Fanfic: Albus Potter y la Varita Partida – Capítulo 10

Capítulo 10: La Varita Partida

Albus no podía entrar en la casa de Gryffindor sin la contraseña, y aunque la tuviera lo sacarían de inmediato, así que decidió con Rose hacer que James entrara en Ravenclaw: diciéndole la verdad sobre la Capa.
– ¡¿QUÉ ALBUS TIENE QUE…?! – gritó James cuando Rose le contó. Estaba enojado…
– Lo siento, pero Albus la necesitaba urgentemente, y tuve que dársela…
– Llévame con él. ¿Dónde está?
– En su habitación en Ravenclaw. Te está esperando para devolvértela.
Rose llevó a James a la Sala Común de Ravenclaw. No le fue difícil responderle al águila, considerando la genética Granger que lleva. Ya en la habitación de Albus, James vio a su hermano sentado en la cama con la Capa de Invisibilidad en sus manos.
– Aquí está tu Capa. Lo siento James.
– Te la hubiera dado si me la hubieras pedido, después de todo también es tuya, pero no era necesario que me la quitaras de esa forma.
– Lo sé, es que tenía que hacer algo rápido con ella.
– Luego hablamos de eso. Tengo que ir a practicar con mi equipo antes del juego de hoy.
– Sobre eso…
Rose cerró la puerta de la habitación con llave, y se mantuvo frente a ella para que James no pudiera salir.
– ¿Qué significa esto? – preguntó James.
– James, nos preocupa que vayas a un partido de Quidditch tan pronto. – dijo Rose.
– Es por lo de Sarah, verdad? Ya les dije que estoy bien, ahora déjenme pasar.
– Recuerda lo que papá siempre nos decía, si te dejas dominar por tus emociones mientras estás en una escoba… – dijo Albus.
– Lo se, puedes perder el control y terminar lastimándote a ti mismo o a los demás, pero les aseguro que estoy bien.
– Sé lo mucho que la querías. Durante las vacaciones solo le escribías cartas para mandárselas con tu lechuza…
– Y la vez que me quedé con ustedes durante el fin de semana, cuando la trajiiste para presentársela a tus padres, vi la forma en que la mirabas… – dijo Rose. – Tan solo dos días después de que muriera es imposible que estés bien, por más que trates de aparentarlo…
Luego de una lucha constante con sus emociones, James por fin soltó una lágrima de tristeza y añoranza.
– Si, tienen razón… Yo la amaba, y me cuesta superar lo que le pasó… – dijo James. – Pero tengo que ir al juego, no tengo otra opción.
– Si lo que te preocupa es que Gryffindor pierda, quizá eso es lo que ocurra si juegas en este estado… – dijo Rose.
– No es eso… es algo todavía más serio… supongo que merecen saber lo que ocurre.
Albus y Rose se miraron con preocupación. James siguió hablando: – Sarah no murió de un infarto, la mataron con una maldición asesina.
Los ojos de Albus y Rose se abrieron por la sorpresa de la noticia.
– No lo entiendo… – dijo Albus.
– Annie Claire, una estudiante de Hufflepuff que estaba en nuestro salón ese día, la mató durante la clase.
– Pero… ¿Por qué?… – preguntó Rose, tratando de hablar aunque le costara.
– Annie no solo resultó ser una hechicera poderosa, sino también parte de una especie de grupo religioso muggle que se infiltró en Hogwarts, y cuyo objetivo es exterminar a todos los magos. La chica lo reveló durante un interrogatorio que le hicimos McGonagall y yo.
– Entonces… ¿Qué tan grave estamos? ¿Cuántos infiltrados…?
– No estamos seguros, y por eso McGonagall me pidió que la ayudara a investigar. ¿Ahora entienden por qué debo ir al juego? A lo mejor ocurre otro ataque como éste, y tengo el deber de evitarlo. Además, será una oportunidad para atrapar a otro infiltrado.
– ¿Por qué no nos lo habías dicho antes? – preguntó Albus, todavía desconcertado.
– McGonagall me pidió que no se lo dijera a nadie por miedo a que se hiciera público, pero merecen saberlo. Son mi familia, y se que puedo confiar en ustedes.
Rose se apartó de la puerta y abrió la cerradura con un Alohomora, en señal de que James ya podía salir.
– Gracias Rose. – dijo James.
– Solo espero que sepas lo que haces. – dijo Rose.
– Descuida, tendré cuidado. Albus, quiero que te quedes con la Capa.
– Pero es tuya…
– Como dije hace poco, también eres su dueño, y creo que tu si sabrás darle un buen uso. De los dos siempre fuiste el más sensato.

Albus no dejó de pensar el resto del día en las palabras de su hermano. Sarah no murió de un infarto, la mataron con una maldición… una especie de grupo religioso muggle que se infiltró… exterminar a todos los magos… a lo mejor ocurre otro ataque… La mente de Albus se convirtió en un desorden de pensamientos. ¿Cuántos serán? ¿En qué momento atacarán? ¿Por qué ahora? ¿Qué tienen contra los magos? Muchas preguntas, y nadie que las respondiera.
Albus, Boggart y Scorpius iban a aprovechar el clásico de Quidditch Gryffindor/Slytherin para ir al puente del embarcadero sin que nadie lo notara. Albus tenía puesto su traje de baño para la ocasión.
– Muy bien, ustedes quédense vigilando. – dijo Albus. – Si alguien se acerca, lanzen una piedra al lago.
– ¿Como cuánto tiempo tiene para volver a subir? – preguntó Scorpius.
– Pues no soy un experto en plantas, aunque ALGUIEN me hiciera fingir serlo, pero diría que unos diez minutos. – dijo Boggart.
Albus se paró en el borde del puente, con la Branquialga en una mano, y su corazón en la otra. En cuestión de segundos, se comió la planta de horrible sabor, y se lanzó al agua.
Debajo de la superficie, le salieron a Albus las aletas y las branquias. Era una sensación extraña el poder respirar en el agua. Cuando la transformación se vio completa, Albus comenzó a bajar hacia lo profundo.
Le tomó dos minutos de nado llegar a la arena. Albus buscó y cavó donde pudo, tratando de recordar donde estaba la varita en su sueño. De repente, sintió que algo lo estaba llamando. Era como si un pensamiento ajeno le dijera “Ven, te estoy esperando.”
Albus fue guiado hasta un sitio sin nada sobresaliente que lo diferenciara del resto de la arena. Sin embargo, al cavar un poco, Albus encontró aquello que buscaba: Dos trozos de madera de Saúco, con un núcleo roto de pelo de Thestral. Al juntar las partes, Albus calculó que medía al menos unos treinta y cuatro centímetros. A pesar de su estado actual, los ojos de Albus estaban maravillados con la varita, y con el poder que sentía al sostenerla.
Albus volvió a subir a la superficie a tiempo, pues al momento de recibir el aire en sus pulmones, el efecto de las Branquialgas se agotó. Scorpius y Boggart subieron a su amigo jalando de una cuerda.
– ¡Chicos, tienen que verla! – decía Albus emocionado.
– ¿En verdad la encontraste? – preguntó Scorpius.
– Supongo que no estoy loco después de todo. – Albus le mostró a sus amigos el hallazgo: Los trozos de la Varita Partida de Saúco.
– ¡No puede ser! – exclamó Boggart. – ¡La encontraste! ¡Esta es! ¡La varita más poderosa del mundo!
– La cual, ha pesar de todo, es inútil por estar rota de esa forma. – dijo Scorpius. – Supongo que la conservaremos como recuerdo.
– No necesariamente. – dijo Albus, con un brillo en los ojos y una sonrisa que lo delataba. – Se ve mal, pero… con las herramientas adecuadas y algunos materiales podría… repararla.
– Un momento, una varita en este estado es imposible de reparar. – dijo Boggart. – Ni siquiera el propio Ollivander podría hacerlo.
– Te olvidas de quien fue su alumno estrella. Será difícil, pero no es imposible.
Albus olvidó todas sus preocupaciones, a Sarah, a Annie Claire, a los infiltrados, a su hermano… Su mente estaba maravillada y concentrada en este nuevo proyecto que estaba por comenzar.

Después de un largo juego, Gryffindor ganó gracias a que James atrapó la snitch. Mientras gran parte del estadio celebraba la victoria, un jugador de Slytherin sacó una varita debajo de su manga, apuntó hacia un chico de Gryffindor, y gritó: – ¡AVADA KEDAVRA!
El joven Jake Ford, un prometedor golpeador de segundo año, cayó muerto sobre el cesped de la cancha. El público corrió aterrorizado de las gradas, presa del miedo. Mientras tanto el chico de Slytherin, Robert Flint, siguió lanzando a diestra y siniestra la maldición asesina, matando a cuanto jugador estuviera a su alcance. Todos los que todavía estaban en su escoba salieron volando, a excepción de James, quien también tenía oculta su varita bajo la manga. En cuanto Robert vio al capitán y buscador de Gryffindor acercándose, apuntó su varita hacia él y dijo: ¡Avada Kedavra!
– ¡Expelliarmus! – gritó James. El choque entre ambos hechizos empujó las escobas, pero los dos mantuvieron el ataque hacia el otro. A pesar de todo su esfuerzo, James no era tan poderoso como Robert, y poco a poco se veía como el rayo verde del Avada Kedavra iba venciendo a su contrahechizo. Parecía que el destino de James estaba decidido, hasta que…
– ¡LEVICORPUS! – gritó Leopold Howlett, el capitán del equipo de Slytherin, quien desde su escoba hizo que Robert colgara en el aire sobre sus tobillos, y le salvó la vida a James. Robert cayó al suelo del campo cuando Leopold lo soltó, y al tratar de pararse fue rodeado por un grupo de jugadores de Gryffindor y Slytherin, cada uno apuntándolo con su varita.
– Pensé que yo era el único con una varita bajo la manga. – dijo James.
– Lo eras, pero McGonagall estaba en el público, y junto con otros profesores nos dieron nuestras varitas durante el desorden. – dijo Leopold.
Robert vio la situación en la que se encontraba, pero solo soltó una pequeña risa inquietante, y gritó: – ¡MUY PRONTO, USTEDES LOS DEMONIOS SERÁN CONSUMIDOS POR EL FUEGO DE DRAGÓN!
Robert sacó de su bolsillo un ojo de basilisco, y lo alzó sobre su cabeza. Tres de los que lo rodeaban murieron petrificados, pero el resto se tapó los ojos a tiempo. A continuación, Robert puso el ojo frente a su mirada, y se suicidó.
– ¿Cúantos…? – preguntó James, dominado por el miedo.
– Tres de Gryffindor y tres de Slytherin murieron el día de hoy. – dijo Leopold. – Nunca pensé que Robert fuera capaz de esto, pero… ¿Por qué?


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