1 de septiembre del 2017
Asà como hacÃa veintiséis años el Sombrero Seleccionador le habÃa propuesto a su padre colocarlo en Slytherin, nuevamente un Potter era aconsejado el ser asignado a esa casa. El primer impulso del joven Albus Severus fue poner resistencia al consejo, sin embargo, recordando las palabras de su padre sobre grandes magos que habÃan pertenecido a Slytherin y que él mismo, de no haber estado parcializado, habrÃa sido asignado a esa casa, el joven Albus decidió, simplemente, abandonarse a la sabidurÃa del viejo sombrero. Contuvo la respiración y cerró los ojos con fuerza un segundo antes de que el sombrero exclamara:
–¡¡¡¡SLYTHERIN!!!!
Albus Severus abrió los ojos y se encontró con centenas de ojos observándolo con sorpresa. Los de la mesa de Slytherin aplaudieron y varios se levantaron para recibir al joven mago. Mientras se dirigÃa hacia la mesa de su nueva casa, las miradas de Albus Severus y de James Sirius se cruzaron. Albus tuvo miedo de detectar decepción en los ojos de su hermano mayor, un Gryffindor, sin embargo, lo vio aplaudir y hacer una inclinación de cabeza como diciéndole que todo estaba bien y que se sentÃa orgulloso. Albus le dedicó una débil sonrisa a su hermano mayor y llegó a su mesa, donde varios Slytherin lo recibieron con un fuerte apretón de manos y varios «Â¡bienvenido!». Ocupó un asiento en el banco justo frente al joven Scorpius. Albus habÃa escuchado de boca de Ron Weasley y de su padre varias historias de sus andanzas por el colegio en las que Malfoy ocupaba un espacio siempre negativo. Bien pudo haber sido asignado a Slytherin, pero Albus no tenÃa las más mÃnimas intenciones de entablar amistad con Scorpius. Escuchó al sombrero exclamar «Â¡Gryffindor!». Volteó a ver a los Gryffindor aplaudir y saludar a la joven que acababa de ser asignada a esa casa de valientes. Vio a su hermano estrecharle la mano, le dedicó una mirada general a la mesa de la casa que pudo haber sido la suya y se sintió solo e, incluso, arrepentido de no haberle pedido al sombrero que no lo colocara en Slytherin. Suspiró con resignación.
–Deseas haber sido un Gryffindor –escuchó que una voz que arrastraba las palabras le decÃa.
Albus dirigió su mirada hacia la voz y vio al joven Scorpius observándolo. Bajó la mirada y asintió, no sin algo de vergüenza y reservas.
–El sombrero no se equivoca –continuó Scorpius–. Si te asignaron a esta casa es porque perteneces a esta casa y puedes lograr grandes cosas en ella. Entiendo que toda tu familia ha sido Gryffindor, tanto por tu lado Potter como por tu lado Weasley y quizá eso te haga sentir como la oveja negra… y quizá lo seas, pero no hay nada de malo en eso.
Albus se limitó a esbozar una débil sonrisa.
La comida no tardó en aparecer sobre las cuatro mesas y el joven Albus, que no se habÃa dado cuenta del hambre que sentÃa, olvidó por unos minutos su sensación de soledad y cierta tristeza para dedicarse a comer con todas las ansias que su hambre le dictaba.
Un factor que para Albus fue chocante era el hecho de que la sala común de Slytherin estaba ubicada en las mazmorras del castillo. Imaginaba a los Gryffindor en su torre, con sus ventanas y su vista al cielo y a los jardines del castillo. Mientras que él se encontraba en las frÃas mazmorras, solo, rodeado de magos y brujas que no conocÃa. Decidió ir a la habitación de los chicos y desempacar.
La habitación estaba vacÃa. QuerÃa sentarse junto a una ventana, pero todo eran piedras, y frÃo y penumbra. Siempre habÃa escuchado la historia sobre el dÃa en que su padre y Hermione habÃan rescatado a Sirius y a Buckbeak con ayuda del giratiempo. Deseaba tanto un giratiempo en ese momento. QuerÃa volver al Gran Comedor, querÃa escuchar su nombre y, como su padre, pedir que no lo colocaran en Slytherin. SabÃa que estaba perdiendo el tiempo en estas cavilaciones, sabÃa que ya no habÃa absolutamente nada que hacer, pero aún asÃ, no podÃa evitar adentrarse en ellas con todo el arrepentimiento y obsesión que un niño de su edad es capaz de sentir.
…
Se despertó primero que sus compañeros. Asumió que aún estaba oscuro, pero no tenÃa cómo saberlo. Se vistió como pudo en la oscuridad y salió, pues no querÃa estar allÃ. Vio su reflejo en un espejo y suspiró con tristeza y frustración ante la visión de su corbata verde con plateado.
«Algún dÃa estos colores me van a llenar de orgullo… ¿verdad?» dijo para sà aún mirándose a través del espejo.
Mientras descendÃa las escaleras rumbo al Gran Comedor, pudo escuchar a algunos de los personajes de los cuadros que decoraban las paredes del castillo murmurar sobre él. Logró escuchar claramente a uno decir:
–El hijo de Harry Potter en Slytherin, ¿será que no estamos del todo libres del legado de Voldemort? Quizá algo de Voldemort pasó del padre al hijo.
Albus fingió no haber escuchado nada, simplemente pasó rápido y con la cabeza baja.
Fue uno de los primeros en llegar al Gran Comedor. Se dirigió a la mesa de Slytherin, pero con la vista siempre entre la puerta y la mesa de Gryffindor por si su hermano o alguno de sus primos aparecÃa. Poco a poco el Gran Comedor se fue llenando. Al ver a su hermano aparecer en el umbral de la puerta, seguido por Rose y Hugo, Albus se levantó de un salto y fue a saludarlos. Los tres lo saludaron muy alegres, felices de estar en Hogwarts y muy emocionados por sus clases. Albus también estaba emocionado por ver Defensa contra las artes oscuras, asà como por aprender a montar una escoba. Trató de enfocarse en estos futuros sucesos y de aferrarse a la esperanza de que, algún dÃa, dirÃa con alegrÃa «soy un Slytherin». QuerÃa desayunar junto a su hermano y a sus primos, pero sabÃa que no podÃa, asà que, resignado, se despidió y se fue a la mesa de Slytherin a sentarse junto a algún compañero de primer año para intentar hacer algún amigo. Intercambió algunas palabras con algunos de sus compañeros.
«Poco a poco» pensó.
Involuntariamente, dirigió su mirada, otra vez, hacia la mesa de Gryffindor. SabÃa que esta conducta era totalmente errónea, pero su sentimiento de arrepentimiento era demasiado fuerte como para lograr ignorarlo el primer dÃa. Un ruido lo obligó a levantar la cabeza y vio una bandada de lechuzas volar bajo el techo de la estancia. Antes de que pudiera darse cuenta, un sobre habÃa sido depositado en sus manos. Era para él, de parte de su padre. Albus lo abrió rápidamente. Al ver la caligrafÃa de su padre sonrió. Es increÃble como en los momentos de mayor soledad, algo tan simple como una letra conocida puede traer sosiego. En la carta, Harry le decÃa:
Querido Albus Severus:
¡Felicitaciones! Como te dije en la estación, Slytherin acaba de ganar un gran mago. Hijo, no existen palabras que puedan expresar el orgullo que siento por que hayas sido asignado a Slytherin. Perteneces a una casa de gente que posee una voluntad y determinación inmensas a la hora de querer alcanzar sus metas y ambas son cualidades envidiables y completamente necesarias en la vida. Por otro lado, estoy orgulloso por tu valentÃa. Bien sabes que habrÃas pedido pedirle al sombrero que no te colocara en Slytherin y, lo más probable, es que te hubiera colocado en Gryffindor y, no te niego, todo hubiera sido muy fácil. Pero, hijo, decidiste confiar en la experiencia y aceptar el camino asignado sabiendo que podÃa ser más difÃcil y, por eso, tienes todo mi respeto y toda mi admiración.
Albus, hablándote con toda la sinceridad , Slytherin es una casa que necesita de magos como tú. Magos con un alma pura y dispuesta a darlo todo por el bien y por sus metas. No puedo sino darte las gracias por asumir el reto que yo a tu edad no quise asumir. Mi orgullo como padre no cabe en mi pecho. Por supuesto, fui muy feliz en Gryffindor y, viendo cómo se ha desarrollado todo, la verdad es que creo que tomé la decisión correcta. Pero, hijo, nada podrá convencerme de que ayer tú también tomaste la decisión correcta.
Aprende, diviértete, estudia, haz amigos y ve a los partidos de Quidditch. Sigue las reglas, rompe algunas, explora el castillo, haz todos los amigos que puedas, hay gente valiosa en todas las casas.
Te prometo que vas a ser muy feliz.
Sinceramente,
tu padre.
Â
Albus tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimir las lágrimas que sentÃa detrás de sus ojos. Cerró la carta y, tras levantar la cabeza, dirigió una mirada al Gran Comedor. Observó su mesa y a sus compañeros. Sonrió y supo que todo iba a estar bien.