1933
El verano se habÃa ido definitivamente, siendo reemplazado por el otoño de forma casi imperceptible. Los terrenos de Hogwarts estaban ahora cubiertos de hojas secas que producÃan un agradable crujido al caminar sobre ellas. Lo único que lamentaba el profesor Albus Dumbledore era tener que pasarse casi todo el dÃa encerrado en el colegio en vez de poder salir a disfrutar de las temperaturas frescas, pero no frÃas, que solÃan predominar. A veces deseaba enseñar una materia que se diese al aire libre, como Cuidado de Criaturas Mágicas o HerbologÃa o incluso Vuelo. Pero en el fondo le gustaba dar Transfiguraciones, pues ponÃa más a prueba sus dotes pedagógicas que las demás materias. Enseñar a los jovenes magos y brujas a transformar objetos o seres vivos era un desafÃo, pero uno al que se entregaba gustoso.
Dumbledore, de cincuenta y dos años, habÃa sido contratado en los tiempos de Phineas Nigellus Black, y cuando el anciano y muy poco querido director murió en 1925 muchos miembros del Consejo Escolar habÃan querido nombrarlo a él como su reemplazante, pero finalmente se habÃa optado por Armando Dippet, el profesor de Encantamientos. Dumbledore no operó ni para conseguir el cargo ni para que se lo diesen a otro; se llevaba bien con Dippet y no tenÃa gran interés en ser director. Si le entregaban el puesto, lo aceptarÃa.
El profesor tenÃa un pequeño despacho ubicado al lado del salón donde daba sus clases, y casi siempre se quedaba allà hasta tarde leyendo y escuchando música en un tocadiscos muggle que hacÃa funcionar con magia. Le encantaba el Concierto en Fa Menor de Bach, en especial su segundo movimiento. Era un hábito suyo oÃr ese disco justo antes de cerrar el libro de turno y retirarse a su austero y casi monacal dormitorio.
Era justamente ese Concierto de Bach y ese segundo movimiento el que el profesor Dumbledore estaba escuchando en una lluviosa noche de otoño en 1933 cuando alguien golpeó suavemente la puerta. Intrigado -ya eran casi las dos de la mañana-, Dumbledore se puso de pie y abrió la puerta.
-Buenas noches, Albus -lo saludó el hombre rubio de cincuenta años que esperaba afuera-. ¿Puedo pasar?
El rostro de Dumbledore permaneció impasible. Solo sus ojos se abrieron un poco más al ver a su antiguo amigo Gellert Grindelwald.
-Por supuesto, ministro Grindelwald. Adelante.
El ministro de la Magia alemán entró a la oficina de Dumbledore, observando el lugar con un brillo irónico en la mirada.
-Vaya, Albus, sà que has llegado lejos -comentó, sonriente.
-No es una oficina tan lujosa como debe ser la suya, ministro, pero es bastante cómoda.
-Y veo que tus gustos no han cambiado, viejo amigo: golosinas muggles y Bach -dijo, señalando el platito lleno de caramelos que descansaba sobre el escritorio, entre los libros.
-¿Quiere uno? -preguntó Dumbledore mientras se sentaba en su sillón y le indicaba a Grindelwald que se sentara en una de las sillas.
-No, gracias, Albus, sabes que nunca he sido muy aficionado a los dulces.
Los dos hombres se quedaron durante un rato en silencio, escuchando el sonido de la lluvia al caer.
-Lo felicito por la elección como canciller de su aliado, el señor Hitler -dijo Dumbledore finalmente.
-Gracias, Albus. Tuve que intervenir un poco para vencer la resistencia que el presidente Von Hindenburg sentÃa hacia Adolf. El ex canciller y actual vicecanciller Von Papen me ha sido muy útil en ese sentido.
-Yo soy uno de los pocos magos británicos que se… interesa en los cambios polÃticos que se están produciendo en Alemania. Aunque debo decir que no considero que todos ellos sean buenos.
-¿Ah, no? Herr Hitler es un gran lÃder, Albus. Extraordinariamente carismático. Créeme, llegará lejos.
-Tan lejos como usted le permita, ministro.
-¿Por qué no me llamas «Gellert», Albus? Todo el mundo me dice «ministro» allà en Alemania; ya me tiene cansado.
-Es un poco difÃcil tutear a alguien a quien no veo en más de tres décadas, pero lo haré. Dime, ¿el director Dippet sabe que estás aquÃ?
-No, no lo sabe. Vine aquà de incógnito.
-¿E hiciste eso para verme a m� Me siento halagado.
-Vengo para ofrecerte un puesto en mi gobierno, Albus. El que desees. Si quieres ser jefe de nuestro Departamento de Seguridad Mágica, o del Departamento de Misterios alemán… Incluso puedo hacer que te nombren director de Durmstrang. Allà me serÃas muy útil, viejo amigo.
-Qué curioso, Gellert, tienes el poder para nombrar al director del colegio del que te expulsaron.
-Eso fue hace mucho tiempo, Albus. Ahora soy el ministro de la Magia de Alemania… una Alemania que no tardará en crecer geográficamente, créeme.
-¿Asà que los rumores acerca de los planes del canciller Hitler de conquistar Checoslovaquia son ciertos?
-Checolsovaquia, Austria, Polonia… El ejército muggle alemán está convirtiéndose en una maquinaria invencible, Albus. Y en Durmstrang yo trato de crear un ejército mágico que sea igualmente invencible. Tuve que deshacerme de su anterior director, Krum, y reemplazarlo por Sergei Dolohov, pero él no es ni la mitad de bueno de lo que tú serÃas, Albus.
-¿Y qué hay acerca de los otros planes del señor Hitler, Gellert?
-¿A qué te refieres?
-A las cosas que escribió en Mein Kampf… Él habla del comunismo y del judaÃsmo como dos males a los que es preciso «erradicar» de la faz de la Tierra. Pero las personas que practican la religión judÃa son millones, y el principal paÃs comunista, la Unión Soviética, es una potencia tan poderosa como la que Alemania va en camino a convertirse. Si tu amigo Adolf intenta exterminar a los judÃos y declara la guerra a los comunistas, eso resultará en las muertes de miles de millones de personas.
-¿Crees que no lo sé? Hitler está loco. Puede tener muchas virtudes como polÃtico, pero es en privado un hombre peligroso e inestable; nadie lo sabe mejor que yo.
-¿Y por qué lo apoyas?
-Para dar un ejemplo, Albus. El canciller -o el Führer, como le gusta últimamente que lo llamen- acabará ganando… pero no sin antes dejar el mundo muggle al borde del abismo. Y luego yo intervendré para salvar a los que hayan sobrevivido. Mataré a Hitler y exhibiré su cabeza como un trofeo y me proclamaré el vengador de sus millones de vÃctimas. ¡Y a continuación les revelaré a los muggles la existencia de la magia! ¡Les haré entender que nos necesitan, que nosotros los magos somos su única garantÃa de paz y seguridad! ¡Que la naturaleza ha decidido que ellos son seres inferiores y nosotros superiores, y que nuestro deber es gobernarlos y protegerlos…!
-¿Protegerlos de qué, Gellert?
-¡De ellos mismos! ¿Crees que somos nosotros los magos y brujas los que desencadenamos sus absurdas guerras? ¡No, son ellos! ¡Los muggles tienen una sed de sangre que hace que nuestras guerras parezcan en comparación peleas callejeras! ¡Necesitan que los domen, que los controlen, que los eduquen!
-¡Pero tú te propones dar inicio a otra guerra muchÃsimo más violenta y sanguinaria que todas las que los muggles han mantenido en los últimos siglos juntas! ¡Tú te propones incendiar al mundo y gobernar sus ruinas!
-¿Cuál es la diferencia entre mi guerra y sus guerras, Albus? ¡Al menos la mÃa tiene como objetivo a largo plazo beneficiar a la humanidad! ¡Las demás guerras se produjeron por los motivos más mezquinos y absurdos que puedas imaginar! ¡Piensa en la Gran Guerra! ¡Millones muertos solo porque un fanático asesinó al hijo y la nuera del emperador de Austria en 1914!
Grindelwald ya se habÃa puesto de pie y daba vueltas por la habitación mientras hablaba, gesticulando apasionadamente. Dumbledore, en cambio, permanecÃa en su sillón.
-¿Crees que beneficiarás a la humanidad dejando que Hitler organice una masacre de proporciones globales?
-Mira, Albus, lo lamento muchÃsimo por todos los muggles que Hitler exterminará, créeme. Sentiré el mayor de los placeres cuando pueda deshacerme de él para siempre. Pero es necesario. El viejo mundo necesita ahogarse en sangre para que un nuevo mundo pueda surgir, purificado de sus antiguos pecados.
-Estás loco, Gellert. Siempre lo estuviste, ahora me doy cuenta. ¡Y pensar que…!
-¿Y pensar que qué, Albus? ¡Vamos, dilo!
-¡Y pensar que llegué a estar enamorado de ti! ¡Ojalá jamás te hubiera conocido!
-Pero lo hiciste. Y disfrutaste cada momento que pasamos juntos. Yo lo sé y tú lo sabes.
-¡Hasta que mataste a mi hermana! ¡Fue entonces que me di cuenta de la clase de persona que eras! ¡Pero ni siquiera entonces dejé de considerarte un hombre cuerdo!
-¿Crees que yo fui quien mató a tu hermana, Albus? ¿Estás tan seguro de eso?
Albus no se atrevió a hablar, ni tampoco a mirar a Grindelwald a los ojos. Por primera vez desde que comenzó su charla con su amigo de juventud, tenÃa miedo. Grindelwald abrió la boca, listo para decirle a Dumbledore la verdad. Sin embargo, cuando Dumbledore alzó la mirada y sus ojos azules se encontraron, el ministro alemán vaciló. El sonido de un trueno lo hizo hablar nuevamente.
-Te lo preguntaré por última vez, Albus. ¿Te unirás a mi régimen, o te quedarás estancado aquÃ, enseñando a mocosos a transformar fósforos en alfileres?
-Me quedaré aquà -dijo Dumbledore con firmeza y sin apartar la mirada.
-Lamento mucho oÃrte decir eso, viejo amigo. Has elegido el bando perdedor.
-Quizá. Pero he elegido el bando más justo.
Sin decir palabra, Grindelwald se volvió hacia la puerta, la abrió y salió de la oficina de Dumbledore, internandose en la oscuridad del pasillo. Lo último que vio Dumbledore de su antiguo amigo fue su cabello dorado, que parecÃa resplandecer en las tinieblas, hasta que el ministro alemán se alejó lo suficiente como para que también eso desapareciera. PasarÃan doce años hasta que Dumbledore volviera a encontrarse con él.
FIN
…
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