Por: Alega Dathe
Lily acusa al destino de semejante trastada.
Aceptó que fuera él, ese chico pálido y rubio, quien le mostrara su nueva casa. Él se ofreció a guiarla por el Castillo y ella asintió, tomándole del brazo y apremiándole para encaminarse por los pasillos que tanto habÃa deseado recorrer. La guió, subiendo y bajando por las escaleras, entrando por pasadizos secretos y descubriendo las maravillas que siempre imaginó.
Se despidieron con un beso en la mejilla y la promesa de un próximo encuentro. Lily se lo habÃa hecho prometer. Ni siquiera preguntó su nombre, pero si grabó la apariencia del chico. Pálido como la nieve que cae en invierno, de cabellos rubios como el sol que ansÃa por las mañanas –y que no le llega, porque en las mazmorras no hay ventanas-, labios rojos como el escudo de la casa de sus padres, ojos verdes como su propia casa; brillantes, acogedores.
Lily acusa a todo el mundo menos a ella de que le haya pasado aquello. A sus padres, por jamás prepararla a lo que ahora se enfrenta; a sus hermanos, por dejarla abandonada en la casa contraria para que se adaptara sola; al Sombrero, por creer que es más astuta y ambiciosa que inteligente, trabajadora y valiente; a él mismo, por ser tan sutil como para hacerla caer en sus labios antes de que ella se pudiera dar cuenta de lo que ocurre entre ellos.
Cuando oyó su nombre, Lily olvidó lo que le habÃan hablado sobre ellos, se olvidó de antiguas enemistades y del odio que una vez existió y que ahora sólo quedan las cenizas; un trato frÃo y falsa cordialidad. Porque ahora con ese nombre sólo existÃa un chico y nada más. Scorpius Malfoy.
Él la ayudó a acostumbrarse a su nueva casa. ¿Por qué? Lily no se lo preguntó hasta mucho después, y la razón fue tan simple y tan sincera, que se alegró y desilusionó a la vez. “Somos compañeros¿cierto?â€. Amigos. SÃ, lo eran.
Los amigos siempre están allà para ellos. Pero los amigos no se quieren ni se desean como Lily quiere y desea a Scorpius. Y, ahora que el destino le ha abierto los ojos, se siente mal por haberlo propiciado.
Porque Scorpius le ha dado todo sin pedir mucho a cambio. Y ella a la larga le ha pedido más y más; no sabe si está bien o mal o qué coño quiere el destino que haga.
James observa preocupado cómo ella y Scorpius están cada dÃa más unidos. Le advierte de los rumores, de todo lo que hablan y dejan de hablar, de los chismes y comentarios que vuelan por todo el castillo. Albus sólo le dice que se cuide y ya. No se mete, porque no es su asunto y conoce a Scorpius y lo que quiere. Lily, al oÃrlo, quiere saber qué es lo que Scorpius quiere.
Se lo imaginaba, pero querÃa oÃrlo salir de sus labios.
“Pregúntale, entonces†zanjó el asunto Daniel Nott, el primo de Scorpius, al consultarle.
Era tan sencillo que le daba miedo.
El destino propició que a ambos se les hiciera tarde esa noche, Scorpius volvÃa de sus prácticas de quidditch y Lily salÃa de la biblioteca, casi corriendo. Se encontraron en una encrucijada, las escaleras que bajaban a las mazmorras cerca de ellos.
Y tuvo que hacerlo, las ganas, la impaciencia y el hecho de no saber podÃan con ella.
Lily acusa el destino. No es su intención enamorarse, pero asà ha sido. No es su intención esperar nerviosa la respuesta de Scorpius pero asà es.
Scorpius entreabre los labios. Lily espera, ansÃa.
—Te quiero a ti, Potter. —Es un susurro que ocasiona que el fuego en el interior de Lily arda, que marca el principio del mundo y el fin de otro—. No me mal entiendas, tampoco es que me haya acercado a ti solo por…
Pero el destino, ella, necesita hacerlo callar. Coloca un dedo en sus labios y lo mira, firmemente. Cree que sus labios tiemblan al hablar.
—Soy Lily, chico Malfoy. Y no me interesa entenderte. —SonrÃe, pÃcara, esa sonrisa que hace que Scorpius asienta y sea en esos segundos el centro del universo—. ¿SaldrÃas conmigo a Hogmeade, entonces?
Una invitación, un comienzo con un diferente ángulo.
—Ya hemos salido juntos —le aclara Scorpius.
—Formalmente.
—Oh… —Scorpius finge vacilar y ante el ligero pisotón que le da Lily, rÃe y se sonroja a la vez. Ella queda absorta por el rojo en sus mejillas y esos labios que se curvan leves y suaves—. Acepto, Lily Potter.