Por: Victoria Perrotti
Era noche de recuerdos. Harry, luego de comer habÃa subido hasta el despacho de Dumbledore, oculto detrás de la gárgola para asistir a una de sus clases particulares con el anciano profesor.
Cuando hubo arribado, tocó la puerta con aldaba de bronce y una voz desde adentro dijo, serena pero cansadamente, “pasaâ€, por lo que el muchacho pasó a la habitación y la cerró detrás de sÃ.
-Buenas noches, profesor –saludó al entrar a la oficina de Dumbledore
-Buenas noches, Harry
El muchacho echó un vistazo; el despacho circular presentaba el mismo aspecto de siempre, los retratos de antiguos directores y directoras de Hogwarts colgados, los armarios de pie y la amplia biblioteca repleta de libros recubriendo las paredes de piedra, las mesas de delgadas patas con sus extravagantes instrumentos de plata zumbando y chasqueando, y la mesa, detrás de la cual se hallaba sentado Dumbledore, quien le ofreció una silla. Al sentarse, delante del escritorio, observó el pensadero, y dos botellitas transparentes que contenÃan recuerdos arremolinados y cristalinos.
-Bueno, Harry. Ahora veremos dos recuerdos bastante importantes. Ya lo entenderás luego –dijo mirando a Harry por encima de sus anteojos de medialuna. – Tú primero.
Luego de haber terminado de ver los recuerdos de Hokey y del mismo Dumbledore, y de haber sacado conclusiones, Harry se marchó a la torre de Gryffindor, en el séptimo piso. Pero Dumbledore seguÃa esperando visitas.
Al cabo de unos minutos, tocaron nuevamente la puerta. Y el anciano profesor respondió “pasaâ€. El que entró a la habitación esta vez fue Snape, ataviado con su larga túnica y con sus dos cortinas de cabello negro y grasiento a los costados de la cara.
-Ah, Severus. Justo a la hora que calculé –dijo Dumbledore.- Siéntate, por favor- indicó, señalando con la mano chamuscada el asiento que Harry habÃa dejado libre unos minutos antes.
-Buenas noches, señor. – contestó mientras se sentaba -Me encontré con Potter en el camino. ¿Estuvo con usted?
-SÃ, lo estuve instruyendo sobre el arte de atarse las agujetas –dijo Dumbledore sin darle importancia, y le sonrió a Snape.- Ese muchacho realmente necesitaba a alguien que se enseñase. Bueno, ahora podremos proceder…
-No soy estúpido, Dumbledore. Por qué no me dice lo que hace usted con Potter cundo se encierran por las noches aquÃ.
-Severus, ya hemos hablado de esto. Es un asunto de Harry y mÃo, no hay nada de lo que debas preocuparte.
-¿Usted confÃa en mÃ?
-Por supuesto que sÃ, sino, no te hubiera encomendado la gran tarea de vigilar a…
-Entonces, si como usted dice, soy digno de confianza, ¿por qué no me lo dice? Siento que están tramando algo y…
-¿Y qué? -Dumbledore arqueó las cejas – Severus, ya he sido bastante tolerante en este punto. No te olvides de que eres un doble espÃa…
-¡Porque usted me lo encomendó! ¡Es por usted! Pretende que lo mate y no me quiere revelar sus proyectos, quizá yo pueda ayudarlo…
-SÃ, ya lo sé, Severus. Pero si yo te contara lo que hacemos Harry y yo, Lord Voldemort podrÃa leer tu mente y desbaratar nuestros planes.
-¡Ah! O sea que sà están planeando algo; y es en contra del Innombrable.
-Ya basta. Te imploro que te olvides de ese tema, ya que aquà hoy, te cité para analizar otra cuestión.
Snape, que se habÃa quedado con deseos de discutir y cuestionar el comportamiento del anciano profesor, sólo asintió con la cabeza.
-Resulta que pasará algo muy grave cuando muera. Es… un tema muy delicado… debemos tratarlo con cautela.
-Bueno, basta de intrigas por favor, Dumbledore –protestó el antiguo profesor de pociones. El anciano hizo caso omiso de ese comentario y se levantó para dirigirse hacia uno de los armarios incrustados en la pared con tapiz escarlata. Abrió un cajón y se quedó quieto, contemplando lo que sea que hubiere en su interior. A Snape lo perturbó un poco, el extraño comportamiento del director. ¿Qué podrÃa haber allà dentro como para que Dumbledore se quedara atontado, mirándolo? TendrÃa que ser algo muy tenebroso o de mucho aprecio. Pasados unos segundos, introdujo la mano izquierda en el cajón y sacó una bolsa de terciopelo que, por cómo se abultaba, parecÃa tener una caja en su interior. Dumbledore volvió a su asiento y depositó el envoltorio sobre el escritorio.
Snape no sabÃa qué pensar. ¿Acaso el director lo habÃa dejado allà para que él lo abriese? ¿O sólo querÃa que lo contemplara como él lo hacÃa? Ya no aguantó más y preguntó:
-Señor, esto me parece muy extraño. ¿Qué le sucede? ¿Qué hay allà adentro? ¿Es peligroso? Por favor, contésteme –le pidió con gesto de súplica, al ver que Dumbledore no se movÃa, ni le contestaba, sólo tenÃa la mirada clavada en el bulto de terciopelo.
Desesperado, el profesor de defensa contra las artes oscuras asió la bolsita de terciopelo bordó y observó lo que yacÃa dentro. HabÃa una caja. La sacó y miró de reojo a Dumbledore quien, habÃa seguido el trayecto del bulto con sus centellantes ojos azules; era una caja poco común. No tenÃa una abertura en la mitad para abrirla, ni cerrojo, ni nada. Decidió que lo mejor serÃa usar la magia.
-¡Specialis revelio!
La caja de color caoba se iluminó y Snape la depositó en el escritorio. Luego, comenzó a abrirse por la mitad de forma vertical, muy lentamente. Cuando por fin se separaron los dos costados, una muñequita de porcelana con tutú rosado, de unos cinco centÃmetros de alto salió, acompañada de un humo tan negro que a Snape lo costó divisar a primera vista la misma. Era una caja musical.
El profesor observó inquisitivamente a Dumbledore, esperando instrucciones o algo parecido. Pasados unos segundos, descubrió, por el color de los ojos, que el anciano estaba hechizado. Se levantó y gritó:
-¡Rennervate! Por favor, señor… -y una luz plateada surgió de su varita que golpeó a Dumbledore en el medio del pecho, haciendo que éste recobrara el movimiento.
-Gracias, Severus –suspiró.
-¡Lo lamento tanto, señor! ¡Fui un idiota! No me dà cuenta, en serio…
-Está bien, Severus. Todos cometemos errores. No te preocupes –lo tranquilizó Dumbledore levantando sus manos. –Y ahora, –añadió y adoptó un aire solemne – debemos concentrarnos en esto –y desvió la mirada hacia la caja musical.
-Pero, señor, espere… ¿Cómo puede ser?, ¿qué ha pasado?
-Todo a su debido tiempo, Severus. Ahora, por favor, veamos este asunto.
Snape también desvió la mirada hacia la caja musical, pero de reojo miraba a Dumbledore por si se hechizaba nuevamente.
-Ya no puede pasar nada más, Severus; no te preocupes –le dijo el anciano profesor. Al parecer, habÃa empleado la legeremancia con él. –Bueno, ¿sabes qué es?
El antiguo profesor de pociones observó con cautela el objeto, y pasados unos minutos, negó con la cabeza.
-Es un horrocrux, amigo mÃo –sentenció Dumbledore tranquilamente, como si le estuviera dando el análisis del clima.
-Dumbledore, es un tema prohibido aquà –dijo Snape con voz queda y mirando hacia todos lados, temiendo que alguien pudiera escucharlos.
-Está bien, Severus. Puse unos hechizos antes de que tú entraras –le respondió. –Y en cuanto a ellos –añadió mirando los cuadros de antiguos directores y directoras que colgaban de las paredes del despacho- tampoco nos pueden oÃr. –La cara de Snape se relajó, pero acto seguido miró nuevamente al objeto, horrorizado.
-Pero, –inquirió tartamudo -¿de quién es?
-MÃo –contestó serenamente Dumbedore.
-¡No! –y se levantó de su silla como un rayo -¡No! ¡Usted no pudo!
-Severus, necesito que te calmes –lo interrumpió.-Es mi horrocrux, pero no lo creé yo.
Snape se horrorizó nuevamente al tratar de descifrar cómo podÃan hacerle un horrocrux a una persona. ¡Era imposible! Lo tenÃa que hacer él mismo, él debÃa matar, y él debÃa… Tuvo una idea. Trató de leer los pensamientos de Dumbledore, cuya sonrisa se habÃa desdibujado del rostro; pero éste, siendo un gran oclumántico, los ocultó.
-Sé lo que piensas. Pero te aseguro que no es lo que estás especulando. –Dumbledore respiró –Ese horrocrux, me lo hizo Gellert Grindelwald. – El director tenÃa temporalmente petrificado a Snape; lo miraba aterrado, y con los ojos tan abiertos que parecÃa como si fueran a absorberse todo el universo.
-Verás, –continuó – la noche… en que mi hermana murió… Ariana… -sus ojos se perdieron. Snape reparó en que al director se le habÃan humedecido los ojos; por lo que creyó oportuno desviar la mirada de esos ojos azules. Tomó la mano de Dumbledore, que se hallaba encima del escritorio y la apretó, en señal de consuelo.
-Eres muy amable, Severus –y éste levantó la mirada.- Bueno, esa noche… no sabemos cuál de los dos mató a Ariana, pero luego del impacto a Gellert se le partió la varita, y yo… bueno yo estaba destrozado, y no me di cuenta de que él tomó mi varita y salió corriendo. Yo me quedé gritando, suplicándole que volviera… Pero no lo hizo, y se habÃa llevado mi varita.
>> Años después, como todos bien saben(disculpa mi modestia) derroté a Grindelwald, sacándole la varita que tenÃa en ese momento, pero no era la mÃa, sino la de Sauco, una de las tres reliquias de la Muerte. De modo que, tomé mi nueva varita y salà en busca de la anterior. Era muy especial, ¿sabes? QuerÃa al menos, conservarla, como un recuerdo. La encontré en una cabaña, cerca de la prisión de Grindelwald. Al principio, me pareció inusual que la hubiese ocultado allÃ, tan cerca de un lugar odiado por él. TemÃa encontrarme con algo raro por eso, y de hecho, asà fue. La choza tenÃa muchos hechizos protectores y anti-intrusos, pero logré superarlos. Mi antigua varita se encontraba en el centro, suspendida en el aire. Sin pensar en lo que hacÃa sólo la tomé y sentà como que algo se habÃa desprendido de mÃ. Miré para todos lados y todo seguÃa igual, de modo que salà triunfante de ese lugar, pero algo contrariado.
Los siguientes dÃas me sentà desganado, sin poderes y deprimido. Entonces ahà fue cuando me dà cuenta, me faltaba algo, me faltaba un trozo de mi alma.
Preocupado, comencé a indagar sobre los horrocruxes, y simplemente resultaba imposible. Yo no habÃa matado y no habÃa hecho el conjuro necesario. HabÃa cabos sueltos, ¡era imposible! Pero luego, recordé la sensación que habÃa sentido cuando toqué mi antigua varita. Ella misma contenÃa el hechizo.
-Pero, con respecto al acto maligno… usted no habÃa matado… -razonó Snape, quien habÃa estado callado durante todo el relato.
-Y, con respecto a eso. Yo no maté, pero Grindelwald sÃ.
-Disculpe, pero no comprendo, el mago realiza el asesinato, es decir, la varita lo ejecuta, pero… pero el alma del mago se divide, no la varita, ¿cómo es posible…? ¡Las varitas no tienen alma!
-Ya te lo explico, Severus –lo interrumpió Dumbledore. – Era allà donde todos mis cálculos concluÃan, se desmoronaban, y no tenÃa salida; pero luego descubrà que tenÃa razón.
>> En este caso, la varita se dividió, Severus, en dos. Una parte respondÃa a mÃ, y la otra a Gellert. Cuando Grindelwald robó la mÃa, ésta no lo reconoció como su nuevo amo y, naturalmente, no le funcionó correctamente durante los meses que la tuvo en su poder. Por eso, y por sus planes(nuestros planes, en el pasado) salió a buscar la Varita de Sauco. Aún asÃ, no contento con tenerla, decidió tenderme una trampa con mi propia varita. Él sabÃa que la anterior (la mÃa), no le funcionaba bien porque todavÃa respondÃa a mÃ. Por eso, cometió un asesinato, y la varita, al no reconocerlo como su amo, se fraccionó, y también mi alma, por haber tenido una conexión con ella. Entonces, aprovechó esta ventaja y me creó un horrocrux; pero lo hizo en el sentido contrario, es decir, no fue con la intención de proporcionarme una nueva oportunidad luego de abandonar el fragmento de alma que reside en mi cuerpo, sino para restarme una vida. Cuando muriera, no podrÃa evolucionar, me faltarÃa esa parte para completarme, tanto en la vida como en la muerte; pero Grindelwald no tuvo en cuenta que yo ya no la necesitaba, pues ya no me reencarnaré en otro cuerpo, ya he vivido todo lo que debÃa, simplemente pasaré a formar parte la de energÃa del todo, el Universo no desperdicia nada.
-Pero, sigo sin entender, ¿no tendrÃa que ser su horrocrux la varita entonces? ¿A dónde fue a parar la mitad de su alma sino? –preguntó Snape preocupado por encontrar las palabras correctas y con sentido.
-El otro fragmento de mi alma, pasó a este objeto –y miró la caja musical.- Grindelwald utilizó un hechizo para que, cuando ocurriera el desprendimiento, mi fragmento fuera directamente a ella.
>> La varita nunca pudo haber sido un horrocrux, Severus; dados los componentes de ésta. Si alguien intentara hacer uno con una varita, los resultados serÃan catastróficos. En primer lugar, la persona morirÃa, y en segundo, también el alma desaparecerÃa.
Mi varita se dividió sólo porque respondÃa a mÃ, hacÃa lo mismo que yo,(sé que te parecerá raro) y mi alma, que estaba conectada con el núcleo de aquella, se dividió por todo lo que te he explicado. La mitad de la varita que respondÃa a mà no creó un horrocrux para ella; y la parte obediente a Grindelwald sólo sirvió como vehÃculo para quitarme el fragmento de alma y depositarlo en esta pequeña cajita.
Entonces, Severus, te he citado esta noche para pedirte que, cuando haya muerto, presiones el botón para encender la música, y asà mi fragmento de alma se habrá liberado.
-¿En forma de música? –Dumbledore asintió con la cabeza. –Bueno, -emitió un largo suspiro – ¿eso es todo?
-Me temo que sÃ, Severus –respondió mientras cerraba la caja musical con un movimiento de varita. –Debes saber que valoro muchÃsimo esto que haces, de verdad. –Snape se levantó, tomó la caja y miró a Dumbledore. Éste lo imitó y lo abrazó fuertemente. Se miraron por unos instantes y luego el antiguo profesor de pociones giró hacia la puerta y se dirigió a ella, haciendo ondular su larga capa negra. Cuando llegó al umbral, miró de reojo al despacho y luego cerró la puerta detrás de sÃ.
Dumbledore se sentó nuevamente en su silla. TenÃa la mirada perdida, pero en dirección a la puerta por la que Harry habÃa salido y Snape habÃa acabado de cerrar.
Él no lo relató, nadie sabÃa, excepto ellos dos. AgradecÃa que Snape no hubiera preguntado por qué Grindelwald habÃa escogido una caja musical para conservar el fragmento de alma de Dumbledore. Se debÃa a que, muchos años antes, su amado Gellert se la habÃa regalado, con el motivo de que siempre lo tuviera en su corazón.