Tom Riddle recién habÃa descubierto que no estaba solo en el mundo. Su vida hasta los 11 años la habÃa pasado encerrado en un orfanato tétrico, lleno de mugrosos muggles —palabra recién aprendida— que no mostraron ni el más mÃnimo respeto hacia su condición sobrenatural.
La visita del profesor Dumbledore fue la luz que habÃa esperado durante tanto tiempo. Algo en su interior siempre estuvo claro de que no pertenecÃa al mundo simple.
Ahora que la guerra habÃa terminado Tom estaba asqueado de la felicidad que rodeaba el mundo.
En el poco tiempo que habÃa pasado en Hogwarts se dedicó a consultar varios libros de la Sección Prohibida y lo que allà encontró era fascinante. Se contaban increÃbles historias de un mago llamado Salazar Slytherin, un mago de ideales verdaderamente fascinantes, a los ojos de Tom.
—Ahà estás —le habló una voz familiar.
Tom se encontraba parado en el puente cercano al castillo, observando la llanura que rodeaba a Hogwarts y, más allá, los à rboles del Bosque Prohibido, luciendo un traje de nieve.
—Profesor Slughorn —dijo Tom, forzando una sonrisa. El maestro de Pociones, por alguna razón, poseÃa cierto afecto por él, y no le quedaba más remedio que fingirse recÃproco.
En ese instante cayó un copo de nieve en la cabellera lacia del joven mago.
—No es preciosa la Navidad?
—Nunca me ha parecido nada especial. Era para nosotros en el Orfanato otro recordatorio de nuestra miseria.
»En esa época traÃan una rama de pino, la adornaban con juguetes viejos y le colocaban un ridÃculo bombillo en la copa.
—Un espectáculo bellÃsimo, supongo, los muggles son muy creativos.
Tom hizo un gesto de repulsión.
—Era patético —dijo.
El profesor Slughorn sonrió cortésmente y luego dijo:
—Te tengo un regalo —hizo un gesto y apareció entre sus manos un paquete forrado de verde y plateado—. Es un recuerdo, de mi parte y de Slytherin, tu casa.
Tom sonrió amargamente. Odiaba los regalos. Le parecÃa que los demás se lo daban por lástima o por caridad. También detestaba la caridad.
Tras agradecer a Slughorn abrió el presente sin mucha prisa. Ante él, quedó un libro de tapas gastadas, de cuero, ribeteadas en plata. Luego leyó su tÃtulo:
«Cuatro ilustres familias de la magia»
—Sé cuánto valoras a los fundadores de la escuela, principalmente a Salazar Slytherin. En ese libro hay un detallado árbol genealógico de cada uno de ellos.
Aunque no podÃa aceptarlo, Tom sintió felicidad.
—Veo que te he alegrado —dijo Slughorn poniendo una mano en el hombro del muchacho.
—No estoy acostumbrado a recibir regalos, profesor. Ahora no tengo como corresponderle.
—¡Ah! —exclamó Slughorn satisfecho—, no tienes que hacerlo. Si quieres complacerme asiste a la cena navideña que daré esta noche.
—Estoy un poco indispuesto, profesor.
—Tom, Tom, Tom —habló Slughorn y miró a su interlocutor como si se tratara de un hijo—. Es un dÃa de celebración. ¡Alégrate!
—¿Y sabe usted qué celebramos?
—Los muggles celebran el nacimiento de Jesús. Nosotros nos acogemos a esa celebración.
Tom sonrió melancólicamente y vio a Slughorn retirarse con su andar gracioso. Hojeó el libro hasta la página que le interesaba: «Posibles descendientes de Salazar Slytherin». Recorrió la vista hasta la última rama del árbol, donde el nombre de una familia saltó a la vista: Gaunt. Cerró el libro, satisfecho con su primer regalo de Navidad.
«Llegará el dÃa en que haya un mago tan poderoso que la celebración de Navidad quede olvidada. Los muggles asumirán la tradición mágica y se someterán al júbilo por el nacimiento de ese mago. Será el dÃa que solo exista sangre pura, como querÃa Salazar».
Tom quedó absorto en sus pensamientos y, sin saber que estaba creando su destino, se perdió entre las áreas del castillo de Hogwarts.