba seguro de que, si no hubiese sido por Ginny, él le hubiese saltado encima al cadáver y lo hubiera descuartizado.
Pero allà es cuando todo se vuelve confuso en sus memorias. Sus recuerdos se mezclan y no es capaz de juntarlos en una secuencia aceptable.
A partir de allÃ, solo recuerda muy pocas cosas. Recuerda que la tristeza, el cansancio y el enfado se volvieron cosa de todos los dÃas, se volvieron parte de él. ConvivÃa con ello y lo aceptaba, era lo normal, rutina. Se enfrascó apartando recuerdos infantiles, olvidando sentimientos estúpidos y memorias inútiles. La guerra lo marcó para siempre.
Pero, seis meses después, cuando pudo sentirse lo suficientemente valiente como para ver la tumba de su hermano, llegó alguien que ya estaba allÃ, que siempre habÃa estado, pero que él no habÃa tomado en cuenta antes.
— Hola, George—. Fue un susurro ahogado por las lágrimas. Una voz tremendamente familiar.
— Hola.
Tardó en responder. No quiso voltearse y enfrentar a su acompañante. Frente a él, estaba la confirmación de sus temores.
Fred Weasley. 1 de abril de 1978 – 3 de mayo de 1998.
Y las lágrimas volvieron a él. Y no pudo contener un sollozo.
— ¿Cómo… ¿Cómo estás?—. Al parecer, la chica intentaba contener una fuerte convulsión provocada por el llanto.
— ¿Qué diablos haces aquÃ, Angelina?—. Soltó, de forma brusca. Ella dio un paso hacia atrás, pero insistió.
— Vine a dejar flores. ¿Cómo sigues?—. Dijo Angelina, atropelladamente.
— Mi madre se encarga de eso—. Contestó, seco.
— Maldición, George. Intento saber cómo rayos te encuentras, ¿es tan difÃcil responder?—. George permaneció en silencio. Ella estaba molesta, pero su voz continuaba quebrada. Siempre habÃa sido muy temperamental— ¿Puedes darme la cara? Voltéate cuando te hablo—. Impuso su voz de mandona, pero él no cedió.
— ¿Para qué quieres verme?, nadie soporta mi cara. Hasta yo mismo la detesto—. Dijo George, pasados unos minutos. Ella se impresionó por el dolor en su voz, antes frÃa e inquebrantable. Él repitió la pregunta— ¿Para que quieres ver mi rostro? Sé que amabas a Fred. ¿Quieres seguir torturándote?
— Date la vuelta, por favor—. Dijo, despacio, como toda respuesta. Ella no habÃa pensado en eso, pero confió en su temple. Mala idea.
Y la convicción en la voz de Angelina lo convenció. Se volteó lentamente y ella se obligó a no echarse a llorar. Porque, por un momento, creyó que él le dirÃa «Â¡Sorpresa! Aquà estoy», la levantarÃa del suelo y le darÃa un beso. Pero nada de eso pasó, y lo que tenÃa en frente no tenÃa la pÃcara sonrisa, la mirada traviesa ni el pequeño lunar oscuro en la comisura izquierda da la boca. Sólo tenÃa la agonÃa marcada en sus facciones y varias cicatrices de guerra.
Lo único que logró hacer, fue acercarse despacio y abrazarlo, como si no hubiera mañana, como si no estuvieran en el cementerio, como si él no fuera George y ella no fuera Angelina. Y lloraron. Estuvieron todo el dÃa allà solos, con su tristeza. Porque George no perdió a un hermano, perdió a su gemelo. Porque Angelina no perdió a un amigo, perdió al amor de su vida. Porque, en ese instante, se necesitaban. El silencio impuesto durante todo el dÃa, fue roto por George.
— Angie, ¿Terminará alguna vez?—. Pregunta, con la voz ahogada y ronca de tanto llorar, cuando se dirigen a la salida del cementerio. Ella sabe que se refiere al sufrimiento, el sentimiento desagradable de vacÃo, la ansiedad. Pero ella no puede mentirle, pues no está segura de que eso cesará algún dÃa.
— No sé. Pero mejorará, con el tiempo—. Susurra, intentando convencerle y convencerse de eso.
Y George lo siente. Nota que hay algo más allá de Fred y su vida escolar que los une. Tal vez sea el dolor, la necesidad o el temor, eso no importa. Pero es palpable en ese silencio que se instala entre ellos, solo roto por sus respiraciones entrecortadas.
Dicen que los silencios son algo más que eso. Que significa algo más allá que la ausencia de palabras. Para George, los silencios detienen momentos y los hacen memorables. Para Angelina, los silencios preceden a la falta de aliento cuando viene algo grandioso, o son el cierre de cada capÃtulo. Pero cuando George toma la cara de Angelina con sus enormes manos, que la hacen sentir pequeñita, y la jala bruscamente hacia él, es cuando ella piensa que los silencios también pueden presagiar cosas inesperadas, indebidas o deseadas. Porque asà se siente ese beso, inesperado, indebido y deseado.
Y Angelina no sabe porqué respondió al beso. Tal vez George no fuera Fred; de hecho, eran muy diferentes. Él no tenÃa ese adorable lunar en la comisura izquierda de la boca y no tenÃa la misma forma de ser. Pero, tal vez en un tiempo, cuando supieran como reÃr o bromear —Todo eso se veÃa muy lejano ya. Una utopÃa—, cuando consiguieran superar todo —O, al menos, un poco—, cuando el lograra abrirse camino a su corazón y ella al de él, podrÃan volver a ser felices.
Pero si le preguntaran a George porqué la beso, el se quedarÃa en silencio. Tal vez haya sido porque ella le dijo que todo mejorarÃa, porque la luz de la luna la hace ver más bonita, por brindarle apoyo o porque, cuando estuvo con ella, la herida dejo de sangrar un poco. Además, también dicen que es mejor un silencio incómodo que una palabra imprudente.
Y ahora él no puede creer que el tiempo haya pasado. Que, a pesar de todo, ahora todo tenga un poco —Bastante— más de color. Que ver a Fred y a Roxanne jugando o riendo, lo hace sentir como un niño viendo las primeras chispas de su varita, como su selección en Hogwarts o haciendo su primera explosión. Que ver a Angelina aún le cause vuelcos en el estómago, como un crÃo enamorado.
A pesar de todo, el construyó su vida y logró salir adelante. Ahora, el puede mirarse en el espejo y saber que el pudo con los años, pues no son edad, son historia. Son sabidurÃa y poder. Son madurez y capacidad. Y, aunque siempre le duele ver su reflejo, a veces puede sonreÃr. Puede sonreÃr sin pensar que es Fred.
Antes era joven, ya no. Atrás dejó muchas cosas. Pero, siendo primero de abril, es momento de sentarse a recordar.
Aunque a veces duela.
Porque está cumpliendo 40 años. Ha pasado la mitad de su vida sin Fred y sigue allÃ. A casi 20 años de la batalla.
Porque ahora, él siente que todo está bien. Y sabe que Angelina piensa lo mismo.
— Adiós, Fred.
[NOTA: Este fanfic fue escrito por Clio_Pooh. Originalmente publicado en FF.net, su autora permitió su publicación en BlogHogwarts. Dibujo de los Gemelos Weasley pertenece a Prongsie. Si desean que alguno de sus fanfics, viñetas, humor pottérico, estanterÃas pottéricas sean publicadas en BlogHogwarts, envÃen un e-mail a fans@bloghogwarts.com.]